Sé pulcro.
- publicado el 18/06/2009
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EL AVISO – PARTE 1
“…seguirán las fuertes lluvias a lo largo de toda la semana. Noticia de última hora: la policía se centra en la búsqueda de un peligroso prófugo que ha escapado hace escasas horas del centro penitenciario provincial. Se ruega a las personas residentes en las cercanías de la capital que tomen todo tipo de precauciones y…”
Andrés apagó la radio del coche. Miró un instante a través de la ventanilla, empapada por la violenta tormenta que acababan de comentar en las noticias. Se había visto obligado a trabajar aquella noche, de modo que cogió su vehículo y se dirigió a la oficina, en la capital. No le llevaría mucho tiempo. Con suerte, estaría en casa aquella misma noche. Pero en sus planes no habían constado los caprichos de la madre naturaleza. Decidido a no seguir conduciendo hasta que el tiempo mejorara, paró en un pequeño hostal de carretera para pasar allí la noche.
Antes de salir del coche, cogió el teléfono móvil y telefoneó a su mujer:
-Hola Sara… sí, ya he acabado pero creo que con esta tormenta lo más seguro es que me quede a dormir fuera… Sí, tranquila, volveré mañana temprano… Oye, ¿has escuchado las noticias? ¿Has oído lo del preso que…? ¿Sara? ¿Me oyes?
El teléfono había agotado su batería y la llamada se había cortado. Andrés no había dado importancia al principio a la noticia de la fuga de aquel hombre de la cárcel. Según habían dicho, podía encontrarse por la zona donde él estaba en ese momento, incluso cerca de su propia casa… “Tranquilo, no va a pasar nada”, se dijo, a la misma vez que entraba en el interior del edificio.
La estancia estaba dominada por una total quietud. Ante los ojos de Andrés se extendía una pequeña sala iluminada por la débil luz procedente de dos lámparas situadas en la pared frontal. Bajo éstas, un polvoriento mostrador con un pequeño timbre en un extremo. Justo a su izquierda, unas escaleras que conducían piso arriba, y más a la izquierda aún, un hueco en el que debía encajar una puerta que no existía, a través del cual se veían unas cuantas mesas flanqueadas por varias sillas.
-¿Desea algo?
Aquella tierna voz procedente del mostrador sobresaltó a Andrés. Era una especie de susurro, suave, dulce, cálido,… un murmullo que envolvió su mente lenta y sosegadamente, pero que a la misma vez hizo que un repentino escalofrío le recorriera de pies a cabeza. Hasta el momento, no se había percatado de la presencia de otra persona. Allí, mirándole fijamente, había una mujer de pelo y ojos muy oscuros, penetrantes… una mirada que se clavaba en la de Andrés, y que parecía poder ojear en su interior. Llamó también su atención el color de su piel… su cara… estaba bañada por una extrema palidez… una palidez que le hizo estremecerse de nuevo…
-¿Señor? ¿Está bien? ¿Puedo ayudarle en algo?
Andrés, petrificado e incapaz de reaccionar, sacó fuerzas de donde pudo para emitir una respuesta:
-Sí, deseo una habitación para pasar esta noche.
Unos pasos procedentes de las escaleras desviaron la atención de Andrés. Bajando por ellas apareció un anciano, que se acercó hasta situarse justo a su lado. Cuando miró de nuevo al mostrador, aquella mujer ya no estaba. Simplemente, desapareció.
-¿Desea una habitación señor? –preguntó el anciano.
Andrés fue incapaz de articular palabra alguna. Aún se encontraba observando fijamente el mostrador. “¿Cómo es posible? Ha tenido que entrar y salir por algún sitio. No puede haberse desvanecido sin más…” Tras unos segundos, agitó lentamente la cabeza indicándole al anciano que le condujera a una habitación.
Comenzaron a subir las escaleras en total silencio. Un silencio que sólo se rompía cada vez que los pies de ambos se apoyaban en los escalones. De repente, Andrés detuvo sus pasos, y dirigió su atención hacia un cuadro colgado de la pared, el único que había en todo el edificio. Era un retrato que representaba a una mujer. En el dibujo aparecía con el pelo más rubio y la tez más oscura, pero aquella mirada era inconfundible. Sin duda era la mujer que hacía unos instantes le había atendido desde el mostrador.
-Perdone pero, ¿quién es esta mujer?
El anciano se detuvo y miró con cierta curiosidad a Andrés:
-Esa, señor, es la fundadora de este humilde hostal y la persona que le da nombre, Juana Rangel.
-¿La fundadora? ¿Y aún trabaja aquí?
-¿Cómo dice, señor?
-Sí,… ella me ha atendido antes de que usted bajara…
El anciano soltó una risotada:
-Tranquilo, no ha sido usted el primero.
-¿Cómo? ¿Qué quiere decir?
El viejo recepcionista se acercó, cogiéndole por un brazo:
-Señor, la señora Rangel es la fundadora del hostal. Lleva 23 años muerta…
-¿Qué? ¿Qué está diciendo? ¡Yo la he visto hace un momento ahí abajo!
-Escuche, señor. El hostal Rangel sufrió un incendio hace 23 años. Todo el mundo pudo salvarse, pero la señora Rangel… Ella decía que esto era lo único que tenía, y decidió quedarse aquí, decidió no sobrevivir. Más tarde se pudo salvar el edificio. Muchos decían que fue un milagro… Desde entonces no han sido pocos los que dicen haber visto a la señora fundadora rondar por estos pasillos… Yo nunca la he visto pero, ya le digo, no ha sido usted el primero…
***FIN DE LA PRIMERA PARTE***
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