Pequeño crimen.

Oía sirenas, de ambulancia y de policía. Era la vecina de arriba la que los había alertado al escuchar los extraños gemidos del chico, los cuales eran mezcla de dolor y placer, y la chica soltó el cadáver, escabulléndose entre las sombras, donde estaba a salvo de los ingenuos ojos de la raza humana y allí, se limpió esa juguetona lágrima que había salido por la muerte del muchacho y huyó del lugar.

Ahora, amanecía a sus espaldas, y ella caminaba con paso firme, como si no hubiera pasado nada, mientras quitaba los últimos restos de la sangre del joven de sus carnosos labios con la punta de su viperina lengua.

Ann Madness
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