Una hermosa coincidencia

               escher

-¡Qué hermosa coincidencia! Esas fueron las últimas palabras que dijiste segundos antes de tu última exhalación. ¡Qué hermosa coincidencia!, te contesté yo.

                No sé si os habrá pasado, no es tan común como me quieren hacer creer. Toda mi vida sentí que me faltaba algo. No me refiero al amor que nos complementa, nuestra media naranja, llámalo x. Crecí en el amor de mi familia, con el amor de mis amigos, con el amor de verdad, con el de mentira… tenía ese don de gentes que todos buscan. Capacidades tampoco me faltaban, pero algo en mi interior me impedía que las desarrollara.

                Así pasaron los años, mi lema era el Carpe Diem, mi religión la felicidad. Más bien diríase el placer, la felicidad es muy compleja y nunca la obtuve. Es sencillo de explicar, se podría decir que vivía al límite, y ese límite era cada vez más angosto. Tan pronto como me llegaba, y cuánto más fuerte era, antes se iba el placer. A fin de cuentas, nadie quiere tener a lado a un tipo gracioso todo el tiempo, sin aspiraciones a nada.

                Salí del piso de Diana esa mañana y sentí una vieja sensación conocida, la amarga soledad. Embarcado como iba en mis proyectos de cambio, apenas percibí por el rabillo del ojo un fantasma, un dèja vu. Semanas busqué a ese extraño conocido, la parte de mí que se había perdido. Las únicas pistas: caminaba igual que yo, pero con más seguridad, más denuedo, parecía el pez gordo que podría haber sido yo. Pero desistí, como siempre.

                Años después, tras la visita al médico, volví a pensar en él. Cada vez me quedaba menos tiempo para encontrarle. Ese mediodía comí con Marga, que me daba todos los ánimos que creía que necesitaba, y entonces lo vi. Entrando a las oficinas de enfrente, pregunté por él a todo el mundo. Despacho 40.77.93, el del Presidente. Tomé aire y llamé a la puerta, y allí estaba él, como esperándome.

                Los dos años que siguieron hasta ahora fueron los únicos felices de nuestras vidas. Él era el director de un periódico importante más joven del mundo, el también tenía treinta y dos años, él también tenía cáncer. Éramos almas gemelas, o incluso una sola. Habíamos nacido juntos y juntos debíamos morir. Me dio lo único que me faltaba, confianza, tenacidad. Le di lo único que le faltaba, amor y alegría. Formamos uno solo.

                El día llegó, tú ya te has ido y yo te seguiré enseguida con nuestra canción…

(…y es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo…)

                Despierta querido lector, ¿Cómo has podido pasar tantas cosas por alto? Si estoy muerto, ¿cómo puedo escribirte todo esto? Además, sabes de sobra que no tengo treinta y dos años, ni cáncer, ni tengo hermanos gemelos… —si no lo sabes ya, lo podrías haber buscado en Internet, que allí viene todo. Aquí te sirvo mi esencia en bandeja de plata.

Bon apetit!

 

Alberto Serrano Martín

 

 

 

 

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3 Comentarios

  1. rantanplan dice:

    Muy bueno, no había leido nada tuyo y me ha gustado un montón. Enhorabuena¡¡¡

  2. Ninetales dice:

    La historia es genial, nada que hacer me encanto esperare otra tuya.

  3. zadel88 dice:

    ……………. Wow

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