Amor prohibido.
- publicado el 21/08/2008
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Señor Hernández
Después de una ducha fugaz, puse el i-pod en la mini-cadena y empecé a escuchar todo el repertorio de música instrumental de mi grupo favorito, The Corrs. Mi cuerpo se movía solo, y a ritmo de las notas que de sus instrumentos salían, fui a mi vestidor en busca de la ropa que utilizaría esa mañana.Una falda tubo de Amaia Arzuaga, una blusa de la misma diseñadora, y unos zapatos de tacón que firmaba Jimmy Choo.Todo en conjunto, hacía que pareciera una estupenda ejecutiva de una importante empresa.
Cuando terminé con mi vestuario,comencé a elegir las armas para ese día. Abrí un cajón, y, utilizando su lateral, hice que se abriera un sobre-fondo que se encontraba detrás de mi colección de zapatos. Allí, junto a sus cargadores, se encontraba mi revólver favorito, aquel que era una copia exacta de los causantes de la muerte de los señores Black y Smith. Los puse en mis pantorrillas gracias a las cintas con las que siempre ataba mis armas. Cogí dos puñales que metí en un maletín porta-documentos que utilizaría para mejorar mi disfraz.
Ya tenía todo preparado, salí de mi vestidor, me acerqué a la mini-cadena, cogí el i-pod y lo apagué. Me acerqué a mi cómoda del dormitorio, y me puse el primer Rolex que Bastien me regaló. Después de ponerme un collar con unos pendientes a juego, cogí mi teléfono móvil y llamé a un número que conocía bastante.
-¿Bastien?-pregunté cuando supe que me había cogido la llamada.
Y un minuto después, sentí como alguien abría la puerta de mi loft, subía la escalera, y, a la vez que yo giraba mi cuerpo, rozaba mis labios con los suyos. Después de un largo beso, comenzó a hablar:
-Está preciosa, My lady- Dijo entre una de sus sonrisas favoritas.
-No tanto como tu, My lord-Contesté jugando como el con el inglés.
-¿Todo listo, Sasha?
-Por supuesto.
Salimos de mi casa, la cual, probablemente, no visitaría hasta pasados unos meses. Llamé al ascensor de mi portal, y bajamos hacia el garaje, donde un bonito biplaza nos esperaba para poder comernos las calles de Salamanca.
La ciudad de las letras por excelencia, nos abría paso en una mañana fría del mes de febrero. Cuando llegamos a nuestro destino, una empresa cercana a la Plaza Mayor, le dije a mi acompañante.
-No tendrás que esperar mucho.
Salí del coche, cogí mi maletín, y caminé hacia mi destino. Antes de entrar en el portal de la empresa en la que quería entrar, miré hacia ambos lados de la acera sin saber porqué.Toqué el timbre, y llegué al ascensor en el cual tuve que meter la tarjeta para poder subir.
Cuando llegué a la última planta, supe que mi plan estaba saliendo con el éxito requerido.Antes de entrar en su despacho, su secretaria me preguntó:
-¿A qué se debe su visita?
-Vengo a ver al señor Hernandez.
-¿De parte de quien?
Me estaba haciendo perder la paciencia la señora secretaria. Cogí mi revólver de debajo de la falda y se quedó blanca de la impresión.
-No me ma….
No le dejé terminar la frase. Antes de que pudiera decir su última palabra, una bala atravesó su cara entre ceja y ceja eliminando su vida al instante, y sin el menor ruido, puesto que mi revólver, para esa ocasión estaba vestido con un estupendo silenciador.
Pasando por encima del cuerpo inerte de la última víctima de mi arma, abrí la puerta del despacho de la persona que esta vez realmente me interesaba, el hombre que suponía mi objetivo.
Cuando entré por la puerta, dos guardaespaldas intentaron bloquear mi camino sin éxito, puesto que recibieron dos balazos exactamente iguales al que recibió la secretaria. Y ante mí se encontraba el señor Hernández. Pero, sin previo aviso, desapareció por una trampilla que se encontraba oculta detrás del respaldo de su silla.
Como no, yo sabía la respuesta a esa actuación. Salí corriendo hacia la Plaza Mayor, en la cual, a esas horas de la mañana, no había casi nadie. Cuando llegué, un pequeño ejército fue cerrando cada uno de los arcos, lo cual hacía que mi escapada fuera imposible.
En ese momento, el rugido de un coche hizo que mi sonrisa floreciera y que supiera exactamente como matar al señor Hernández.
Ante la llegada de mi deportivo, mi víctima dejó desprotegido su cuello por un instante.
-Uno menos-Grité enérgicamente, a la vez que una bala de plata reventaba la laringe de Hernández.
Después todo sucedió muy deprisa. Bass se acercó a mi con el coche y monté en el. Los guardaespaldas se nos echaron encima, y, con ayuda de nuestras armas, fuimos abriéndonos paso.
Salió escopetado hacia uno de los arcos, y pronto nos encontrábamos en la Rúa Mayor. Cuatro Hummer H1 nos persigieron entonces, mientras que seguíamos nuestro empeño por bajar. Seguimos la calle Tente Necio hasta llegar al Archivo de la Guerra Civil, y bajamos esa calle hasta toparnos con el Puente Romano.
Nuestros perseguidores aparecían por todas las direcciones, y los cuatro perseguidores se multiplicaron hasta ser ocho. Las balas intentaban penetrar nuestra carrocería, la cual era, por motivos obvios, brindada hasta los dientes. Nosotros seguimos nuestro camino por el puente de hierro y llegamos al Barrio San José, el cual dejamos de lado al subir la cuesta que nos llevaba hasta el cuartel de la Guardia Civil y después a la autovía.
Llamé por teléfono a mi secuaz en esa ciudad.
-Kurt, extiende las cadenas de clavos después de que pasemos la rotonda de Montalvo y tiremos en dirección Madrid.
Colgué el teléfono sin darle tiempo a responder.
-Bass, aumenta la velocidad.
Cuando llegamos a la autovía en dirección Madrid, mi secuaz cumplió mi mandato, y cinco de los ocho Hummer nos dejaron de perseguir. En plena carretera, saqué de debajo del asiento de Bass una escopeta, y, abriendo la ventana y sacando medio cuerpo, lancé dos tiros a las ruedas del primer Hummer, el cual, chocó contra el guarda raíles.Ya solo me quedaban dos coches que vencer.
En ese momento, el mercedes de Kurt apareció detrás de los Hummer, y lanzó un escopetazo a uno de los coches. Con tan mala suerte, de que el que recibió el disparo, colisionó contra el otro perseguidor, los cuales empezaron a arder.
Kurt los esquivó y nos siguió. En el siguiente área de descanso, le dimos las gracias por todo acompañadas de un maletín lleno de billetes color mostaza.
Cambiamos de coche, haciendo, como siempre, desaparecer el deportivo utilizado en nuestras especiales aventuras.
Salimos directos a la T4, facturamos nuestras maletas en la parte Bussines Class, y embarcamos con el tiempo justo como para volar en una hora.
Nuestro vuelo nos llevó a Praga, ciudad en la que tomaríamos un descansillo.
- Salvaje - 01/04/2012
- cuatro - 20/06/2011
- A menudo pienso en llorar - 15/05/2011
Escribes muy bien, aunque el argumento no sea de los que más me gustan (a mí personalmente el género de acción me deja frío). Pero creo que has logrado dar a luz un muy buen relato.
Un saludo!
Muchiiisimas gracias lascivo, enserio, comentarios como este hacen que merezca la pena escribir,
nos leemos¡¡