Una frágil línea
- publicado el 12/05/2011
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Pasajero
Largos años de carrera pasaron, sentada en un pupitre a solo un par de metros de ti, te amaba en silencio. Pero pocas veces cruzamos palabra, tenía tanto temor de acercarme, que el calor encendía mis mejillas y los nervios descomponían mi voz al hablarte. No solo eras el más guapo, eras el más inteligente de la clase, me corrijo, eras el mejor de la carrera, tal vez el mejor de toda la universidad. O por lo menos así quería verte, pues el amor embrutece y empañaba la realidad, en una de tantas fiestas, lo improbable sucedió, notaste mi presencia y extendiste tu mano para sacarme a bailar, mi corazón brincaba de felicidad, no podía creerlo. Por un segundo creí que era una broma, pero pronto tus ojos enfocados en los míos me convencieron de lo contrario, tomaste mis brazos y los enredaste en tu cuello, la delgada capa de aire que nos separaba, desapareció. No podía creer mi suerte, sentía las miradas envidiosas de otras mujeres clavadas en mi espalda, pero no podía ver hacia otro lugar, que no fuera tu rostro, me percaté de tu verdadera altura al estar tan cerca de ti. ¡Qué noche maravillosa! la mejor de mi vida. Bailamos toda la noche, todo parecía posible en ese momento, hablamos poco. Pero que poco duró el gusto, pues a la mañana siguiente, todo había regresado a la normalidad, apenas volteaste a verme, busque tu mirada en vano y nunca la encontré, empecé a imaginar que lo había soñado todo, sabía que era imposible que algo así me hubiera pasado a mí. Nuestra relación no cambió durante los últimos años, pero no importó, yo te seguía amando, una noche así, había llenado por completo las demás, una sola noche en la que mi amor se sintió correspondido, una maravillosa noche, en la cual cualquier cosa era posible. Finalmente llegó el acto de graduación, sabía que no te vería más sentado en aquel pupitre, no me levantaría más por la mañana con la alegría de verte. Aquí terminaba todo, los birretes volaron por los cielos y todo había acabado, cada quién tomaría caminos distintos. Años y décadas pasaron, pero nada había podido borrar esa noche especial, nunca más se volvieron a cruzar nuestros caminos. A donde quiera que iba te buscaba, con la esperanza de encontrarte, pero nunca fue así. Un día lluvioso de mayo, tomé un taxi para asistir a un evento, mis pensamientos divagaron perdidos sobre el pavimento, el taxi se detuvo abruptamente, recogiendo a otro pasajero, no le di mayor importancia y me sumergí de nuevo en mis pensamientos, algo me causaba incomodidad, una sensación de pesadez y escrutinio venían del espejo retrovisor, el pasajero que estaba sentado en el asiento del copiloto, me observaba una y otra vez por el espejo, al principio me pareció molesto y decidí ignorarlo, pero insistió. De pronto un sobresalto recorrió mis venas al reconocer a aquel pasajero, ¡Era el! sin lugar a dudas, nuestras miradas chocaron abruptamente y el pasajero detuvo el taxi, salió del automóvil y se acomodó en el asiento trasero, a la par mía. Me quedé muda como siempre, no logré articular palabra, él tampoco habló, solo me observaba, sudaba mientras sus ojos parecían salirse de sus órbitas, las palabras también estaban atascadas en su garganta. Nos contemplamos por largo rato, hasta que el taxi se volvió a detener, era su parada, abrió la puerta y se preparó para salir, no había terminado de hacerlo cuando yo capturé su brazo entre mis manos, me aferre a él como un naúfrago a la orilla, una lágrima brotó de mis ojos, sabía que si lo dejaba ir, no volvería a verlo, ya lo había perdido una vez, no lo haría de nuevo. Apreté con todas mis fuerzas, finalmente el me dedicó una mirada amable y se fue. Nunca entendí sus señales, ¿le gustaba o no? ¿me amaba o me odiaba? solo estaba segura de algo, él se fue, acompañado de mi esperanza.
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