EL AVISO – PARTE 2

Andrés se dejó caer sobre las crujientes sábanas de la cama, en la pequeña habitación a la que le había conducido aquel anciano. No podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Miró por la ventana que había a su izquierda, como había hecho antes en su coche. Aún llovía con fuerza… “¿Lleva 23 años muerta? Pero… yo la vi… me habló…”

Tuvo que ponerse la chaqueta, aún húmeda, que había colgado al entrar sobre una silla situada cerca de la puerta; de repente, había comenzado a hacer mucho frío allí dentro. Andrés examinó la estancia, para asegurarse de que el aire no pudiera entrar por ningún resquicio. Era extraño, sólo había dos ventanas, la que ya había visto y la del pequeño cuarto de baño, y ambas estaban totalmente cerradas. No había ninguna rendija más que la corriente helada del exterior pudiera atravesar.

Al volver a la cama, decidido a intentar dormir y poner fin de una vez a aquella noche que presentía se le iba a antojar interminable, comprobó algo que hizo que una inicial sensación de inquietud tras lo ocurrido con aquella mujer se tornara en terror. Había algo en la cama que, sencillamente, era imposible que pudiera ocurrir. Allí, justo donde él había estado tendido unos instantes antes, podía ver cómo las sábanas se movían lentamente, cómo el colchón se hundía por el peso de alguien que se había tumbado. Alguien a quien no podía ver…

Casi instintivamente, Andrés salió de la habitación, bajó las escaleras y se dirigió al coche. De la guantera cogió una pequeña grabadora que siempre llevaba allí guardada. Lo cierto es que no creía demasiado en ese tipo de cosas, siempre se había mostrado escéptico ante esos temas, pero, no sabía muy bien por qué, en ese momento había recordado que una vez oyó hablar en la radio a unos periodistas que afirmaban haber recogido sonidos extraños con un magnetófono en un viejo hospital abandonado. La grabación era de baja calidad y al principio resultaba difícil, pero, con atención, se podía distinguir la voz de una persona intentando decir algo… una voz como salida de ultratumba… “¿Cómo lo habían llamado? Ah, sí, una psicofonía…”

Comprobó las pilas y vio que había una cinta metida. La rebobinó y grabó unas palabras. Todo estaba en orden.

Entró de nuevo al hostal y fijó su mirada, otra vez, en el mostrador. Salvo esto último, allí ya no había nada que las lámparas pudieran iluminar. Tampoco quedaba ya rastro del anciano. Repentinamente, recordó: “No ha sido usted el primero…”, le había dicho aquel hombre. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Seguro que los demás huéspedes podían ayudarle. Desesperado por encontrar de una vez a alguien corriente, comenzó a llamar puerta por puerta en el primer piso. No obtuvo respuesta alguna. Casi histérico, subió al segundo y último piso donde probó de nuevo con todas las habitaciones hasta llegar a la suya. Nada. Él era el único huésped en aquel hostal, que cada vez le parecía más espeluznante.

De nuevo en el interior de su habitación, Andrés constató que el frío se había apoderado por completo de la estancia. Además, y era lo que más le inquietaba, podía sentir la presencia de aquella persona, o lo que fuera, cuyo peso había hundido antes el colchón, pero que era incapaz de ver; en definitiva, algo que no estaba allí, aunque Andrés lo percibía como si se encontrara justo delante de él, observándolo…

Miró su reloj de pulsera, eran las dos de la madrugada. Sin más dilación, y con la grabadora aún en la mano, se metió entre las sábanas de la cama para intentar combatir el intenso frío que le helaba hasta los huesos, pulsó el botón de REC y esperó…

***FIN DE LA SEGUNDA PARTE***

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