Crónicas de un Requiem anunciado
- publicado el 20/02/2014
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Bajo el mar
Rand
Me encanta observar mis dedos, tan largos y delgados. Es fascinante estas pequeñas huellitas que definen quién soy yo en el mundo, estas huellas que me hacen diferentes al resto de personas, estas líneas que surcan mis dedos, las palmas de mis manos, haciendo dibujos muy raros que nunca termino de saber que representan.
Tomo el violín con mucho cuidado, para mí es como si fuera de cristal, como si se pudiera romper en mil pedazos. Dejo mi vieja mochila vacía a mi lado. Lo sujeto con fuerza, lo apoyo entre mi barbilla y mi cuello y lo agarro con la mano izquierda, con la derecha cojo el arco. El viento hace que mis pelos ondulados se muevan sobre mis hombros, mis brazos y mi cara. Me molestan. No me dejarán tocar. Por suerte Gilnar está aquí a mi lado y se ha dado cuenta, me lo recoge tras una oreja y comienza a hacerme una trenza. Fui yo la que le expliqué como se hacía, mechón por mechón, con paciencia. A ella le gusta mucho mi pelo, dice que me parezco a una princesa de un cuento. Me mira y me sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa. Mi pequeña Gilnar, la quiero tanto, es tan buena…
Mamá me mira y me hace un dulce gesto con sus ojos. Me indica que ya es hora de que empiece a tocar.
Gilnar
Rand es tan guapa. Siempre me ha gustado mucho como se queda detenidamente observando sus manos. Como está haciendo ahora mismo. Se queda embobada, como si le estuvieran contando una historia. Siempre dice que le parece increíble todas esas líneas que se mueven por sus manos como si fueran olas y la hacen ser Rand y no otra persona.
Ya ha cogido el violín, se lo ha traído con ella. Por nada del mundo lo podría haber dejado en casa, el violín es otra parte más de su cuerpo, siempre tiene que ir con ella, por eso lo ha traído en su vieja mochila. Se lo coloca con cuidado entre la barbilla y el cuello, coge el arco. Oh, sus cabellos se mueven por el viento. Creo que podría cogerle una trenza. Sí, le cogeré una trenza. Así que le recojo todo su pelo detrás de su oreja y lo divido con cuidado en tres grandes mechones: primero un mechón por aquí, luego el otro y luego el tercero, siempre es el mismo movimiento, me explicó el día que me enseñó hacerlas. Me encanta lo largo que tiene su pelo, me recuerda a Rapunzel y su alta torre donde siempre estaba encerrada…
Maisaa
No puedo parar de mirarlas. Son tan bonitas. Mis dos niñas. Gilnar le está cogiendo una trenza a su hermana, hace mucho viento y los pelos podrían molestarla para tocar su violín. Sabe hacerlas muy bien, le está quedando preciosa. Fue Rand quien le enseñó. Rand está en posición de tocar, acaricia con cuidado su violín como si fuera una caja de cristal, como si fuera algo que se le pudiera romper en mil pedazos entre sus pequeñas manos. La luna refleja su luz sobre el arco y sobre los ojos de mis niñas. No me puedo creer que hayan crecido tanto, parece que fue ayer cuando estaban acostadas en sus camas y yo les contaba un cuento. Parece que fue solo hace unos días cuando las cogí por primera vez entre mis brazos. Mis pequeñas…
Oh, la trenza ha quedado realmente bonita. Ambas se sonríen. Sus ojos brillan. Rand me mira esperando una señal. Será la última señal. Le digo con mis ojos que ya es la hora.
Tú
Rand mira sus dedos detenidamente. Son largos y delgados. Le parece fascinante quedarse observando esas pequeñas huellas que define quién es ella en este mundo, esas huellas que la hacen ser diferente al resto de personas, esas líneas que surcan sus dedos, las palmas de sus manos, haciendo extraños dibujos que nunca termina de descubrir. Esas líneas tan parecidas pero a la vez tan diferentes que tú también tienes en las tuyas. Observatelas un momento. Imagínate por un segundo que eres Rand. Sus dedos…
Coge el violín con mucho cuidado, lo trata como si fuera de cristal y cualquier movimiento brusco lo pudiera romper en mil pedacitos. Se lo ha traído hasta ahí, metido en su vieja mochila. No podía dejarlo en casa. Lo sujeta con sus manos, lo apoya entre su barbilla y el cuello y lo agarra con la mano izquierda. Con la derecha coge el arco, que brilla porque la luna se refleja sobre él. Hace un poco de viento, sus largos pelos ondulados se mueven sobre sus hombros, sobre sus brazos, sobre su cara. Su hermana Gilnar, que está a su lado, se lo recoge tras la oreja. Separa toda su melena en tres grandes mechones y empieza a hacerle una trenza. Rand tiene el pelo muy largo, le llega hasta la cintura, se parece a esa famosa princesa del cuento que dejaba su pelo caer sobre la ventana para poder escapar de esa torre que la tenía encerrada y así poder ser libre como un pájaro…
Las dos hermanas se dirigen una sonrisa, es una sonrisa de complicidad entre ambas que saben lo que piensa la una y la otra con solo mirarse, con solo cruzar un par de gestos; es una sonrisa de amor, una sonrisa que se dedican a falta de palabras, pero que dice a gritos lo mucho que se quieren la una a la otra. Es una sonrisa de esperanza. De esperanza.
