Lo nuestro, imposible
- publicado el 09/03/2018
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Vestigios del pasado
I
Es el petróleo el único líquido
que rellena el cauce de los ríos negros.
La basura surca indómita el mar,
la tierra, el campo y el universo.
Nuestro legado lleva a la extinción
a cada mamífero, ave e insecto.
El verde de la hierba desaparece
y lo más parecido que hay a ello,
es el vidrio roto de las playas.
El mar ya no es azul cielo,
sino brillante de plástico multicolor.
Nos ahogamos buceando entre carreteras,
raíles, aeropuertos, trenes, cimientos,
gente hablando, gente con odio,
gente violando, gente sin sentimientos.
Ahora el coche huele a pino,
los bosques a queroseno,
a amoniaco los océanos,
y a mar los fregasuelos.
Los gritos, las motos, la música
y el ruido sepultan el viento,
no dejan a la lluvia sentir su melodía.
El cable de comunicación, a lo lejos,
es la única línea de nuestro horizonte.
Nos convertimos más cada momento
en zombies que teclean los móviles,
que pisan el acelerador en seco
compitiendo por ver quién va más rápido,
quién tiene mayor puntuación en juegos,
ajenos a la destrucción del planeta.
Ladrillo, asfalto, Internet y sexo
son los pilares de nuestro mundo.
II
Pero, si desapareciera de repente, el humano,
y no quedaran ni nuestros huesos,
las bombillas encendidas se fundirían
como las estrellas en el firmamento,
-sumergiendo la ciudad en claroscuros-
cuando amanece un Sol nuevo.
Las ambulancias y los cláxones
darían paso a un silencio sepulcral eterno,
congelando las calles como una fotografía.
Algunos coches en la calzada sin dueño,
otros varados a la orilla de la acera,
o parados delante de un semáforo muerto
que nunca más volverá a cambiar su color.
El viento correría entre balcones abiertos,
carricoches volcados y bolsas de la compra,
durante infinitos y largos eneros…
Décadas más tarde, los edificios corroídos
caerían a un asfalto florido de nuevo,
la hierba, infiltrándose entre las grietas,
ganaría la batalla contra el pavimento.
Los puentes se precipitarían sobre los ríos
cortando la conexión entre los pueblos.
En la atmósfera, los satélites artificiales
dejarían de orbitar y surcarían el cielo,
como si fueran estrellas fugaces.
Quizá una pareja de ciervos
sobrevivientes a la extinción,
serían testigos de ese magnífico evento.
Varios siglos pasados, el mar
dejaría de traer bolsas y cieno,
para llevar arena y caracolas
a las playas de un mundo sin veneno.
El océano sepultaría ciudades,
navegando entre edificios de acero,
lamiendo con lentitud ladrillos y cristales.
Y sumergidos, bajo el mar y el hielo
quedarían las señales de tráfico,
los bancos, los parques y los templos.
III
La Estatua de la Libertad.
La Torre Eiffel.
El Taj Mahal.
El Big Ben.
El Partenón.
La Torre de Belém.
El Cristo Redentor.
Quedarían destruidos y desparramados
entre árboles, bosques y enebros.
Ya no habrían carreteras a su alrededor,
ni fuentes, ni paradas de metro,
sólo serían el hogar de distintos animales,
la madriguera del conejo, el nido del jilguero
sin importar lo que representaron en el pasado:
poder, guerra, religión y ego.
Lentamente se perdería el rastro en la Tierra
de un homínido con delirios de grandeza.
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