Vuelve José

«Cinco marcos sobre la mesa de mi salón. En uno de ellos estoy yo con mi marido. En los otros cuatro, aparezco con mis dos hijos. Todos sonreímos mucho en las fotos. Somos felices. Hay una foto más, mucho más grande, enmarcada en la pared que tengo frente a mí: fue el día que recibimos a María con su bebé, Daniela, que recién llegaban del Hospital. La pequeña de la casa. Parece que fue ayer. Había muchos globos, dulces y chuches, yo hice un delicioso pastel de limón. Pero aquí ahora conmigo no hay nadie. El sofá donde estoy sentada se me hace enorme porque veo los vacíos que hay en él. Sí, eso es lo peor, ver el vacío, la ausencia, lo que ya no está. José.

Miro la televisión, hay muchos canales, muchos programas donde la gente ríe y ríe y ríe. Pero yo no tengo ganas de reírme. Eso cambiará en unos minutos, cuando todos estén aquí nuevamente conmigo. Me he puesto mi vestido azul de flores: mi niño Juan siempre me decía que estaba preciosa con él. Hacía muchos años que no me lo podía poner. Pero hace unos meses me propuse que nuevamente tenía que ponérmelo, he perdido algunos kilos y parece que me lo compré ayer. Es cierto que me está un poco apretado de la cintura, pero queda bien. A Juan le gustará verme con él puesto. Tienes grandes flores azules, de diversos tonos, y muchas flores blancas, muy pequeñitas. Cuando mi niño Sebastián venga se va a reír mucho porque me he puesto el colgante de macarrones que me hizo cuando era pequeño, no sabe que aún lo guardo. Oh, claro que lo guardo, claro que lo guardo como si fuera un pequeño tesoro, el primer regalito que me hizo mi niño Sebastián ese día que llegó tan contento del colegio. Los macarrones están pintados de azul, como las flores de mi vestido.

Vaya son más de las cuatro. A lo mejor se han quedado dormidos tras la comida, no pasa nada, llegarán un poco más tarde. Nos haremos una foto. Sí una foto donde salgamos todos: ellos ya tan mayores, yo un poco más arrugada. José, mi querido José no estará. Yo con mi vestido de flores. Hay cinco marcos sobre la mesa del salón, donde salgo con mi marido y con mis dos hijos. También hay una gran foto en la pared donde sale María con Daniela en brazos. En todas las fotos, salimos todos riendo. Parecemos felices. Oh, José, estarías orgulloso de la bonita familia que hemos creado, estarías feliz de vernos a todos juntos aquí, comiendo, riendo alrededor de esta mesa, sentados en este sofá, escuchando tus viejos discos.

Vaya, son más de las cinco. Se retrasan, pero es normal. Ha llovido y puede que haya mucho tráfico fuera. Pronto estarán aquí, no hay de qué preocuparse. Pondré a calentar lentamente la olla con el chocolate, así estará a punto para cuando lleguen. Espero que María me termine de pintar las uñas, solo me he podido pintar una mano porque mi pulso no me permite pintarme bien las uñas de la mano derecha, me mancho demasiado los dedos. Pero seguro que María me las pinta, a ella le gusta mucho las uñas pintadas, siempre está diciendo que hace las manos muy bonitas.

