En la selva
- publicado el 14/01/2014
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LA PRINCESA Y EL VIOLINISTA
En un lugar muy, muy lejano, existía un reino en el que vivía una joven princesa de ojos azules y cabellos dorados. La hermosura de Cristal, que era su nombre, era conocida por todos los reinos vecinos.
Vivía la princesa con sus padres, los reyes, en un enorme castillo rodeada por sus damas de compañía.
A pesar de todas las comodidades y lujos que poseía, Cristal no era plenamente dichosa, algo en su corazón mantenía un vacío que no conseguía llenar.
La princesa padecía de melancolía, según dijeron los sabios doctores que la visitaron a sus afligidos padres que no lograban entender la razón de ese abatimiento.
Como quiera que el cumpleaños de Cristal estaba próximo a celebrarse, los reyes decidieron hacer una gran fiesta que la sacase de su melancolía.
Pregoneros a caballo recorrieron el reino anunciando el evento e invitando a todo el pueblo a que acudiese a la fiesta que se celebraría el día 20 de abril.
A medida que la fecha se acercaba, al castillo acudieron galantes caballeros, buhoneros cargados de lazos para el pelo, peines, chucherías y alguna joya, hombres tragafuegos, bates con hermosas poesías, músicos, bailarines, bufones… Todo cuanto podía transmitir felicidad y contento estaba allí reunido.
El gran día amaneció con gran bullicio en el castillo. La joven princesa cumplía 17 años.
Sus damas la peinaron y la vistieron con un precioso vestido azul de seda confeccionado por las más afamadas modistas del reino.
El rey, la reina y la princesa presidían el hermoso templete lleno de flores construido para la ocasión.
Por delante del mismo fueron pasando apuestos caballeros montados en sus corceles bellamente enjaezados, saltimbanquis que hicieron las delicias de los presentes con sus cabriolas y sus divertidos saltos, bailarines interpretando complicadas danzas, músicos que los acompañaban, poetas recitando inflamados versos de amor.
Cuando la tarde comenzaba a vencerse, de entre la multitud salió un joven con su violín.
La dulzura de la melodía que sonaba hizo que Cristal, que había asistido impasible ante todo cuanto había precedido al violinista, la hiciese sonreír y prestar toda su atención.
Su mirada azul no podía dejar de ver los ojos del muchacho que la miraba arrobado por tanta belleza, sin dejar de tocar.
A una melodía brillante le seguía otra más hermosa si cabe, el violinista permaneció frente a la princesa sin dejar de tocar ni de mirarla.
Todos los presentes, incluidos el rey y la reina, se percataron del excesivo, a su entender, vínculo que se había establecido entre el músico y la princesa.
Para romper ese hechizo el rey mandó que comenzasen los fuegos artificiales.
La joven princesa no levantó ni un momento la cabeza para ver las explosiones de color y formas que los pirotécnicos habían creado para ella.
Su mirada seguía clavada en los ojos del muchacho, los de él en los de ella; ambos observaban como los colores de los cohetes se reflejaban en las pupilas de cada uno de ellos.
Cuando la fiesta hubo terminado todos se fueron marchando a sus casas, todos menos el violinista que, absorto en el recuerdo del azul de los ojos en los que había estado perdido, continuó tocando sin moverse del lugar en el que había permanecido frente a la princesa.
Y allí continuó un día y otro y otro. Cristal convocó a sus damas para que la acompañasen a conocer al persistente músico.
Ella no había dejado de mirarle desde el gran ventanal de sus aposentos y se había dormido cada noche con los acordes de aquel violín.
Cuando Cristal llegó al lugar en el que estaba el violinista, se adelantó unos pasos a sus damas.
. – Decidme joven, quién sois y de dónde venís- Preguntó la princesa sonriendo.
. – Como podéis ver, alteza, soy un músico y un luthier que fabrica instrumentos de cuerda. Vengo de muy lejos, de los confines del reino donde la noticia de la hermosura de la princesa Cristal es conocida por todos vuestros súbditos.
. – Bueno, violinista y luthier, veo que sabéis vos más de mí de lo que yo sé de vos; decidme cómo os llamáis.
. – Mi nombres es Antonio Stradivari, alteza, vuestro más ferviente admirador-dijo el muchacho a la vez que descubría su cabeza de un extraño sombrero con una gran pluma y hacía una reverencia que hizo reír a las damas de la princesa.
Cristal notó el rubor de sus mejillas y cómo su corazón latía con más fuerza.
. – Demos un paseo por la campiña, maestro Stradivari, la mañana es preciosa y sería una pena desaprovecharla quedándonos aquí de cháchara.
Apenas habían caminado unos metros cuando unos jinetes a caballo les interrumpió el paso.
