El ave que no podía volar
- publicado el 15/12/2013
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El caso Bernal
Declaración de Orlando Bernal:
Esa noche estaba exaltado. Subí a las dependencias cerca de las nueve de la noche. Había terminado de predicar en la iglesia que ocupa la planta baja media hora antes, pero todavía me demoré un rato cuando un hombre se me acercó. Vestía traje oscuro de corte inglés, muy fuera de lugar entre los atuendos humildes de mis fieles. Su rostro, recto y pomposo, transmitía cierto aire de solemnidad. Cuando nos quedamos solos, se quitó el sombrero y me estrechó la mano. Su apretón era firme y seco. Dijo que venía en representación del arzobispo F…, que estaba de visitita en la ciudad. Disculpándose por la desprolijidad, me invitó a una cena que daba en el salón del hotel donde estaba hospedado, esa misma noche. Aseguró que solo había invitado a tres pastores de la zona, siendo yo el escogido para representar a la ciudad, lo cual constituía un gran honor. Insistió en que llevara a mi familia. Nos citó a las diez. Él no podía quedarse a esperarnos, pero un chofer estaría haciendo guardia fuera de la casa cuando estuviéramos listos.
Despedí al hombre en la puerta y prácticamente volé sobre los escalones. Marina, mi mujer, ya estaba atareada con la cena. Le comuniqué las buenas nuevas cuando iba de paso a la habitación. Mientras sacaba mi mejor traje del ropero y soplaba algunas motas de polvo de las hombreras, descubrí el espejo de cuerpo entero que dominaba la estancia. No permitía que nadie se parara frente a él. Era una reliquia familiar, alrededor de la cual circulaba una turbia leyenda, pero consideré que aquella era una excelente ocasión para refutarla. La buena fortuna y la gracia de Dios estaban de mi lado.
Terminaba de acomodarme la corbata frente al espejo cuando Marina entró en la habitación. Parada en el extremo opuesto de la habitación, se desnudó frente al modular donde guardaba sus cosméticos. Me daba la espalda. Cuando se giró para buscar un vestido de gala en el ropero, el espejo destacó una mancha oscura sobre su pecho izquierdo. Estaba a punto de comentárselo cuando los contornos oscuros de la mancha parecieron definirse, formando la imagen del sigilo de Baphomet.
El horror se apoderó de mí. Me pregunté qué habría pasado para que sus ideales se doblegaran drásticamente, cuánto tiempo llevaría fingiendo. Imposibilitado de hablar, permanecí estático frente al espejo, sintiendo un frío destemplado en las venas. Contemplaba fascinado cómo el rostro encerrado en el pentagrama parecía sonreír cada vez que el pecho (dulce, delicado) de Marina se balanceaba. Mi madre tenía razón cuando afirmaba que nunca debería haber confiado en una pelirroja. Lo primero que pensaba hacer por la mañana, era llevar un ramo de jazmines a su tumba sagrada.
Todavía pensaba en mi madre cuando el espejo, que parecía abarcarlo todo con una visión panorámica, captó la imagen de Gisela que entraba en el cuarto. Antes de que pudiera entender la ligera distorsión que había notado en la figura de mi hija de catorce años, esta quedó oculta detrás de mi cuerpo. Gisela y Marina parecían discutir. Supuse que había venido a reclamarle a su madre que no quería acompañarnos a la reunión. Me pregunté si acaso me habría vuelto invisible, ya que las dos mujeres se mostraban ajenas a mi presencia. Deduje que esto era imposible, ya que me veía reflejado en el cristal del espejo. La figura de Baphomet pareció dedicarme un guiño cuando Marina se expresó con excesiva vehemencia. Gisela retrocedió un paso. Entonces la vi…
Llegado este punto, Orlando Bernal rompió a llorar y no pudo acabar su declaración. Decidimos recluirlo en una institución psiquiátrica hasta que esté en condiciones de concluir la indagatoria. Los detectives que llegaron al lugar —alertados por el chofer que esperaba a la familia, quien llamó a emergencias luego de escuchar los aullidos femeninos, abruptamente acallados— encontraron a Bernal, vestido de etiqueta, murmurando sobre los cuerpos apuñalados de su mujer y su hija. Todavía sostenía el arma homicida. Marina Bernal murió a causa de una puñalada en el corazón, presuntamente el sitio donde su esposo creyó ver el tatuaje. Gisela Bernal murió a causa de una hemorragia, luego de que su padre le abriera el vientre en canal para revolver en su interior como si buscara algo.
Se realizaron diferentes pericias sobre el espejo donde Orlando Bernal afirma haber visto el tatuaje en el pecho de su esposa y el vientre abultado —como si presentara un embarazo avanzado— de su hija. Todas fueron negativas, concluyendo que las causas de estas visiones pueden haber sido producto de alucinaciones causadas por el estrés o alguna patología crónica.
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