El reloj acaba de marcar las siete. Ya es demasiado tarde. Casi está oscureciendo. Llamaré a Sebastián, le preguntaré porque tardan tanto. Sebastián no coge el teléfono, hace cinco sonidos y la llamada deja de sonar. Lo he intentado como ocho veces, pero siempre ocurre lo mismo. Bueno no pasa nada, a lo mejor es que va conduciendo y no puede coger el teléfono móvil. Eso es bastante peligroso, no es recomendable. Esperaré un poco más, seguro que llegan pronto. Me he puesto mi vestido azul de flores, muchas flores azules y blancas. A Juan le encanta este vestido, solía decirme que parecía la reina de un cuento cuando me veía con él. Seguro que se lleva una sorpresa cuando llegue y me vea con él puesto. No me estaba bien desde hacía años, pero he podido adelgazar un poco, con mucho esfuerzo, y ahora me queda de nuevo bien. Sí, un poco apretado de la cintura, pero bien. Y verás cuando Sebastián vea que me he puesto el collar de macarrones azules que me hizo cuando era pequeño. Seguro que se emociona. Me he pintado las uñas. María dice siempre que las uñas quedan muy bonitas pintadas, que la mano parece diferente. Pero solo me he podido pintar las uñas de una de mis manos, de la otra no soy capaz, mi pulso no me deja y me mancho demasiado los dedos. No pasa nada, cuando María llegue seguro que me las pinta sin problemas y me las deja bonitas y relucientes. También he dejado aquí a mi lado un tarrito de crema para que me haga dulces masajes como solía hacerme. Parece que fue hace ya mucho tiempo porque apenas lo recuerdo.

Tengo un poco de sueño. Mis párpados empiezan a pesarme y casi se me cierran los ojitos poco a poco. Pero no puedo dormirme, mis hijos llegarán en cualquier momento. ¿El reloj acaba de marcar las ocho? No, no, no puede ser, eso es demasiado tarde. Y mis hijos aún no han llegado. Ese reloj tiene que estar estropeado y marca la hora que no es. Oh, el chocolate se ha vuelto a enfriar. Tengo un poco de frío en las piernas, pero no quiero quitarme este vestido, quiero que mis niños me vean con él puesto. Les va a encantar. Sigo con las uñas pintadas de una sola mano, soy incapaz de pintarme la otra. A ver si llega ya María y me las termina de pintar. Van a quedar muy bonitas. La mesa ha quedado preciosa. Tengo muchas ganas de que lleguen para hacernos esa foto y enmarcarla en esa pared de ahí, junto al cuadro donde sale Daniela recién nacida. El asiento de mi lado sigue vacío. José.»

.

Va siendo hora de que dejes de mirar el reloj. Sí, tú, tú que estás esperando junto a Ana que sus hijos lleguen a casa. Tú que estás viendo como ella sigue con su vestido de flores azules, tan bien planchadito, tan apretado en la zona de la cintura. Tú que observas ese collar de macarrones que lleva tantos años guardado con cariño en un pequeño baúl de madera. Tú que no puedes parar de mirar esas uñas que aún no han sido terminadas de pintar. Tú que no paras de mirar como el asiento de su lado está vacío, ahí donde José solía estar con ella. Tú que estás maldiciendo a esos hijos que no llegan…
Pobre Ana, ¿verdad? Ana mirando el reloj, Ana sentada sola en el sofá, Ana moviendo el chocolate que se ha vuelto a enfriar, Ana mirando los cinco marcos que hay sobre la mesa donde sale gente sonriendo. Ana recordando el día que nació Daniela. Ana llamando a su hijo Sebastián que no le coge el teléfono. Ana preparando la mesa para que esté perfecta. Ana hablándole a José.

Shhhh. No hagas ruido. Se ha quedado dormida. Claro, son más de las diez de la noche. Claro que se ha quedado dormida. Claro que sus hijos no van a llegar. Claro que el chocolate se ha quedado espeso y frío dentro de esa olla. Claro que su vestido de flores azules se ha arrugado. Claro que Sebastián no verá su viejo collar de macarrones. Claro que nadie le dirá lo guapa que está. Claro que no se harán esa foto. Claro que nadie se va a comer el pastel que con tanto cariño ha hecho para su 90 cumpleaños.

Lo siento, Ana.

Mery
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1 Comentario

  1. Alex Bremdon dice:

    Veo que también publicas en Sopa de Relatos, Mery. Y que sigues escribiendo tan bien como siempre, enhorabuena. Un fuerte abrazo de mi parte, compañera.

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