Señor Dollh. Interrogatorio
- publicado el 23/08/2008
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Negativa sistemática
Colores chillones, estridentes, desgarradores; me tapo los oídos porque no puedo cerrar los ojos para evitar cegarme con los rosas, amarillos, verdes y naranjas fosforitos que son el alma de la fiesta de la quinceañera desconocida que me obsequia con la mejor de sus sonrisas; tiene un racimo ascendente de globos atado a la muñeca y un vestido con volantes y espuma y olas de tela caída; la ropa de los acompañantes sigue la gama establecida y cuerpos rosas, amarillos, verdes y naranjas fosforitos sin alma acompañan la fiesta de la quinceañera desconocida cuya sonrisa se pincha al explotar un globo; la quinceañera desconocida levanta la mirada y los presentes la siguen: hay un puente sobre nuestras cabezas y los globos han tocado el techo y estallan uno a uno hasta quedar reducidos a cero; la quinceañera desconocida grita, los invitados a su fiesta gritan, yo grito: quiero salir de la amalgama de cáscaras vacías y tener sobre mi cabeza un techo menos agobiante y, a ser posible, perlado de estrellas.
Una mano amiga que me entiende y me comprende se enreda con la mía y mi grito muere; es suave, es reconfortante, es firme, es monocroma; ¿quieres estar aquí? NO; me arranca la ropa de rosas, amarillos, verdes y naranjas fosforitos que me disfrazan y tironea de mí para sacarme de debajo del puente; cuando miro hacia atrás, el grito conjunto e infinito de la fiesta chillona, estridente y desgarradora muere para tomar aire; yo también respiro cuando me sacan a cielo abierto.
Una gran avenida, muchos coches, un atasco que lleva a ninguna parte; el tiempo se detiene, los conductores miran al frente y nadie se mueve a nuestra excepción; caminamos en silencio: yo regodeándome en su estabilidad, Él… no lo sé.
Me extirpa una sonrisa; troto, cabrioleo de baldosa en baldosa, marco el tempo; me ha salvado: recuerdo un disfraz rojo, azul y negro apagados, una noche de lluvia y un beso agradecido; aquí no llueve, no hay estrellas, pero hace sol; cuando salgo de mi ensimismamiento, yo también me cobro un beso: efímero y fugaz, el aleteo de una mariposa, fresco, un soplo de brisa veraniega; y la estabilidad se rompe.
El mundo vuelve a orbitar y un alarido arranca las alas de mi mariposa y las quema; Él y yo estamos sobre un paso de cebra, alguien dispara y las rayas blancas se corren, se destiñen, gotean plasma; un señor a nuestra izquierda se encara a un agente de la ley: ¡ha matado a mi perro! – lo siento, señor, no puede tener más de un perro; uno de los dos perros del señor está muerto y el otro le da golpecitos con el hocico para ver si le sigue el juego y se levanta, pero obviamente no lo hace; el señor se está poniendo nervioso, se desahoga con aspavientos; el policía le apunta con la misma arma con la que ha matado al perro: total, un perro arriba o abajo, un rebelde arriba o abajo, uno arriba y otro abajo; la jerarquía gana, no saques los dientes o te los reviento bala a bala.
Segundo disparo; NO; el hombre cae al suelo y el perro que queda vivo sucumbe a la confusión: no sabe a cuál de sus compañeros atender; los colores también se desvanecen, la noche al fin se hace sobre las cabezas huecas y no huecas, las estrellas fugaces lloran y yo… yo también; vámonos, NO; la mano de Él se suelta con reticencia porque yo echo a correr y me planto entre los muertos y el agente vivo; NO, NO, NO; el agente vivo muere entre grises: ya no lo veo como humano, sino como arma; Él grita: NO, NO, NO, y sus rodillas chocan contra el suelo y me le imagino como el amo de un perro y la estabilidad nos echa de menos; NO; el cañón apunta a mi pecho, el cañón apuñala mi pecho, el cañón atraviesa mi pecho; y la noche sufre un aborto de estrellas.
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