La naranja mecánica en el Leoncio Prado

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Yo, Vuestro Humilde Narrador, logré escapar de las garras de esos vecos que me tenían encerrado en ese pequeño domo. Bajé las escaleras del edificio e iteé hasta llegar a la avenida donde me encontré con un Durango 95 aparcado, muy parecido al que mis drugos y yo teníamos para recorrer las calles y blasfemarle un poco a Bogo. Más fue mi necesidad de ser libre que las náuseas producidas por cometer actos maluolos así que lo crasté y yequé toda la naito hacia rumbos desconocidos. No recuerdo cuánto tiempo estuve tras el volante de ese bello Durango 95 pues recorrer las calles me produjo una felicidad realmente joroschó. Me encontré finalmente paseando entre neblinas  por una avenida costera que después supe se llamaba Costanera, llena de bratos, svucos y toda esa cala. Mi poderoso Durango no soportó tan largo viaje que me dejó varado frente a la entrada de un gran edificio. Me disponía a bajar cuando las puertas de ese edificio se abrieron, liberando a un puñado de militsos que corrían y empujaban con mucho radosto. Por un momento pensé que esos militsos tenían la orden de regresarme nuevamente a la staja pero me di cuenta que esos militsos no eran milistos sino nadsats, y entonces leí sin la necesidad de ochicos que me encontraba frente a las puertas del Colegio Militar Leoncio Prado, de la ciudad de Lima en Perú.

– ¿De qué barrio eres? -dijo un málchico que se acercó a mí un poco sorprendido al verme.

– ¿Barrio? -contesté yo, Vuestro Humilde Narrador al momento.

– No creo que seas algún serrano perdido, ¿o sí?

– Me llamo Alex, y conduje con mi Durango 95 días enteros pues escapé de un domo donde me tenían encerrado como plenio, ¿en qué mesto estoy?

– No logro entender tu idioma tan confuso, debes ser extranjero. Me llamo Alberto Fernández pero me dicen El Poeta.

Realmente no entendía toda esa cala que trataba de explicarme el poeta pero me dediqué a slusarlo hasta que llegó quizá su shaica, los cuales junto con Alberto me llevaron dentro del Leoncio Prado. Allí conocí a Gamboa, un schuto que me hacía smecar verdaderamente joroschó. Me ofreció muy samantino refugiarme en la scolivola con la condición de que fuera un estudiante más y comenzó a smecar como todo un sodo. Yo acepté y parecía todo un militso.

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Estábamos yo, Vuestro Humilde Narrador,y mis nuevos drugos leonciopradinos, es decir, El Poeta, El Esclavo, El Boa, El Serrano, El Vallano, El Rulos y su antiguo líder, El Jaguar que ya no era el líder debido a que yo, Vuestro Humilde Narrador, usurpó su puesto justo después de que ese veco intentó bautizarme brosándome al suelo. – Anda perro, te vamos a bautizar como el perro que eres, ¿y sabes qué es lo que hacen los perros? -dijo -Lo siento pero no sé qué es lo que hacen los perros. -dije -Andan en cuarto patas y se lamen su trasero.

Naturalmente, queridos hermanos, me negé a hacer esos actos besuños, yo no quería bithar con el jaguar pero no me quedó otra alternativa, tomé la britba que siempre me acompañabra y lo bredé en una noga, y así fue como me convertí en el líder de mis nuevos drugos.

Estábamos mis drugos y yo, Vuestro Humilde Narrador, en un descampado a las afueras de la scolivola en una práctica de tiro, el militso Gamboa nos formó a todos los vecos para escalar una pequeña montaña, mientras que el Jaguar tenía pensado ubivar al Esclavo.

Un gran chumchum se slusó por toda la ciudad de Lima, una golosa placó: ¡el Jaguar ha muerto por un disparo en la cabeza! Yo, Vuestro Humilde Narrador, ubivé al Jaguar pues no quería que el ubivara al Esclavo. Inmediatamente después de eso sentí nuevamente náuseas y me desplomé en el terreno montañoso que me llevó colina abajo.

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Desperté nago una vez más junto con pe y eme en mi cómoda cama, el militso Gamboa averiguó mi origen y me trajo junto con otros militos a mi bolche domo. Creé un conflicto internacional pues un málchico había snufado por culpa de un drugo nadsat, y cumplí nuevamente una pequeña estadía en la staja.

Vuestro Humilde Narrador Alex seguirá su camino, el cual no podrán acompañarlo, oh hermanos míos. Y por eso un adiós del gran drugo que desea a todos un profundo chumchum de música, quizá del gran Ludwig van, y toda esa cala.

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