Y allí estaba yo. Recuerdo que, igual que siempre, el entorno era calido y se estaba muy a gusto. Desde hacía pocos días, Mozart y Beethoven habían dejado de sonar al otro lado de la ovalada pared que me protegía, y era es que algo pasaba. Cuanto mas grande era yo, mas gente pegaba su oreja en la pared, a lo que yo solía responder exigiendo respeto y descanso, todo desde el cariño. Inexplicablemente, aquel día todo se tornó frío. Si, como si el invierno hubiese invadido la estancia. Todos los de fuera parecían mas excitados y felices, pero ese día, fué el peor de mi vida. Doy fé y lo mantengo. Primero, pude presenciar como el liquido que había sido mi unica compañía, a parte de los ya nombrados Amadeus y Ludwig, se escapaba de la instancia, dejandome solo ante el peligro e instandome a que siguiera el mismo camino. Mas por unos segundos pude agarrarme la jugosa carne que me rodeaba. No pude resistir mucho tiempo mas en aquella posición así que abandoné y me deje caer por una horrible senda cuyo final no era otro que una horrenda y cegadora luz transparente. Una descomunal mano plagada de vello tiró de mi cabeza sin delicadeza alguna hasta tal punto que casi me la arranca, o esa fué mi impresión. Mi cuerpo entero salió de lo que había sido mi hogar y que no lo sería nunca más. Una mujer lloraba de dolor mientras un hombre intentaba consolarla y aquel queme había agarrado segundos antes me levantó y me dió un duro golpe en el trasero. Ante tal infernal situación y deseando que todo se tratase de una pesadilla, no me quedó otra que imitar a mi madre y echarme a llorar desconsoladamente.

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