El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro.

Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.

Ésta es la noche más fría que recuerdo desde aquel invierno nuclear. También hay que tener en cuenta que no llevo camiseta bajo mi gabardina de cuero y que voy calado hasta los huesos. Al menos aquí la lluvia no es acida, pero está llena de amargura.

Tras un oscuro callejón entro en un antro como tantos otros de esta cyudad, que tiene tan oxidados los cimientos como los engranajes de la mandíbula de su conciencia, que ya no puede gritar de asco y se limita a contemplar con terror en silencio en una agónica tortura. Eso para los que tienen la mala suerte de tener una conciencia.

Cruzada la escotilla de entrada, mis gafas de aviador modificadas con lucidum de Mamutante de los vertederos, recogen los pocos lumens que desprendían los bulbos alimentados por una ruidosa máquina de vapor. Me dirijo directamente hacia un enclenque con un S.R.A.* que emitía un molesto pitido cuando respiraba el pestilente aire que emanaba de aquel sucio agujero.

– Qué tienes hoy para mi, Fred.

– Eh nada, yo ya estoy limpio de todo ¿sabes? Je je.

– Vale, me serviré yo mismo, sé que has tenido problemas, pero mentirme… Mentirme sabes que no es bueno, yo te hice favores en el pasado y creo que estás siendo desagradecido. ¿te queda Mordisco Macabro?

– De acuerdo, lo siento, es que ya me la han jugado varios ¿sabes? Y por un momento pensé, bueno, no quería desconfiar de ti, pero…

– ¿Tienes o no?

– Si por aquí, le hemos hecho unas mejoras al aplicador y a la mezcla ¿sabes?

Me reclino en algo parecido a una antigua silla de dentista, sin la gabardina. Me ajusto yo sólo los dientes cromados con forma de garra terminados en finas agujas que me envuelven el torax, teniendo cuidado de no dañar la información de los elec’tatoos. Cierro los ojos y activo la palanca y dejo que la sobresaturación de sensaciones me haga sentir otra vez mi cerebro como una pastilla efervescente. Siento la sangre como la piel alquitranada de un Bogdlog irisado. Ahora vibro y me condenso en un pequeño punto. Subo hasta el medio de la galaxia y exploto como lo haría una supernova…

Me limpio el hilo de líquido verde que me asoma por la nariz.  Recojo mi gabardina y me dirijo hacia la escotilla y me encuentro a Fred con cara de pánico.

-Son 5460 bulones…

-Toma 8 roblones y date por contento. Estás vivo.

-Pero…

Ya afuera sigue lloviendo.

Camino bajo el agua que me golpea, por la periferia de la cyudad.

Intento encender un cigarrillo extranjero, de combustión lenta, como yo.

Me doy cuenta que le acabo de hacer tragar el mechero a Fred y que le he prendido fuego.

El sonido de su S.R.A. era insoportable.

Saco otro mechero.

Todo lleva su tiempo.

Todo arde a su ritmo.

Rachel era una chica ardiente.  Nuestra relación ardió intensamente y en ella se consumió en llamas azules, alimentadas por su debilidad por el alcohol, que lamían con su áspera lengua nuestra unión, hasta que su interés por todo fueron cenizas y mi paciencia, brasas sin oxigeno. A mi aún me quema su recuerdo y me cauterizo el corazón con su desprecio. Ahora uso cardiodos.

Veo una nave Aeron, edición especial, con forma que recuerda aquellos Cadillac, de color blanco, que accede a la pequeña estación de servicios espaciales donde ella trabaja.

Ahora las naves usan la energía solar para encender la mezcla de humanol; un compuesto hecho con la mezcla de acetileno con la descomposición acelerada de los restos que quedaron de nuestros antepasados. Después de la catástrofe tenemos materia prima de sobra para unos cuantos años. Sale muy económica y es muy potente.

Se baja un tipo rubio con gafas de Alcione, trajeado y con una botella de ginebra.

Enciendo con las manos entumecidas por el frío otro cigarro, es difícil que prenda con esta lluvia y tiritar no ayuda mucho. Mi sombrero negro me proporciona la cobertura que necesito para lograr encender el que creo que será el último cigarro.

Hoy lo dejo.

Echo el humo muy despacio y la atmósfera densa hace que pueda jugar a dibujar un corazón con él y ver como se desvanece, despacio, muy despacio.

Hoy yo también ardo lentamente, en deseos de venganza. Me acerco un poco al Aeron-Cadillac.

Tiene las vitro-escotillas bajadas.

Recuerdo las tardes de helium-ball, en la pista detrás de las ruinas del monumento al Gran Final y ejecuto un lanzamiento.

Tres puntos.

Doy media vuelta mientras el infierno in crescendo se traga mi pasado. Boom, grita en la lejanía.

Ahora estoy en ascuas por ver con qué ferocidad crepita mi futuro.

T. Owen

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