-EXSCIND- Memorias de un mago
- publicado el 04/09/2020
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Derrota y Victoria
Un año un tanto oscuro para la humanidad, el futuro de la historia pendía de un hilo y el mal para unos, la gloria para otros, se identifica por el mismo símbolo y seña.
La nevada estepa se mostraba tan inmutable como siempre aparenta a primera vista, pero alguien ya algo añejo tan acostumbrado a ella como el Comisario Vorobiov sabía diferenciar esos detalles y pequeños cambios a lo largo de las horas. La estepa estaba hoy intranquila, algo se lo decía, la manera en que el viento se mecía y el olor que traía le hablaban del seguir de las desgracias que aún abatían sus tierras esas semanas. El ataque aún duraba pero ya se le notaba pronta su muerte; su finalización por parte de los testarudos ofensores.
Vorobiov miró hacia atrás y los vio, a los soldados escuchando al Sargento Maestre Lébedev que se mostraba más pesimista que positivo en sus palabras de ánimo. Una vez terminó, los soldados se acomodaron alrededor de la pequeña hoguera para terminar la cena y pegar un par de tragos de Vodka, lo suficiente como para despertar pero no para perder el miedo; no era momento ni lugar.
– Camarada… –Lébedev desde atrás puso la mano en el alto y fornido hombro de Vorobiov, no hubo contestación por su parte ya que todo estaba dicho, solo cabía esperar.
Pasó otro rato, Vorobiov hizo un gesto que el Sargento Maestre interpretó perfectamente. Entonces hizo lo propio con sus hombres para que tanto estos como los tanques Kv1 se pusieran en su posición y en modo defensa absoluta…
…acción que no interpretó del todo el Sargento Segundo Gottschalk, ¿por qué utilizar esa estrategia y recurrir solo a tanques más defensivos para re-conquistar ese terreno? Aunque le doliera en el orgullo, los malditos rusos tenían ventaja en ese terreno y sus hombres ya asumían posibilidad de derrota alguna, sobretodo el cobarde del Cabo Primero Seiler. Ahora el caso y maneras de pensar tenían que ser diferentes, dos formaciones de defensa no servían de mucho y no tenían todo el día. Pero como Gottschalk no era tonto supo en décimas justo al comenzar este párrafo que ahí había gato encerrado, y de los gordos.
La española miraba con curiosidad desde su posición mientras se terminaba la cena, miró arriba para comprobar que posición, al igual que ella, tenían asignadas en ese momento las estrellas del cielo y luego bajo de nuevo la vista para volver a analizar (más bien asimilar) la situación. Por fin el Sargento Segundo reaccionó y se dirigió a sus hombres para comentarles su plan. Estos afirmaron con voluntad inquebrantable (o puro orgullo de apariencia) y se movieron por todos lados de la zona. Gottschalk al final se decidió acercarse a ella:
– Españolita… –el tono bromista que siempre había usado el suboficial contra ella ahora era más serio y educado. Al menos en los momentos críticos se había ganado por fin un poco de respeto– …le recomiendo mantenerse al margen como siempre ha hecho, esto es serio y no está hecha de la pasta adecuada…
A ella de todas formas no le gustó esa educación machista, sabía que lo decía por que no la valoraba como se debía. Así que se limitó a asentir como siempre había hecho, ya que ella poco pintaba allí, solo observaba y redactaba las gloriosas hazañas del Sargento Segundo Gottschalk, «El enviado de Dios» como decían sus soldados pelota más directos. Estos debían de ser de los que fingían muy bien en la cama, aunque eso deberá dar igual entre hombres, les devolvía su mierda a los alemanes por lo bajo.
Así que como contratada por el engreído escribió un poco más en su libro mientras vigilaba de reojo por si había que cumplir la siempre eficaz función de huir dejando así la evidencia de que no era tan grandioso ese hombre. Lo bueno es que había podido practicar casi todo el tiempo para librarse de aquellos soldados que sin fuerza de voluntad alguna querían ceder a la manzana prohibida que era su cuerpo de mujer, pero su astucia siempre derrota hasta a la mente del hombre más listo y aún se conservaba entera durante ese mes con el pelotón de Gottschalk. Desearán haberla cogido bien cogida mientras la vean correr por la lejanía si el resultado de esta batalla no era el esperado.
