Dos leyendas

El pueblo donde vivía Gervasio llegó a ser conocido por ser un lugar tranquilo y apacible. Pero, hace exactamente cincuenta años, no era así. Una criatura feroz acechaba a toda persona o animal que se hallase fuera del lugar. Siendo una pequeña población, ningún médico se atrevía a acudir en caso de que alguien enfermara.

En una ocasión, un campesino logró sobrevivir al ataque de la bestia. Declaró haber visto a un ser vivo con aspecto de reptil, cuyo tamaño superaría tres veces a un ser humano. Contaba con dos extremidades superiores y el mismo número de inferiores. Su piel escamosa era blanca como la cal y tenía por ojos dos semiesferas azul cobalto, brillantes como piedras preciosas.

Gervasio fue el único capaz de plantar cara al peligro. El día que tomó la decisión, ninguna advertencia de los lugareños hizo mella en su alma de hierro. Esa misma noche, provisto de un candil y armado con su azadón, logró propinarle tantas heridas al monstruo que se vio obligado a retirarse. Con esto, la gente estaría segura fuera del pueblo.

Cincuenta años después, volvieron a haber indicios de existencia por parte de la criatura. Se temía que los rumores corrieran, haciendo que la buena imagen de la localidad cayera en picado. La preocupación dio lugar a una asamblea.

Algunos de los habitantes habían emigrado; otros planteaban hacerlo en breve. En cuanto a Gervasio, ya con ochenta años, era el más longevo de la zona. Debido a su vida poco sedentaria, gozaba de una salud envidiable. Propuso enfrentarse de nuevo con la bestia.

—No, Gervasio —negó el alcalde—. No pretendemos que nadie se arriesgue.

— ¡Pero soy el único que podría dar fin a esto!

— ¿Hay alguna razón para ello?

— ¡Porque siento que esa cosa y yo estamos destinados a encontrarnos!

Los asistentes estallaron en risas, lo que hizo que el octogenario se marchara lanzando juramentos.

Cayó la noche. Mientras todos dormían, Gervasio caminaba buscando al monstruo legendario, igual que cinco décadas antes. Empezaba a aburrirse cuando, de pronto, divisó dos círculos azul cobalto que resplandecían de lejos. Sonrió por el encuentro.

—Yo también te esperaba, monada.

Usando sus cuatro extremidades, el gigante reptil se abalanzó hacia él en un abrir y cerrar de ojos, derribándolo sobre el campo. Sin embargo, su avanzada edad no le impidió frenar el ataque con su azadón, que quedó incrustado en las fauces de la bestia.

Gervasio se defendía de la mejor forma posible de las garras de la criatura. Aún así, llegó a causarle varios arañazos. Al no poder recuperar su herramienta de labranza, le asestó una patada en el estómago.

El primer enfrentamiento le dejó algo agotado. Su adversario permanecía inmóvil, gruñendo de dolor, a varios metros de distancia. Fue una breve pausa, aunque larga para el aventurero. A pesar de que temía lo peor, conservaba la esperanza.

Como último recurso, sacó el puñal que guardaba en su pantalón y esperó a que el monstruo se acercara de nuevo. Desde lejos, un grito y un aullido se escucharon al mismo tiempo.

A partir de entonces, nadie supo más acerca del reptil gigante ni del octogenario.

Ursula M. A.
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