El destino está escrito
- publicado el 22/03/2014
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Estrella de Neutrones
Sol vestido de amarillo, halcón dorado en cielo
detenido al infinito, alumbra desde el principio
de los tiempos, joven estrella de magnitud uno;
cómo millones del cosmos; de la Tierra paladín.
Sensación de danza móvil en la costra iluminada
de los calores de todos los mediodías, al paso
de cada era, Sol besa con su calor, planeta cobija
a las especies, nacen, crecen, reproducen, mueren.
Cada día, otra aurora y tarde de ocaso, y vuelta;
noches y días, matinales y nocturnos en sinfonía
que se repetirá a la eternidad, pero es oda efímera,
canción de eones; multiplicada de complejidades.
Diez mil millones de años, dio vuelta la Tierra
en su traslación al Sol, incansable e inconmovible
aceptó a todas las especies posibles; unas de sutil
astucia, otras brillantes, y aptas sobrevivieron,
hacia inevitable extinción, cedieron paso a las demás;
un poema de vida y muerte en sucesión entrañable
sin que extrañara que antecedió, ni que seguiría;
Sol y planeta; con su manto, la luz y la materia.
Llega época al sueño final; se reescribieron
en su piel, mares y tierras, arenas y valles
montañas que volvieron colinas, y de nuevo
a aguas, en círculo de espiral. Crear y concluir.
Como vuelo de un halcón herido de muerte,
así, ronda el Sol en lo alto, su latido nuclear
encumbra asperezas de su corazón de metal
viento solar extingue hacia un gélido vaivén.
Y crece desmesurado, rojas palpitaciones
de su corteza, rompen, fragmentan adentro
y pierden afuera; aparece fuego incandescente
rutilante, y aprensivo, amanecer de un ocaso.
Fue gran halcón dorado en el cielo del cosmos,
ahora la sangre rutila desde dentro, y colma,
derrama a linderos del infinito su triste llanto;
el interior suplica que no expanda. ¡Que no!
Queda tan lejano el pretérito, pero parece que fue
ayer una Tierra de edén terrenal, hálito de vieja
estrofa de vida, pero decrépito entona la última
poesía de amor a su cuerpo; y exhala fatigado.
Halcón dorado decae, luz sin intensidad apenas
toca cuerpo aterido, una costra que no apetece
más que los sabores del calor del entrañable ser
de los cielos, pero blanco cenizo ya no empapa.
Ahora es Tierra amarilla, polvos celestiales unen,
fragmentos y átomos mezclarán en otro concierto
pero antes que ello ocurra, un resplandor de tarde
avecinda en el mundo; Sol maravilloso y voraz.
Y pintar al Apocalipsis, será otra vez su poesía;
se escribirá de otra manera, nada casual y pensado
en los ecos del Universo, fractal en la inmensidad
un pétalo de flor, en macro, pétalo de flor en gigante.
Pero irremediable sentido humano a la resolución
del destino, resonancias de un capítulo que cierra,
el final; apocalipsis, epilogo abrirá nuevo camino
y mientras todo, todo desdibuja hacia los polvos.
Sol rojo gigante en paso dilatado hacia el confín
se revela insaciable, y así consumirá a los hijos
que un día cobijó con el poder de su luz y calor;
lo que un día fue, no es ya; otro guión del cosmos.
Un apocalipsis deslumbra, ha desmembrado
después engullido al sistema solar, los secretos
de la vida sepultos, maremágnum de otra creación;
pos-apocalipsis en un rotundo brillo del espectro.
Quien viese en la lontananza de otra constelación
y pensase, -como un dia hizo el ingenio humano
ya olvidado por eones- ¿Cuánto habrá desaparecido
que jamás sabremos, ni conoceremos ante la brutal
imagen en el cielo; Super nova ilumina, tanto como
una galaxia en unos cuantos segundos cósmicos,
forma de Sol de soles tan grandioso como insaciable;
después vendrá otro sueño; una estrella de neutrones.
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