La flor milagrosa

En un humilde vecindario se trasladó una familia de clase media. Todos ellos eran de piel blanca. Los vecinos de al lado eran de piel negra. Ellos querían dar la bien-venida a la familia que acababa de instalarse. Para ello, el padre se acercó a la casa de los recién llegados. Sin dudarlo pulsó el timbre y, cuando abrieron la puerta, habló así:
— ¡Sean bienvenidos, vecinos! Por favor, no duden en acudir a nosotros si nece-sitan alguna cosa. Como muestra de nuestra gratitud les traigo un obsequio. Son unas plantas medicinales que son eficaces como cualquier medicina.
En efecto, una de sus manos agarraba un ramillete de flores similares a la flor de manzanilla. Se diferenciaban de estas últimas por sus pétalos, que eran más pequeños y separados. Pero el padre de piel blanca, quien había abierto la puerta, dijo esto:
—No te acerques a mí, negro. No quiero nada de ti ni de tu familia, ¿está claro?
Y cerró de un portazo. Al hombre de piel negra le dañaron tales palabras como si fueran espadas. En vista de la situación, volvió a casa con su familia.
Unos días más tarde, el hijo de la familia de piel blanca cayó enfermo. Sus padres estaban muy preocupados, ya que la salud la salud del niño nunca había empeorado tanto como aquella vez. En la habitación del chaval, un doctor examinaba a fondo al enfermo mientras los padres esperaban en la sala de estar. Cuando oyeron que el médico salía, inmediatamente se levantaron para informarse.
—Doctor, ¿podrá curar a mi hijo? —preguntó la madre.
—Siento decir que no. Aunque la medicina esté avanzada, no hay nada que le devuelva su estado de plena salud.
— ¿Entonces no se salvará? —quiso saber el padre.
—Hay una manera de que se cure —contestó el médico—. Con la llamada “flor milagrosa”.

 

Ursula M. A.
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