. – Alteza- dijo el que parecía ser el capitán de la guardia- Tengo órdenes tajantes de su padre el rey, para que volváis de inmediato al castillo. En cuanto a este joven deberá venir con nosotros para ser encerrado en las mazmorras.
De nada sirvieron las quejas y reproches de la princesa, los guardias esposaron al violinista y se lo llevaron al castillo.
A partir de ese día Cristal se encerró en sus aposentos y se negó a salir de ellos y a comer o beber.
Desde la mazmorra en la que estaba encerrado Antonio Stradivari, éste, al que no habían requisado el violín, tocaba sin cesar con la esperanza de que su amada pudiese escucharlo y no se olvidase de él.
Ciertamente, por las noches cuando el silencio era total en el castillo, Cristal oía las melancólicas notas del violín envuelto su rostro en lágrimas.
Al cuarto día, la reina, temiendo por la salud de su hija, convenció al rey para que pusiera en libertad al prisionero.
El rey dio orden a sus guardias para que lo llevasen hacia el norte y fuese abandonado en el bosque, lo más lejos posible del castillo.
Cristal, al saber que su amado había sido liberado, abandonó su encierro. Lo que no sabía la princesa eran las órdenes que su padre había dado de alejarlo lo máximo posible de ella.
Cuando la princesa se enteró, habló con una de sus damas para que le sonsacase al capitán de la guardia, del cual la dama estaba enamorada, hacia dónde habían llevado a Antonio Stradivari.
En cuanto lo supo, Cristal, al amparo de una oscura noche, ensilló a su corcel y partió veloz hacia el norte.
Cabalgó durante toda la noche y a media mañana llegando al Bosque de los Suspiros, oyó unas lejanas notas que sin duda, pensó, serían las de su amado.
No tardó mucho, siguiendo el sonido del violín, en encontrar a Antonio sentado sobre el tronco de un árbol tocando una triste melodía con los ojos anegados en lágrimas.
El encuentro de los dos enamorados, entre lágrimas de alegría y apasionados besos les hizo jurar amor eterno.
Decidieron buscar un lugar en la espesura del bosque donde estarían a salvo de las miradas de los caminantes que lo cruzaran.
Antonio construyó una humilde choza y preparó con verde pasto una confortable cama en la que se amaron con la intensidad que produce el primer amor.
Comían de lo que Antonio cazaba, y bebían del agua de la lluvia que se depositaba en un cubo de madera hecho con el cuchillo que éste siempre portaba.
El rey, al saber de la huida de su hija mandó emisarios que la buscaran por todo el reino, con la promesa de una buena bolsa de dinero para aquel que diese con su paradero.
Pasaron los meses y los emisarios volvían mohínos y cansados de la infructuosa búsqueda.
Desesperados, el rey y la reina doblaron el importe de la recompensa, e hicieron que todo el que saliese en busca de la princesa pregonara por todas partes el perdón de los reyes a su hija y al violinista.
De siete meses estaba embarazada Cristal cuando Antonio, que había salido a cazar, oyó la proclama del rey y corrió a decírselo a su amada.
Recogieron sus pocas pertenencias y Cristal, a lomos de su corcel y Antonio sujetando las riendas y caminando, emprendieron la vuelta al castillo.
Cuando hubieron llegado y al ver a su hija a punto de hacerlos abuelos, mandó el rey tañer todas las campanas del reino.
La boda se celebraría en una semana, el tiempo necesario para todos los preparativos de lo que la reina quería que fuese el acontecimiento más importante de su reinado.
Y llegó el gran día y la princesa y el violinista, al que el rey había concedido el título de conde, rodeados de arcos de flores y con las puertas del templo abiertas para que la multitud que había acudido al acontecimiento pudiesen seguir la ceremonia, la princesa Cristal y el conde Stradivari se unieron en sagrado matrimonio.
El festín, al que fueron invitados todos los habitantes del reino, se celebró en el patio de armas del castillo.
Antonio no dejó de tocar nunca para que el bebé que su esposa llevaba en su seno oyese la música que le acompañaría durante toda su vida.
Dos meses después nació el primero de los muchos hijos que llenarían de alegría y felicidad a la pareja y a sus abuelos.
Stradivari construyó un taller de artesanía del que salían los violines y violonchelos más reputados por todos los músicos que conseguían una de aquellas joyas capaces de producir los más dulces sonidos. Todos ellos serían llamados desde entonces, Stradivarius, las piezas más cotizadas cuya música nos sigue deleitando hoy en día.
Antonio nunca olvidó de dónde venía, llevaba con orgullo el título de conde, pero sabía muy bien que los títulos y la nobleza no parten de la fortuna ni de la sangre, la nobleza de corazón nace de los espíritus libres y generosos, de los hombres buenos que aman con pasión y viven para que la llama del amor no se apague nunca.
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Un cuento escrito con mucha ternura… Gracias
Y también bonito y precioso!!!!