Te alejaste de mí

Te alejaste de mí

Molly entró por dirección prohibida, aparcó su Megane frente a la acera y caminó hasta la puerta para entrar en su casa. El funeral la había dejado agotada. El señor Samuels, víctima de un infarto agudo de miocardio les había abandonado a las seis de la tarde del día anterior como cuando el sol se escondía tras las montañas de Petterguiew ². Se bajó de aquellos altos tacones negros y fue a prepararse un café a la cocina; no tenía azúcar, así que, los duros tragos de amargura descendieron por su garganta como un beso sin amor. Ella tenía presente esta situación metafórica en su vida diaria; una mujer independiente de treinta y cuatro años y con una carrera se habría separado de aquel mamarracho hace ya siglos, pero por el bien de sus tres hijos, tragaba y aguantaba los amargos sorbos.

Era alta, con gafas grandes y redondas, llevaba las uñas cortas y mal pintadas, unas facciones muy agraciadas que se escondían al estar plana como una tabla; solía usar alguna pulsera de bisutería y siempre iba arreglada y bien peinada. Hace doce años había terminado su carrera en protocolo y ahora dedicaba su vida a bodas, comuniones, funerales… Tenía con su marido tres hijos de ocho, siete y cinco años respectivamente. Conoció a su esposo en una discoteca en su último año de universidad y desde entonces llevaban juntos. El único problema era que su marido como trabajador de una oficina, al salir del trabajo se pillaba unas cogorzas terribles y luego se iba de putas.

Molly trabajaba desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde, con lo cual, pasaba la mayoría del tiempo con sus hijos, iban de picnic, salían a pasear, a jugar al parque… Después de cenar los acostaba y salía con sus amigas a tomar algo a un bar muy cercano. Aquella cafetería nocturna conocida como “Destroyer” llevaba dos años abierta, y cerraba a las tres de la madrugada (Molly sólo aguantaba hasta la una). Después llegaba a casa y se acostaba sola en la cama de matrimonio que sólo tenía su olor. A cosa de las cuatro y media solía llegar su cónyuge, siempre iba al baño pues la cisterna resonaba en el pasillo, se fumaba un cigarrillo en el balcón y se sentaba en la repisa, nunca con la suficiente voluntad para tirarse, se duchaba con agua tibia y acto seguido se acostaba.

Molly había caído en la rutina y ya solo podía soñar. Soñaba con unas navidades en Bristol, con sus padres, sus hermanos y sus hijos. Después de aquel café puso la comida a calentar preparada anteriormente y se fue a fregar los suelos de toda la casa, costumbre que tenía todos los días por la tarde.

Antoine dejó con firmeza en la barra el cubata y con el revés de la mano izquierda se secó los labios. Se levantó de la butaca tambaleándose cada paso y mientras caminaba tiró a su espalda un billete de diez libras. Serían las tres de la mañana. Metió la llave en el coche que hizo contacto y tomó la tercera salida hacia Petterguiew. Venía de Londres, del club de alterne al que iba siempre al salir de trabajar, y normalmente con aquella prostituta llamada Monique. Trabajaba en Londres, en una agencia de viajes que ya andaba en decadencia por los numerosos programas de búsqueda rápida como Kayak o Trivago, que gratuitamente ofrecían los servicios y buscaban las mejores ofertas. Sus párpados arrugados caían sobre sus ojos enrojecidos mientras conducía haciendo eses. Por suerte la policía no lo había pillado hoy, el año pasado le cascaron una multa de trescientas libras por ir por el carril contrario.

Llegó a su casa y comprobó que el Megane de su mujer estuviese allí, se bajó del coche y entró en su casa. Fue al baño, se duchó y se puso otra camisa con otros pantalones. A las cinco se fumó el cigarrillo y se bajó de la repisa. Arrugó la parte de la cama donde él dormía, caminó por el pasillo hasta la cocina donde se preparó un café y tomó un croissant; lo partió por la mitad extendiendo las migas por un lado de la mesa y seguidamente tomó del mueble superior treinta libras para gasolina se su sueldo. Metió la mano en uno de los jarrones de la entrada y sacó un bote de anfetaminas y se tragó dos. Cogió la gabardina y salió por donde había entrado hace tan solo unas horas. Con rapidez y la revista que guardaba en la guantera se masturbó en el coche y salió de nuevo disparado para Londres. Aparcó el coche en Borough Street y anduvo hasta llegar al puente del Milenio. Encendió otro nuevo cigarrillo y después se sentó en la repisa como había hecho en su balcón durante tres años. ¿Tendría el suficiente valor para saltar? Continuará…

 

  1. Petterguiew: pequeño pueblo ficticio de solamente 800 habitantes ubicado al sur de Inglaterra a tan solo 50 km de Londres y a 65 km de Brighton. Pertenece al distrito de Surrey-Woking.

