…la carne se nos empiece a caer por debajo de la piel.

Cuando la savia escape del tronco.

Cuando expire el susurro que llevas conteniendo años.

Y se seque el saco lacrimal.

Cuando solo recibes cartas de amor de tu banco de confianza. Cuando de la noche a la mañana cambias tu olor por el de Axe. Cuando te beso y sabes a Licor del Polo. Cuando tus manos están tan frías como una Heineken sacada del congelador Fagor y tus genitales tan calientes como un Marcilla recién hecho en tu nueva cafetera Tefal. Y tu piel sabe a Dove Crema Hidratante, y tu pelo brilla gracias a Pantene.

Cuando te pregunto qué tal y cambias tu “ahora que estoy contigo, bien” por “mal, me han llamado de Hacienda”. Cuando tus ojos brillan más al oír la palabra “aumento” que después de echar un polvo.

Cuando me dejas de abrazar para rodear con tus brazos un esqueleto vacío y perfumado recubierto de pantalones de seda, jersey de cachemir, lencería cara y botas italianas.

Cuando abramos la boca para reafirmar que la experiencia gana a la pura lógica. Y nos creamos alguien, y sintamos poder, y dejemos de buscar.

Cuando el dinero sustituya lo poco auténtico que nos queda, cuando caigamos del árbol por nuestro propio peso, cuando nos veamos reflejados en los escaparates como dulces idiotas recubiertos de caramelo con algún que otro payaso del McDonalds hurgando en nuestro bolsillo.

Cuando gritemos sonrientes  “¡Hemos madurado!”, despídete de lo bueno, porque la carne se me empezará a caer por debajo de la piel.

La savia se escapará del tronco.

Escupiré en tu oreja mi último susurro.

Utilizaré mi saco lacrimal como bolso vintage para guardar en él todo lo que nunca hice y le prenderé fuego, metiendo las cenizas en una urna que decore nuestro salón Ikea, siempre limpia y reluciente para presumir ante nuestros invitados de mi cobardía.

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