Su madre Maisaa, que está frente a ellas, las mira con detenimiento. Aún no puede creerse lo grande que están sus dos niñas, Rand tiene ya doce años y Gilnar tiene nueve. Sus dos niñas, a las que tanto quiere. Sus dos angelitos. Observa con una sonrisa en la cara como la pequeña Gilnar le coge una trenza a Rand, como cuidadosamente pasa un mechón por encima del otro. Observa las manos de Rand preparadas para tocar. Observa el violín y la luz de la luna en el arco. Rand mira a su madre y esta le hace una señal, indicándole que si quiere ya puede empezar a tocar, que ya está preparada, que ya es el momento. Maisaa suspira profundamente. Necesita concentrarse al máximo en esas melodías que van a salir en breve de esas cuerdas, necesita quedarse con ese sonido para siempre en su cabeza. Necesita no perder la esperanza. Tú deberías hacer lo mismo.
¿Verdad que a Gilnar le ha quedado muy bien la trenza? Cada mechón bien definido, cayendo sobre el hombro derecho de Rand. Déjame que te diga algo: te vas a acordar de esta trenza el resto de tu vida.
Rand cierra los ojos. Sus dedos están temblando un poco pero, en seguida, en cuanto suene la primera nota, dejarán de temblar. Por su mente se dibuja cinco líneas negras con notas musicales que hacen que sus brazos se muevan, sacando esa melodía al aire, dejando que se vaya con el viento, dejando que se vaya con la brisa. Todas las personas que la escuchan se quedan embobados en esa música que suena como si fuera la cosa más bella que han oído nunca. Rand sigue con los ojos cerrados, pero el resto de personas la miran con los ojos abiertos totalmente, no queriendo ni pestañear, como si tuvieran miedo de perderse una simple milésima de segundo de esa melodía, de ese canto que les está recordando que van en busca de su camino a la libertad. Todo está oscuro y la luna resalta en medio de la negra noche, sobre el arco, sobre los ojos de Rand y su hermana Gilnar.
Rand sigue con los ojos cerrados. No los abre. No los abre. Su mente la hace creer que está en medio de una gran prado, la hierba se mueve suavemente gracias a la leve brisa que hay. El sol no brilla demasiado porque algunas nubes blancas lo tapan, haciendo que se formen unos dibujos impresionantes de luces y sombras sobre la hierba. Rand toca en medio de las altas plantas, apenas es visible su cuerpo, apenas es visible su cara, pero eso no importa porque su melodía es inconfundible, su magia es única, cualquiera que la escuchara sabría de sobra que es ella. La pequeña Rand es una brillante violinista.
Abre tú ahora los ojos. Sí, ábrelos. No creo que los tengas abiertos. Si los tuvieras de par en par, no permitirías que pasen las cosas que pasan en el mundo. ¿No crees? Solo una persona ciega dejaría que la crueldad humana se lleve cientos y cientos de vidas cada año, que miles de melodías se olviden para siempre. Ahora, que de verdad tienes los ojos abiertos, mira bien la escena. Mira como Maisaa junto con sus dos hijas están en medio de una enorme barca. Observa como hay más de cuatrocientas personas en ella. Observa como están en medio del mar. Sí, en medio del mar.
¿Ves a Rand? Sigue tocando el violín. Lo toca para la gente de esa barca, lo toca porque necesita mantener en pie la esperanza de toda esa gente, la esperanza de que le vamos a dar una oportunidad. ¿Escuchas la melodía? Sí, céntrate, ¡escúchala! Es preciosa, ¿verdad? Y no importa que el viento esté moviendo demasiado la barca, no importa todo el agua que está entrando en ella, no importa los gritos de esas personas que están asustadas, no importa los brazos que agarran con fuerzas a sus pequeñas hijas, no importa los rezos que pronuncian muchos de esos labios, no importa el miedo que recorre los cuerpos que están ahí dentro. Nada de eso importa. Rand no para de tocar. Rand no para de tocar.
¿Lo oyes? Intenta prestar atención, por favor. Intenta quedarte con esa melodía para siempre en tu mente. Y la trenza, visualiza esa trenza. Inténtalo. Olvídate de todo lo que te rodea ahora mismo y deja que tus oídos oigan solo esos sonidos que sale de las manos de Rand, la pequeña violinista…
¿Por qué quiero que hagas eso? Porque en unos minutos, nuestra pequeña violinista llamada Rand se quedará para siempre bajo el mar
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