El tormento de Keret

  • “Elías, mira ven aquí hijo. Quiero contarte una curiosa historia.” – Dijo Keratan pensativo y con expresión de suma seriedad.
  • “Voy padre, ¿de qué trata?” – Preguntó.
  • “Es un pedazo de una curiosa historia sobre un joven de tu edad llamado Keret” – Respondió el padre.
  • (“¿¿¿Keret??? ¡Mamá solía llamar así a papá cuando eran jóvenes! ¿No será una historia sobre él?) – Pensó intrigado Elías.
  • “¿Preparado?” – Preguntó Keretan. “Allá vamos…”.

Era el primer día para Keret. Era un nuevo primer día de su vida. Había perdido algo, algo importante de su vida. Algo omnipresente que lo había acompañado desde su más tierna infancia, apoyándolo, enseñándole a confiar en él, a mentir por él, a correr riesgos por conseguirlo, envolviéndole poco a poco en una cuidadosa tela de araña llena de segundas intenciones y de promesas vacías. Sí, en efecto, era un nuevo día en su vida sin Hra. Y le dolía muchísimo. No era un dolor físico como una herida. No era un dolor mental como un dolor de cabeza tras haber estudiado toda una tarde seguida para un examen. No. Era un dolor desgarrador, un tormento de la peor calaña, el de aquel que tu alma ansía, desea, anhela el Hra, tu voluntad se retuerce y escapa a tu control y se pone con todas sus fuerzas a tirar en dirección opuesta a tu resolución.

Keret, ese confuso joven de apenas 19 años odiado por todos por sus actos, despreciado por sus iguales y considerado la oveja negra de su familia, estaba luchando contra su peor enemigo: él mismo. El Keret de ahora luchaba contra el Keret que huía de la confusión arrojándose en los reconfortantes brazos del Hra, del olvido. Ese primer día sin el Hra, sin Hra de cualquier clase, lo pasó a duras penas, ahogando su deseo en la red, con gente que le contaba mil y una historias distintas y entretenidas. Y Keret lloró y rio y pensó y deseó durante todo ese día. Por la noche, su yo del pasado volvió a la carga susurrándole tentadores planes para ponerse con el Hra sin riesgo a ser descubierto por sus padres y sin dar tregua para dormir. Pese a eso, y tras 5 horas, consiguió caer dormido.

Los días siguientes y mientras esperaba la decisión del consejo del instituto en el que se metió a hacer unos estudios siguió con la misma rutina de hacer cualquier cosa como ejercitar sus músculos, y desde mirar videos en la red, a seguir pasando a apuntes páginas de los temas de las asignaturas que tenía, y manteniendo correspondencia con su cirujano mental, el doctor Engel. Se esforzó segundo tras segundo, minuto tras minuto, hora tras hora para no hacer caso de la voz del Keret malo que le susurraba: “Keereett… Keereett… no podrás huir siempre de mi… en algún momento tropezarás… ¡¡¡y yo estaré allí para asegurarme de que nunca jamás te vuelvas a levantar!!!”

De hecho, un día Keret cometió un error fatal y fue reabrir una vieja herida volviendo un poquitín a un Hra que le enganchó enormemente en la juventud. Estuvo a punto de caer de nuevo en el círculo vicioso de ese Hra pero haciendo un esfuerzo rayando lo sobrehumano consiguió romper las cadenas que sin él darse cuenta le había estado sigilosamente rodeando, y emprender la huida de esos pensamientos.

Cuentan los viejos escritos del oeste que Keret continua en estos días, luchando contra sus demonios, resistiendo la tentación, batallando contra sí mismo en alguna parte de la tierra ansiando el día de su liberación, y que si levantas tu cabeza y escuchas la brisa de la noche, distinguirás su lamento, respaldado por polvo y hojas…

 

Carkrof
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