Y AHÍ ESTÁS
- publicado el 19/02/2014
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James
– ¡James!, ¡Joder, James! ¿Qué cojones está sucediendo ahí?
Los gritos del sargento Vicary quedaban entrecortados por las ráfagas de disparos. Avanzó a través del complejo abandonado. Las paredes, a medio caer, dejaban a la vista cables y conexiones de todo tipo; el suelo, levantado en muchos lugares, sostenía una gran cantidad de polvo de escombros y restos de la construcción. No había demasiados muebles, y los que quedaban, estaban en su mayor parte destrozados.
De nuevo, disparos.
– ¡Maldita sea! – dijo una vez más – ¿quieres contestar, James?
Se colocó de espaldas al lado del hueco de una puerta. Con un rápido vistazo se aseguró de que estaba despejado, después hizo una seña con la mano para que los dos soldados que le seguían avanzaran hasta su posición. El silencio era casi más incómodo que los disparos. Lo único que rondaba por la cabeza de Vicary era saber si James aún vivía.
– James, ¿James?… – llamó en vano una vez más.
Se internaron en otra habitación, luego en otra, y así sucesivamente. Los disparos parecían cada vez más lejanos, pese a que ellos avanzaban en su dirección. Ningún rastro de su compañero.
El sudor resbalaba por la cara del sargento, se acumulaba en la nariz, y después caía con un ruido sordo, en forma de gota, sobre el suelo polvoriento.
De nuevo contra una pared. El rifle en alto. Las miradas de los soldados clavadas en él, expectantes, obedientes, confiadas. Tantas vidas en sus manos. Y ahora parecía que una quería escaparsele.
– Soldado, conteste, ¡conteste, maldita sea! ¡Es una puta orden! – El intercomunicador permaneció mudo. El silencio de la estancia quedaba roto únicamente por el movimiento de sus botas, la respiración nerviosa de los soldados, y alguna bala perdida en busca de un corazón desesperado.
Vicary avanzó, seguido de cerca. La nueva estancia era mucho más amplia que las anteriores. Parecía un gran almacén. Enormes montones, apilados por toda ella y cubiertos por lonas, escondían secretos bien guardados que esperaban nuevos descubridores ansiosos de riquezas. Vicary no era uno de ellos, lo único que quería era encontrar a James y volver a casa. Le había prometido que le sacaría de allí. Sólo era un crío.
El sargento se pasó la mano por la cara, restregando así toda la suciedad acumulada con la sangre y el sudor. Estaba cansado. Estaba cansado de buscar la senda de la autocompasión, del autodescubrimiento y de la deshumanización. Estaba cansado de la puñetera guerra. Estaba cansado de tener miedo. Y, sin embargo, no podía mostrar signos de flaqueza. La determinación del resto dependía de la suya propia. Cerró los ojos unos segundos, se concentró en su objetivo, y avanzó a tientas a la oscuridad de una nueva sala. De nuevo su mano marcó el camino a aquellos que tan bien guardaban su espalda.
Demasiado silencio. Ninguna bala en los últimos minutos. ¿Estaría James muerto? ¿o simplemente también estaba cansado y simplemente había decidido tirar el arma y contentarse con aceptar su destino?… El destino de todos.
Dio otro paso. Un tintineo desvió su atención. Después un ruido ahogado y movimientos descoordinados.
– ¡Granada! – gritó uno de sus hombres.
Pero para Vicary ya era tarde. Nunca cumpliría su promesa. Nunca encontraría a James. El viejo sargento cerró los ojos una vez más, pero ésta vez,… rezó.
- Amont – Capítulo 5 - 23/12/2010
- Amont – Capítulo 3 - 09/12/2010
- Encerrados - 19/11/2010
uoooh, me encanta la repetición del antepenúltimo párrafo («cansado de…»), le da mucha vida al final del relato.
Oye, y la granada explota? implota? preplota? postplota? subplota? superplota? plota? aplota?
Por cierto, al final del segundo párrafo «de nuevo, una nueva ráfaga». Cómete la cabeza y busca un sinónimo de nuevo, anda. O mejor, pon esto: «de nuevo, nuevamente una nueva ráfaga nueva. ¡Oh, novedad!». XD
Gracias.
Explota.
Ahora lo cambio.