El sordo, el ciego y el mudo
- publicado el 29/09/2009
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Diario de un condenado parte 1
Desperté en la soledad de mi celda, y descubrí la luz de la Luna que se filtraba por las rejas de mi habitación, siendo un gran placer en el mundo de tortura en el que me hacían arrepentirme día tras día del gran crimen cometido, la matanza de mi bella mujer a las escasos veintidós años. No había sido el asesinato de un psicópata enfermo que disfruta de la muerte ajena, había sido el arrebato de locura del hombre que descubre que su mujer no es fiel al compromiso eclesiástico. De todas formas, el tribunal había dictado sentencia, y a mis cincuenta y cuatro años aún seguía cumpliendo la cadena perpetua impuesta hacía treinta y uno.
No contaba con el apoyo de nadie, y la amistad con el resto de presos me resultaba intolerable, por eso había pasado mi tiempo entre libros, y realizando el duro trabajo de la que ahora consideraba mi única casa, la prisión.
Traté de encontrar el sueño, pero los gritos que entre llantos, un nuevo recluso dirigía a su madre, me taladraban el celebro y me impedían relajarme.
Pero mi vida era un castigo para alejarme de la sociedad, por el peligro que represento para ella según el juzgado que decidió sobre mí, la prisión no era un lugar en el que yo mismo pudiese analizar lo que había hecho, la edad me había enseñado eso, no la meditación.
Decidí que no merecía la pena tratar de dormir, y saqué el libro que esa mañana había encontrado en la biblioteca entre un montón, y que según el bibliotecaro, era una reliquia que llevaba en esa prisón desde casi su inauguración.
No lo abrí allí, pues gustaba de disfrutar cada libro desde su apertura en la soledad de mi celda, donde ningún otro ser humano pudiese interrumpir mi concentración en lo que leía.
Descubrí que aquella «vieja reliquia», no era más que los datos de un montón de presos que fueron ingresados a partir de la apertura de la prisión sesenta años atrás.
En mi decepción entre en cólera y maldije al biblioteacario, mas cuando me disponía a lanzar el libro lejos de mí, vi algo que cayó de él: una serie de papeles doblados en los que se veía el paso de los años, marcados por el color y el desgaste.
Los abrí con cuidado descubriendo que se tratataba de una especie de diario que me dispuse a leer:
«Mi nombre es Jack Green, soy periodista- decía el texto- tal vez ahora sea famoso, con mi última publicación en la que destaco la posible relación del contrabando de armas con un importante ministro. Si eso es así tal vez la influencia del pueblo obligue al presidente a sacarme de esta celda y retire mi sentencia de muerte por esos malditos crímenes que yo no he cometido. ¡Por Jesucristo! ¿A quién se le ocurre pensar que alguien como yo va a ir por ahí desvirgando chicas para luego quemarlas? No entiendo bien que han podido sospechar de mí para cargarme con esos crímenes, pues ni siquiera han tenido la consideración de decirmelo… ¡Malditos!»
En ese momento acaba el primer papel, y rápidamente me dispuse a leer el siguiente:
«Ayer se acercó el carcelero y por eso dejé de escribir, no se que haría si me descubriese con ellos, aunque supongo que sencillamente los quemaría y me privaría de este bien tan preciado que conseguí a cambio de unos pocos cigarrillos. Me invade el miedo a menudo en este horrible lugar, y más ahora que he conseguido unas terribles noticias a manos del chico del que también obtuve los papeles… He sido informado de que el presidente ha mandado quemar todo mi trabajo, y ha anunciado el día de mi muerte, pasado mañana a las dieciocho horas, en la horca. Además, ha decidido que unos crímenes tan terribles como los que supuestamenete he realizado, merecen también el peor de los castigos, y asimismo, mañana a las quince horas seré testigo de otra defunción igual que la mía para poder mirar a la muerte a los ojos, acercándose a mi a paso acelerado… Sólo me queda rezar y ver al cura el día de mi condena, al que espero convencer de mi inocencia para obtener su intercesión ante Nuestro Señor.»
Así acaba el segundo papel, observé conmocionado que sólo quedaba uno, y obligué a mis cansados ojos, por la lectura en la penumbra, a hacer un último esfuerzo:
«Hoy he descubierto la miseria humana, he sido testigo de su crueldad y su vil organismo del terror, la pena de muerte.
No os podéis imaginar lo que es acudir de público a uno de estos actos… Y menos aún en mi situación. Vi como se realizaban todos los tramites, y observé que no le daban importancia; ninguno sentía un ápice del nerviosismo y el terror que yo sentía en mi interior. La muerte de esa persona no era para ellos más que trabajo, y no veían ningún escándalo en privar a alguien de su vida… Siempre que así lo dictase la Ley, por supuesto.
Observé como el condenado entraba en la sala, y miraba hacia los lados con la cara de terror mudo que una oveja dirige a un lobo o un ratón acorralado a un gato… Y en ese instante se puso a gritar: -¡No pueden hacerme esto! ¡NO!… soy inocente… ¡Soy inocente!… Yo no maté a aquellos ancianos… ¡NO!- Comenzaron a hacerle subir las escaleras de la horca y ese momento sus gritos dieron paso a incoherencias sin sentido que perforaron mi alma, pero no dejaron secuencia en ningún otro de los presentes.
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No está nada mal, y espero con ánsias la parte 2, pero le recomiendo revise los textos ántes de publicarlos, le faltan algunas conjunciones y comas, per aparte de eso es un muy buen relato….
¡BIENVENIDO! y siga escribiendo.
yo esto lo he leído ya, ¿no? ¡Sube el dibujo!
espero un final imprevisible aqui tambien. que sera, sera??
y como dice zadel88, revisa el texto que hay algunas faltillas 😉
Gracias por avisar, ya lo he retocado un poco, y sí lascivo, éste fue el que te empecé a enseñar, pero no te lo leíste entonces, y espero que ahora sí lo hagas…
Qué sorpresa la del recluso al encontrarse semejante reliquia, a ver cómo sigue!
creo que la primera frase está mal redactada (no la entiendo). Y… ¡obeja! Pero creo que es una buena historia. Sobretodo los papeles que se encuentra, me ha recordado a V de Vendetta. Chachirrelato