¿Y si Todos los Libros Fueran de Ciencia-Ficción?
- publicado el 22/12/2010
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Misión arqueológica (parte IV)
Misión arqueológica (Parte II)
Misión arqueológica (Parte III)
RESUMEN
García es una arqueóloga espacial que investiga un pecio abandonado en busca del origen de unas interferencias. El origen de las señales es una esfera que atrae hacia sí la materia más ligera cuando no está contenida por un campo de energía. Mientras se encuentra en su misión, su nave nodriza ha de escapar de una nave hostil y la dejan a la espera de que regresen por ella. Mientras García está en el pecio, mata el tiempo investigando la propia nave. En sus pesquisas, descubre que el comandante de la misma tenía el rango de Gran Almirante. La bitácora se convierte, por lo tanto, en un hallazgo al nivel de la esfera, no obstante, no puede ser leída en su totalidad sin descifrar una contraseña.
Misión arqueológica (Parte IV)
Se introdujo en el código del sistema, que sólo le sirvió para obtener el número de caracteres que tenía el código. Setenta y siete. Si hubiera habido gravedad en la sala, habría caído de espaldas. Un tablero normal tenía noventa teclas con sentido propio y dieciocho modificadores básicos. El número de posibilidades era, en la práctica, infinito. Conectó un generador de cifras aleatorio y fue acotando las posibilidades de acuerdo con su experiencia. El Gran Almirante era una persona mayor y probablemente cargado de responsabilidades. Su atención, probablemente, no podía estar fijada en recordar claves aleatorias. Los setenta y siete caracteres tendrían algún significado. Familia o trabajo.
García sopesó su objeto de estudio. Tenía las ojeras marcadas bajo sus ojos, y el bigote estaba desalineado. Nada concluyente, pensó, pero podía ser indicativo de estar afectado por la lejanía de su hogar. Los almirantes, generalmente, vivían con sus familias en los cuarteles, pero no solían llevarlas consigo en las misiones peligrosas. Miro la imagen con más detenimiento. Llevaba un pendiente rojo en la oreja derecha, lo que indicaba que, efectivamente, estaba casado. Una hija o un hijo, el nombre de su mujer, una fecha de nacimiento, podían ser la piedra Rossetta que descifrara el código. Si hubiera tenido más tiempo, habría comenzado por una búsqueda mucho más amplia, como detectar espacios, preposiciones y similares, pero su decodificador no procesaría la información con suficiente velocidad como para obtener resultados concluyentes en, en el mejor de los casos, una decena de horas. Había que jugársela a un volado.
Mientras el procesador de datos funcionaba autónomamente, García se quedó mirando la esfera. Había perdido su brillo metálico recubriéndose de un montón de porquería. Cuando trató de limpiarla, se percató de que la costra ya había adquirido una consistencia bastante sólida. Las virutas metálicas y el polvo se habían aglomerado y, prácticamente, se estaban fusionando con la esfera. Al tratar de arrancar la costra rascándola con su guante, éste se había roto y se había producido un corte en su dedo. Gotitas de sangre flotaron en el vacío mientras buscaba en su kit de reparaciones. La sangre se dirigió inmediatamente a la esfera y se fusionó con ésta, dándole una tonalidad rojiza. García se dio cuenta de que la bola ahora parecía ser más grande que cuando la sacó de su contenedor. La acercó a unos cables y estos se movieron inmediatamente, dirigiendo sus extremos libres hacia ella. Las partículas pequeñas se veían atraídas y se agolpaban, pegándose a la matriz metálica. Todo en la sala reaccionaba frente a la pequeña esfera, pero la mayoría de objetos eran demasiado grandes, estaban fijos o se encontraban demasiado lejos para verse atraídos por ella. Se quedó ensimismada mirando la esfera, preguntándose de qué estaría hecha.
Una alarma la sacó de su ensimismamiento. Le quedaban, tan solo, dos horas y media de autonomía de oxígeno. Su corazón se aceleró, pero recobró la calma. Tiene que ser un error del sistema, se trató de convencer, apenas ha pasado como una hora desde que programé el descodificador. Desacopló la bombona de oxígeno de su traje para una inspección manual. La alarma fue confirmada por el indicador analógico de su respirador. Hizo una revisión de su traje para buscar fugas. El mecanismo electrónico aún funcionaba y sólo detectaba una grieta, reparada, en el guante de la mano derecha. Un terror helado le sobrevino. Saltó hacia atrás, alejándose de la esfera. Ésta hizo un pequeño ademán de seguirla, pero el desplazamiento fue corto. La bola metálica quedó en mitad de la sala y ella en el extremo opuesto. Comenzó a hiperventilar.
(continuará)
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