Recuerdos de familia (prólogo)
- publicado el 29/08/2009
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La última noche del asesino parte 2
Entré tranquilamente y dije en recepción que venía a buscar a una amiga, que no, no necesitaba ayuda, que sabia en que habitación estaba, gracias. Me dirigí hacia el ascensor y cuando estaba a unos metros de encamine él, las puertas se abrieron y aparecieron dos botones riendo y charlando. Me sonrieron y yo les devolví la sonrisa. Todo seguiría igual para ellos.
Bien, manos a la obra. Con los años y la práctica me había hecho un experto en abrir cerraduras, así que abrir la minúscula cerradura que le daba acceso al ascensor a los últimos pisos (las suites más lujosas) fue extremadamente fácil. unos segundos después el ascensor empezaba a subir con un sacudida.
Las puertas del ascensor se abrieron de nuevo, pero esta vez daba a un pasillo que terminaba en unas puertas de doble hoja. Caminé hacia las puertas con mi paso decidido habitual mientras sacaba mi arma y le colocaba el silenciador. Cuando me encontré frente a ellas las abrí de una patada (como lo haría cinco años después).
En el segundo en el que las puertas se abrieron por completo una bala paso silbando junto a mi oreja derecha –“afortunadamente no era una escopeta porque en ese caso habría perdido un lado de la cara”, pensé–. Me pegué contra la pared.
–No la matarás –gritó uno de los dos hombres que habían disparado y que ahora estaban frente a mí. Vestía de negro de pies a cabeza y era fornido. Un guardaespaldas sin duda.
–Váyase asesino –dijo el otro. Intentaba parecer rudo sin lograrlo. Era inofensivo aunque portara un arma.
No dije nada. No había venido a hablar.
Y al parecer ellos también habían terminado con la conversación porque ambos levantaron sus armas hacia mi cara.
Los cinco segundos que siguieron a ese momento serán un misterio para esos dos hombres. Cuando el de la derecha, el guardaespaldas, cayó hacia atrás con una expresión de perplejidad en el rostro y un hueco en su camisa a la altura del estomago; el otro titubeó, y esa fue su ruina. Le disparé en la frente, justo entre los ojos. El pobre diablo fue a caer junto al inútil guardaespaldas.
–¡No! –gritó alguien desde dentro de la habitación.
Y ahí estaba mi objetivo. Una mujer de 34 años, a pesar de todo atractiva con su largo cabellos negro enmarcando un rostro anguloso dominado por unos ojos verde pálido. Su vientre se veía un poco abultado, pero no le puse atención.
Sin pensarlo dos veces y sin dejarla decir nada algunas últimas palabras le dispare en el pecho y me di la vuelta rápidamente listo para irme de ahí los más rápido posible. Todos esos disparos debieron de haber alertado a todo el personal. En ese momento ella habló.
Mí… bebé…
–Y así te quebraste, que patético. Dos vidas por el precio de una, ero fue todo. –dijo Alicia en tono burlón–.Pero continuaste trabajando otros cinco años. Esa fue tu perdición, quizá si los hubieras dejado…
No, no era eso lo que Alicia había dicho. Ella dijo: “Haga lo que tenga que hacer y lárguese”. Quizá pensaba que solo era un ladrón, pero se equivocó. Cubrí los dos metros que nos separaban, saqué mi cuchillo y le hizo un amplio corte en el cuello. Alicia cayó de bruces intentando detener el sangrado. Por supuesto no logró.
Así que estaba sentado en el charco de la sangre de mí ultima víctima, Alicia Winters. Sin embargo, ella ahora estaba junto a mí; sus labios pegados a mi oreja y mi cuchillo apretado contra mi cuello.
Adelante, asesino, hágalo. Solo duele un poco al principio –murmuró Alicia a mí oído, no había vida en sus palabras ni aliento en su voz–. Ya se lo puedo decir yo.
–Sí.
Entonces el cuchillo se deslizo rápidamente por mi cuello. Alicia no mentía. Solo dolía al principio. Mi vista se oscurecía poco a poco. “La muerte viene a por mi alma”, pensé. “Bueno, eso no estaba tan mal”.
–Lo escucha, señor asesino –Alicia reía–, es su espíritu, quebrándose. ¡Crac!
Eso ahora no importaba. Ahora todo estaba bien.
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