 

 

 

~Jueves~

Retiró el pestillo del baño y salió con el ruido de la cisterna. Llamó a sus hijos ya que Miss Ross vendría a buscarlos a las ocho para llevarlos al colegio. Tenía dos niñas (Robin y Kim) y un niño, Samuel; ellos iban al St. Peter College, ubicado al norte del pueblo.

 

Después de recoger los retales proporcionados por su marido (recoger su desayuno y cerrar la puerta del balcón) fue a su habitación y tomó de la cómoda una subcarpeta rojo escarlata hasta rebosar de papeles. Sonrió. Se peinó de nuevo y tomó las llaves del coche. Su Megane blanco seguía aparcado enfrente de su casa, se montó y giró hacia la izquierda; hoy tenía una boda y debía terminar de colocar algunos adornos. La boda se celebraría en Londres y la recepción del cóctel-banquete sería en un hotel que se alquilaba exclusivamente para bodas. Aquella subcarpeta roja botaba en el asiento del copiloto; era una propuesta de divorcio, que ella presentaría a su marido esa misma tarde, pero antes Molly, tendría una reunión con su abogado.

Tomó la A-27 y cogió la tercera salida a Londres pisando el acelerador cada vez con más fuerza; el hotel era antiguo, de paredes empedradas y de aspecto medieval. Margaritas y enredaderas cubrían las paredes, una fuente de piedra se hallaba en el centro de los jardines, varias mesas de aperitivo presidían la zona del convite. Dos jóvenes de treinta y pocos se casarían allí a las doce de la mañana; los recuerdos de su boda muchos años atrás inundaban su mente y se recordaba joven, caminando hacia el altar con su vestido blanco y su velo largo con bordados.

Colocó tiras de margaritas sobre el altar y algunos de los bancos; también abrieron y clavaron la carpa donde se harían las fotos con los invitados en el jardín al lado del hotel. Molly tenía un fuerte dolor de cabeza aquella mañana, ¿sería bueno plantearle de aquella forma a Antoine su divorcio? Decidido. No quería pensarlo más. Recogió los utensilios que utilizó para colgar las cosas y los guardó en una bolsa de Primark. Le pidió a su compañera Rhiannon que la sustituyese mientras iba a hacer unos recados a Londres, se besaron las mejillas educadamente y volvió a coger su coche.

Aparcó frente aquellas casas majestuosas y de cuento en Belgravia y se bajó del automóvil. Allí estaba la Fisher Defense & Company, el bufete de abogados que había llevado la defunción del señor Samuels y de casi todos los funerales que Molly había organizado. Robert, un chico de aproximadamente veinticuatro),  de cabello negro, ojos marrones, un poco gordito y de mofletes hinchados y llevaba una barbita recortada alrededor de la boca había estado ayudando legal y psicológicamente a Molly.

-Hola Mo, ¿qué tal estás? –preguntó Robert levantándose al instante.

-He tomado ya una decisión, después de la boda iré a la oficina de Antoine y se lo diré. –dijo Molly decidida.

-Estupendo, ¿tienes los papeles que te di? Tengo que sellarlos.

Molly le entregó la subcarpeta roja y se sentó en aquellos cómodos sillones negros de piel. Robert tecleó en el ordenador durante uno minutos. Imprimió un papel y finalmente puso el sello en los documentos. Firmó los papeles como si lo hiciese todos los días, con una caligrafía impecable.

-¿Cómo está Isolde? –preguntó Molly.

-Bueno, ahora tenemos una nueva inquilina en Woking, su hermana Megan llegó de Barcelona la semana pasada.

-Entiendo… -dijo soltando las sílabas de la palabra.

-Bien, recuerda que es un documento de mutuo acuerdo, si por algún casual el no quiere firmarlo, tendríamos que recurrir a un juicio. Espero que no sea así, me alegro de verte Mo, si quieres podemos quedar un día de estos a tomar algo en casa. Isolde hace una empanada riquísima.

-Bueno… si tengo algún evento cerca de Surrey te lo haré saber… Bristol me queda un poco lejos de aquí –dijo riendo. Se levantó y ambos se dieron la mano con firmeza.

Molly se despidió de Robert y de su secretaría y tomó de nuevo su coche hasta el hotel donde la boda, casi iba a empezar.

15:25 – Jueves

Caminó con decisión aquella calle ancha y con múltiple tráfico. Aquella agencia de viajes desde fuera parecía una importante Travel agency, pero por dentro era cutre y dejaba mucho que desear. La recepcionista, era una señora mayor llamada Theodora. Llevaba numerosas lentejuelas en toda la ropa que llevaba y unos tacones excesivamente altos para su edad y peso.

-¡Cuánto tiempo Molly! Hacía mucho que no venías por aquí. –dijo con un tono curioso y cotilla.

-Estaba cerca y quería pasarme a ver a Antoine, le traigo unos pastelitos. (Ella los había tomado del banquete y había guardado dos en una cestita adornada cutremente con un lazo para hacer el paripé)

-Bueno, no lo he visto en todo el día, seguramente habrá tenido que salir. Si quieres dejarle un recado… -dijo mirando la carpeta, examinándola minuciosamente con sus ojos diminutos.

