Circular para las secretarias de la empresa.
- publicado el 20/10/2013
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Odile
Su nombre era…
Yago, el arrebatador, de origen bíblico. Creo que es un variante de Santiago, el apóstol, pero no lo sé con exactitud.
Y tampoco es que me interese confirmarlo.
Ahora mismo estoy bastante ocupada terminando el poco equipaje que arrastraré conmigo hasta Dios sabe cuando.
Doce braguitas.
Tres pares de sujetadores.
Tres pantalones vaqueros.
Ocho camisetas (las que fui a comprar con Rosa)
Nueve pares de calcetines.
Dos camisones.
El libro de Onomacritos.
El manual de brujería básica que me regaló Antonio esta mañana.
Y por último… la estaca de mamá. El único presente que he recibido de ella desde que tengo uso de razón… y es curioso, porque la mayoría de las madres regalan a sus hijas cosas más femeninas, bonitas y corrientes… Pero mi vida no es nada corriente. Mi estilo de vida se escapa de vuestra imaginación .Porque ahí donde me veis caminando por la calle con mi uniforme escolar, con pintas de niña rica, soy hija de una Exterminadora. Es decir, la hija de una Primogénita de Dios. Por esa razón, mi vida no es nada ordinaria, y mucho menos aburrida.
Ser hija de una Exterminadora implica muchos inconvenientes por el rollo ese de llevar la sangre de Dios en las venas y que los demonios quieran arrebatarte la Esencia. Esa es la razón por la que estoy haciendo la maleta. Mamá dice que las cosas se han puesto muy feas, y sobre todo para los hijos de los Exterminadores.
– Odile, él ya está aquí.
Ha llegado el momento. Él ha llegado. Es hora de abandonar estas cuatro paredes que me han protegido durante estos diecisiete años.
Ser un Exterminador y un Cazador no es lo mismo. Los Exterminadores son los Primogénitos de Dios… los Cazadores son sus caballeros.
La diferencia entre ellos solo se halla en el privilegio de su nombre y en su sangre. Por eso estoy en peligro… y porque soy una de los pocos descendientes de Dios que queda con vida. Pero yo creo que hay algo más… si quedan tan pocos como yo… es porque tengo algo que ellos quieren.
Nadie me da respuestas.
Y menos él.
Mi “protector”.
Si crees que los ángeles (nosotros los llamamos caballeros, es más correcto) son unas criaturas bellas y elegantes estás totalmente equivocado. Pueden ser criaturas atractivas, pero son tan corrientes como tú y como yo. Lo comprendí en el mismo instante que vi a Yago. Nunca te llegarías a imaginar que es un caballero (aunque tampoco te llegarías a imaginar que los ángeles existen)
Por la madurez de su rostro, el muchacho rondará sus veinte años. Es dueño de un moreno exótico que contrasta con unos ojos azules y adormilados. Cada extremo de su fino labio inferior está adornado con un arito plateado. Su pelo, de un castaño claro, parece sedoso salvo por la parte trasera, donde tiene incrustadas tres rastas que le caen sobre una espalda gruesa. Su vestimenta es ancha, gruesa y desenfadada. Me recordaban a uno de esos “progre” que tanto le gustan a mi amiga Ania, de esos que solo ves en los festivales hippies.
Yago, mi protector, camina junto a mí, con mi mochila colgada al hombro. No te confundas. Cuando te dije que no parecía un ángel no solo fue por las apariencias, sino por la forma en que caminaba arrastrando los pies, la forma tan obscena de masticar el chicle que llevaba en la boca y su indiferencia ante mí… su responsabilidad.
No hablamos absolutamente de nada en todo el trayecto… y eso que cogimos un taxi y el metro. Ni siquiera hizo un comentario cuando un transeúnte, un hombre trajeado, le miró despectivamente de arriba abajo.
Finalmente, llegó el momento en que me dirigió la palabra. Nos encontrábamos dentro del segundo tren que habíamos tomado aquella noche de luna llena. En seguida comprendí porque no me había dirigido la palabra en todo el viaje cuando me percaté que no había ni un alma (literalmente) en el vagón:
– Tenemos que hablar – su voz era ronca, pero arrastraba las palabras.
Aquella iba a ser la primera vez que yo también le hablaba… y fue la primera vez que nuestros ojos se encontraban… Su forma de observarme no era tan diferente a lo que le rodeaba… pero que lo hiciera, de alguna manera, me hacía sentir segura. Tal vez esa aura de despreocupación que desprendía fuera la causa de ello:
– ¿De qué? – fue una pregunta absurda, lo sé… pero yo aun me encontraba desconcertada por la situación.
Era para estarlo. No se tú, pero a mi me impactó que de un día para otro me dijera mi madre que tenía que hacer las maletas sino quería morir en manos de Dios sabe quién.
Mi “protector” desvió la mirada, fijándola en la cortina de edificios que desfilaban al el ritmo del lanzado trayecto del vagón:
– Odile ¿No? – asentí aunque no me estuviera mirando – Como sabrás, mi nombre es Yago y seré tu protector hasta que “Él” – alzó brevemente la vista – lo decida. No es que me haga mucha gracia esta situación pero me imagino que a ti tampoco… por eso de que tu y yo no nos conocemos. Así que para que esto sea más llevadero harás todo lo que yo digo… porque como habrás comprobado mi seguridad es una de mis tantas virtudes que me han sacado de muchos líos durante estos veintitrés años.
Ah, se me olvidaba explicaros otra diferencia entre los Exterminadores y los Cazadores. A diferencia de los segundos, los primeros son inmortales.
Seguí escuchándole:
– Si tienes alguna duda sobre mis capacidades como Cazador te prometo que te las demostraré cuando quieras. – me encogí de hombros, era evidente que sus capacidades eran indiscutibles, sino, Él no le habría encomendado esta misión – Sin embargo, yo tengo una duda respecto a las tuyas.
Nuestros ojos volvieron a encontrarse… no sabría describir lo que se veía en la mirada de Yago:
– ¿Cómo es posible que seas una descendiente de Dios y no te inquiete que nos estén observando?
Su pregunta fue como una patada en el estómago, de esas que te pillan por sorpresa. Aun así, la reflexioné antes de abrir la boca. Verás, uno de nuestros tantos dones, aparte de ver a las almas en pena, es nuestro sexto o séptimo sentido para percibir a los demonios. Ambos bandos tenemos eso en común… por eso siempre tenemos que estar alerta… Pero yo… llevo tanto tiempo encerrada y protegida que a veces me cuesta percibir el aura de un demonio. Supondrás que no es difícil porque ellos tienen la fama de ser seres malignos… pero te aseguro que el aura de un humano y un demonio no es tan distinta. ¿Alguna vez has oído esa famosa frase de Rousseau? Pues tacha sociedad por demonios y comprenderás a lo que me refiero.
No sé si Yago era totalmente consciente de mi situación, a la protección que se me fue impuesta desde que nací. Simplemente dijo:
– Ahora mismo aparecerá un demonio por esa puerta – la señaló con la cabeza – y quiero que permanezcas sentada pase lo que pase… y si pasa algo que ponga en peligro mi vida (cosa que dudo) podrás sacar la estaca que llevas en esta maleta – ¿Cómo lo habrá sabido? – ¿Entendido?
Asentí, intranquila, inquieta. Seguramente Yago os parecerá un chulo. A mí también, pero como ya os he dicho, si le han elegido para esto es que sabrá hacer su trabajo. Mi vida está en sus manos.
La muerte no es algo que debamos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte lo es, nosotros no somos.
Antonio Machado
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