Divino secreto
- publicado el 05/01/2014
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Maldita la hora
Maldita la hora en la que levanté la vista de mi capuccino recién hecho, maldito el minuto en el que mis ojos se posaron sobre los ojos más azules que había visto nunca y maldito el segundo en el que las comisuras de mi boca se curvaron dejando entrever una inocente sonrisa.
Maldita la hora en la que entraste en la cafetería donde yo había quedado con mi amiga Marta que, como siempre, llegaba tarde. Maldito el minuto en el que te fijaste en la chica solitaria que tomaba un café con un libro de Neruda abierto en la primera página. Y maldito el segundo en el que tu boca me devolvió una amplia sonrisa.
Maldita la hora en la que me perdí en ese mar que eran tus ojos, maldito el minuto en el que tú me dejaste entrar, subirme a ese barco que me haría naufragar tiempo después, y maldito el segundo en el que Marta se sentó enfrente, me distrajo con palabrería sobre su cita del día anterior y te perdí de vista.
Pero sobre todo, maldita la hora en la que no te pude sacar de mis pensamientos en toda la noche, maldito el minuto en el que me decidí a volver a aquella cafetería al día siguiente, misma hora y misma mesa, y maldito el segundo en el que entraste de nuevo por esa puerta.
Y con esa entrada triunfal llegaste a mi vida, sin preguntar, arrasando con todo, sin que yo me lo esperara y pudiera defenderme del ataque, y decidiste quedarte en lo que entonces me pareció un “para siempre”.
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