-No, prefiero hablarlo con él… –dijo dirigiendo la vista hacia el compañero de trabajo de Antoine, que parecía mucho menos entrometido en asuntos ajenos.

-Matthew, ¿puedes darle esto a Antoine cuando vuelva? – comentó sin mirar demasiado a Theodora que intentaba inmiscuirse entre los dos.

-Claro, lo dejaré en su despacho. –dijo guiñándole un ojo a Molly como respuesta a que la harpía se quedaría sin conocer el contenido.

Molly salió del edificio y volvió a coger su coche para volver a Petterguiew. Sus hijos estarían deseando que su madre volviese, ya que comer potaje en casa de Miss Ross no era algo que les entusiasmase.

Dentro de la carpeta, Molly había metido una carta en la que redactaba:

“Habría sido cruel abandonarme, por eso simplemente te alejaste de mí.

Me engañaste y te perdiste en el vacío. Era más fácil tirarte a esas putas que tener la decencia y el valor de decirme a la cara que no me querías. Lo único que me une a ti son nuestros hijos, por lo demás me dan igual los papeles, la alianza, tu estúpida familia y tu círculo de amigos.

Aquí en Petterguiew no somos nada, como tampoco en ningún lugar de la tierra. Me voy a mudar a Bristol con mis padres y voy a llevarme a los niños; si firmas el mutuo acuerdo podrás verlos cuando quieras. En la propuesta de divorcio también te viene estipulada la pensión alimenticia que te aseguro que será única y exclusivamente para ellos ya que tengo mi trabajo. Puedes rehacer tu vida o lo que te dé la gana y puedes quedarte con la casa de tu dichoso pueblo. Esto es un adiós definitivo y no voy a volver arrastrándome, ni tampoco quiero que vuelvas tú. Todo esto quedará lo más discreto posible, aunque en esta aldea de mala muerte se enterarán pronto de la ruptura de los Calver”.

Espero que seas feliz,    Molly Lawney.

 

 

04:00  – Viernes

Molly se levantó y Antoine no había regresado. Lo llamó por teléfono pero este estaba apagado o fuera de cobertura. Comenzó a dar vueltas alrededor de la cocina pensando en si él habría visto el documento y habría hecho una locura. ¿Sería capaz Antoine de presentarse en casa ebrio y descontrolado? Volvió a llamar, pero obtuvo la misma respuesta.

Minutos después mientras se tomaba un vaso agua, su móvil empezó a sonar y vibrar. Lo cogió rápido y descolgó el teléfono verde de la pantalla táctil.

-¿Dónde coño te has metido? –dijo sorprendiéndose a la misma vez de cómo había contestado.

-¿Es usted la señora Calver? –preguntó una mujer con voz de pito.

-¡Sí! ¿Ahora también tus putitas te cogen el teléfono? –dijo sin miramientos.

-Señora Calver, Antoine ha sufrido… un accidente. Ha… muerto.

La piel de Molly se heló como si no tuviese pulso. Una película de apenas 7 segundos se formó en su mente; todos los recuerdos felices con Antoine se le vinieron encima. Sin pensárselo dos veces se subió en el coche con su bata y las zapatillas de andar por casa. Condujo velozmente hasta por el mismo camino que recorrió el día anterior, pero en una curva prolongada a la derecha, un camión alemán con las letras Schmitz la chocó y la sacó de la carretera enviándola a la cuneta con un fuerte estruendo.

~Una semana después~

El funeral había concurrido el domingo, un día de lluvia bastante frío. Los tres niños conmocionados serían trasladados a Bristol; Molly no tenía testamento y la casa aún con hipoteca sería vendida al banco, al igual que el automóvil de Antoine. Este último había hecho su testamento cuatro días antes de su suicidio. En este estipulaba que deseaba ser enterrado en Petterguiew y también que 1300$ se le entregasen a Monique; el resto del dinero (3935$) serían repartidos a partes iguales entre las cuentas bancarias de sus tres hijos. Pidió que Molly leyese una carta que había adjuntado a su última voluntad, y así decía.

«Hace un años me levanté soñando que todos habíais muerto, pero lo peor fue descubrir que era yo quién os había matado. Fui a ver al Dr. Rottwall a su consulta; se temió lo peor. Tenía esquizofrenia paranoide. No podía recetarme ningún medicamento. Me dijo que lo único que podía hacer era ir a un psicólogo, o… apartarme de mi familia. Por eso no pasaba tanto tiempo en casa. Las voces me consumían con sus alaridos y propuestas de asesinato. Lo intenté, iir a un psicólogo, pero me estaba volviendo completamente loco. Monique, era una prostituta con quien pasaba largas noches, pero simplemente me desahogaba hablando con ella. No quería que mi familia sufriese las consecuencias de esta enfermedad peligrosa. Molly, cariño, no quiero que te sientas culpable de todo esto, gracias por todo, de verdad. 

Os quiero con toda mi alma, Antoine Calver

Rotine Drifango
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