El amor salvará vidas

Querido señor Barack Hussein Obama:

hacia mucho, muchísimo tiempo que quería escribirle esta carta; pero nunca lo hice porque mi madre me lo tenía prohibido, solía decirme que usted es un señor muy importante como para molestarlo con cartas tontas de alguien que ni siquiera conoce, aunque yo creo que lo que realmente le preocupaba es que yo escribiera algo feo y usted se enfadara. Si está leyendo esto, podrá comprobar que estoy desobedeciendo a mamá, aún sabiendo que eso solo lo hacen las niñas malas.

Hace unos días, yo estaba en casa fregando los platos y escuche unos gritos en la calle; salí fuera y mamá estaba tirada en el suelo, en medio de un enorme charco de tinta roja. Un hombre, de esos que visten diferente a nosotros, llevaba un arma muy grande colgada de su brazo derecho y corría calle abajo. No había nadie más. Yo me acerqué a mamá y le acaricié la cara esperando que despertara de ese sueño en el que se había sumergido, algo que me parecía normal porque últimamente mamá dormía muy poco por culpa de todas las horas que se tenía que pasar cosiendo para poder comprar comida para el día siguiente. La pobre estaba tan cansada que se quedó dormida en plena calle y probablemente el peso de su cuerpo hizo que se rompiera algún bote de tinta roja, de ahí que todo estuviera lleno de ese color. Pero cuando le acaricie la cara, mamá no se despertaba, la acaricié una y otra vez, cada vez más rápido, pero mamá seguía durmiendo. Entonces empecé a gritar, tenía mucho miedo porque no entendía lo que estaba pasando. Los gritos hizo que la buena de Amira se diera cuenta de lo sucedido, y saliera a la calle para cogerme en brazos. Me dijo que tenía que dejar de gritar porque si alguien me escuchaba las cosas podían ir mal. ¿Las cosas podían ir mal? ¿Es que podían ir peor? Me metió dentro de su casa, mientras me tapaba la boca.

Mamá seguía durmiendo.

Amira me explicó que mamá no estaba dormida, sino que había muerto; también me dijo que lo que había debajo de ella no era tinta roja, sino sangre. Yo no entendía muy bien las cosas, pero la muerte era algo que si entendía porque mamá ya me lo había explicado. Este año, han muerto demasiadas madres y padres de otros niños y niñas del pueblo.

Yo siempre le he hecho caso a mamá, siempre he sido una niña buena. Pero supongo que entiende que ya no importa que le envíe esta carta, que ya no importa que desobedezca a mi mamá, porque ella ya no está.

Amira me explicó que ese señor que disparó a mamá un cosa de metal y la hizo morir, trabaja para usted, como todos los demás que en los últimos años han ido viniendo de aquí para allá por nuestras calles y por nuestras escuelas. A mi me dan mucho miedo porque siempre están gritando y nunca sonríen.

A mi me sonaba muy raro todo eso que Amira me estaba contando, porque vi hace unos años en la televisión que a usted le daban un premio muy importante llamado “Premio Nobel de la Paz”. Mamá me explicó que esos premios lo recibían solo las personas muy buenas que hacían cosas para mejorar este mundo. Pero mi mamá esta muerta, señor Obama, ¿qué tiene de bueno eso? Reconozco que me enfadé mucho y empecé a llorar como nunca lo había hecho antes. Y le odié, le odié mucho y desee su muerte y la de su familia…

Pero entonces me acordé de algo que mamá me dijo un día que le pregunté por qué me había puesto el nombre de ‘Aanisa’. Ella me dijo: “Tu padre y yo fuimos muy felices cuando naciste Aanisa, hiciste que nos olvidáramos de todos los problemas que habíamos tenido hasta el momento y nos llenaste de felicidad. Fuiste la mejor cosa que hicimos juntos. Fuiste un regalo. Él fue quien decidió que te llamáramos así. Tu nombre significa ‘corazón piadoso’. No lo olvides nunca, mi niña”.

Así que entendí que no podía odiarle, señor Obama, ni a usted y mucho menos a su familia. Así que no le escribo esta carta para decirle cosas malas, como temía mamá. Se la escribo para decirle que le perdono, le perdono por todo lo que ha hecho en este lugar. Quiero decirle que en vez de enfadarme con usted, le tiendo mi mano para ofrecerle mi ayuda a que se convierta en una mejor persona. Está invitado a venir a mi casa el día que quiera, le prepararé un delicioso té y unas tortitas muy sabrosas que mamá me enseñó a cocinar antes de que muriera. Le contaré cosas de mamá, para que sepa lo buena que era.

Y le pido perdón, le pido perdón todas las veces que haga falta por si alguno de nosotros hemos hecho algo que lo haya hecho enfadar tanto, como para que mande a esos hombres con esas grandes armas aquí, a nuestras casas. Espero que me perdone, al igual que yo lo he perdonado a usted. Mamá decía que el amor era la clave para salvarnos a todos y hacer de este mundo un lugar mejor…

La echo mucho de menos.

Atentamente,

Aanisa.

Mery
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