La Muerte

 

 

 

Corría. Corría en dirección opuesta al viento, pues éste luchaba por arrastrarla a su lado. Con una mano sujetaba las faldas de su vestido deseando no caer, no tropezar… el cielo se tornaba oscuro por momentos, pero ya no le importaba el tiempo. Sólo le preocupaba huir de Ella, aunque en el fondo sabía que eso era completa y humanamente imposible. Los árboles de ramas retorcidas se mecían cuando el viento los acariciaba violentamente y obstaculizaban su paso; más de una vez las ramas punzantes arañaron su piel haciendo que por ella corrieran finos hilillos de sangre. Pero no le importaba.

Corría sin aliento a través de la niebla espesa y blanca que el viento movía a su antojo y con la que creaba fantasmas traslúcidos que parecían reír a su paso; procuraba no volver la vista atrás, pues sabía que se aproximaba cada vez más, podía sentir su gélido aliento en la nuca…

Exhausta, quiso detenerse, pero el miedo que atenazaba su alma era mayor que todo el cansancio físico que pudiera sentir. Notó cómo las lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas, sabía que estaba irremediablemente perdida… y, aun así, continuó con su huida.

El viento sopló más fuerte y la empujó hacia Ella con gruñidos y bramidos de su sorda y ronca voz. Los cabellos se le agolpaban en la frente y no le permitían ver nada, pero incluso así luchaba. Hasta que sintió que no podría continuar así eternamente. Hasta que una mano invisible y fría como el hielo la tocó. Había llegado el momento. Inspiró una ingente cantidad de aire mientras su rostro perdía toda expresión humana y cayó al suelo. Puesta de rodillas y con recelo, miró hacia atrás. En la niebla, una pequeña bandada de cuervos negros como la noche la acechaba. Era Ella. La Muerte. Aterrada, se llevó una mano a la boca. El mismo viento helado que la había derrotado la recorría por dentro, destruyéndola, y la niebla se reía en susurros. Los cuervos la observaban fijamente con sus ojos carmesíes, pero no se movieron. Uno de ellos graznó. Podía sentir cómo de sus ojos volvían a brotar lágrimas, pero esta vez eran tan rojas como los ojos de los cuervos. Era sangre. Con la mirada empañada por el líquido rojo, contempló sus brazos, donde los rasguños de las ramas se habían abierto y habían formado brechas profundas de las que también manaba sangre.

Los cuervos se miraron unos a otros y echaron a volar, pero en su despegue se desvanecieron para dar paso a una siniestra sombra negra que fue testigo de su último gemido y que la consumió, dejando de ella sólo un charco de sangre del que los cuervos, una vez que la sombra se evaporó, bebieron.

Es inútil escapar de la Muerte.

Jacinta 

jacintagal
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4 Comentarios

  1. Es que irremediablemente somos muerte. Poco importa cuanto corras en su contra. Por el mero hecho de estar vivos estamos muertos. Que chungo pensar estas cosas un día como hoy :S

    Pero mola lo de arriba, sí, sí… 😉

  2. jacintagal dice:

    me alegra que te guste. y tienes razón, lo que nos cabe esperar es la muerte… es un poco triste pensarlo, pero es así…

  3. reinadelamantekilla dice:

    Mas que triste yo diría que es angustioso pensar en la muerte. No me acuerdo donde oí o leí que el ser humano muchas veces sigue vivo por simple curiosidad. En el fondo, somos smples 😉

  4. ceciruizzz dice:

    videoe
    brasil

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