Vorobiov ya lo tenía todo más claro en su mente cuando terminó de analizar el asunto por última vez. Miró a la estepa como si esta le chivara cual era la táctica infalible y gritó el nombre de su enemigo mientras no dejaba de mirar a su extraña amante blanca:
– ¡Gottschalk! –el eco del lugar se hizo memoria rápidamente y absolutamente todos los soldados del lugar le escucharon como si lo tuviesen al lado. Gottschalk tenía una educación de hierro, lo único admirable en ese hombre cegado por sueños de poder, y respondió con una eterna tranquilidad que su rival ruso interpretó y entendió más por el tono y actitud de como contestó que por las palabras en sí:
– No existe el miedo entre nuestros corazones del mismo color que vuestras ideas –el Sargento Segundo Gottschalk se mantenía firme y recto como una piedra–, sólo la impaciencia por veros mordisqueados por las fauces de mis perros de hierro… por mucha defensa que otorgues, esa táctica solo te traerá el final que pareces ya tener bien asumido…
El Comisario ruso no se dejó intimidar y con la inmutabilidad que se le había otorgado al nacer miró hacia atrás para entrar en contacto visual con el Sargento Maestre, este a su vez, como llamado por una voz invisible miró y entendió el mensaje con perfección de relojero. Que hablando de relojeros, el asunto estaba relacionado con ello…
Los rusos trajeron arrastrando en un principio un enorme y viejo ruido metálico, la interpretación nazi fue de alguna especie de tanque casi oxidado. Pero que sorpresa cuando la mente logró unir piezas al comprobarse que arrastraban varios hombres tras de sí una enorme campana, muy vieja pero a su vez muy bien cuidada. Uno de los hombres de Gottschalk fue llamado por él para comprobar que era aquello, el fiel soldado no supo responder, así que el peso recayó como si realmente fuera dicha campana en la española, la cual ya había comenzado a funcionar sin orden alguna. Al rato pareció deducir algo, tratándose de rusos, solo podía ser algo relacionado con ellos mismos y su bien preciada tierra:
– Una de las campanas extraviadas de la torre Spasskaya… –dichas palabras de voz femenina llegaron a oídos de Gottschalk, pero no causaron mucho efecto en él, por lo que no quiso seguir indagando y esperó a ver que extrañas ideas tenían en mente sus adversarios. Lo único que pudo entrever en la imaginación es que quizás iban a subirse los ánimos y optimismos con aquella vieja reliquia con un sonido de madre patria blanca y roja en su pureza… eso enfermaba al Sargento Segundo.
El Comisario se percató de la densidad de la inmutabilidad de su adversario actual, cosa que le agradó y que le sacó una sonrisa casi agrietada. Habían posibilidades de sorprender de sobremanera al enemigo. Es entonces que hizo entrada Semión Gavrilovich, alguien que siempre ha estado ahí pero que hasta ahora nuestras limitadas mentes no habían dibujado en la escena de esta pronta batalla en la nieve. Pero no solo a él nuestra mente ignoraba, también su séquito de hombres de vestimenta similar a él, gente que no parecían soldados en una primera vista, y no se equivocaban mucho nuestros ojos. Todo se aclaró de extraña manera cuando todos aquellos hombre incluyendo a su aparentemente bien deducido líder Semión rodearon la reliquia.
El porqué el asunto tiene que ver con relojes lo entenderéis en unos instantes…
«¿…Cantan?» El no salir de su asombro del Sargento Segundo concibió solo una pregunta, en un campo de batalla no te puedes preguntarte mucho. Al parecer tampoco había tiempo de gesticular algún tipo de emoción ante lo que sucedió, como aquel extraño brillo de la campana rusa, un brillo propio que reaccionaba ante las magistrales y bien ejecutadas notas de los cantores de las estepas. «¿Un ritual mágico?» él desde hacía tiempo que había dejado de creer en esas cosas, principalmente por su propia seguridad, ya tenía bastante con lo suyo y sus poderes desde el nacimiento… demasiadas muertes accidentales de niño le habían enseñado con fuego que no había que involucrar más el alma en lo místico o lo que rayos fuera, por el bien de ambos, tanto para él como para el demonio.
Estuvo tentado de ordenar fuego por parte de sus maquinas de guerra, pero la curiosidad, que al parecer si tenía cabida en la guerra, le exigió, que no sugirió, ver aquello y actuar en consecuencia, que puede que fuera interesante y se pudiera aprender de ello. Aunque que arrepentido quedó después de ver el rostro en esa campana que emitía ondas melódicas con solo un vago resonar…
«Efectuado, camarada…» aseguró Semión aunque no hiciera falta pues los resultados eran claramente visibles. Ahí estaba, Vorobiov no le hacía falta haberlo visto jamás para reconocer a ese dios eterno: Cronos, «alguien» de largas barbas y triste mirada. Ahora el dios yacía de alguna manera mortal en el hierro de la campana, formaba e imitaba la forma de la misma de una manera deforme como solo un ente como aquel podría. El Comisario quiso incluso tocar por curiosidad pero sabía que jugar con dioses era la peor idea habida y por haber. Así que ahora que tenían este inesperado arma de su parte, esperó a ver la reacción de su enemigo, no sin antes hacer un gesto que todos sus soldados comprendieron al instante por como se movieron de un lado a otro, incluyendo a los cantores.
Un hormigueo no suele durar mucho, al menos así siempre había sido en el caso de Gottschalk, pero ese extraño presentimiento lo noto muy real y todo debido a como lo estaba empezando a sentir, el como tenía tiempo para analizarlo con una tranquilidad aterradora, hasta su pestañeo era como cerrar los ojos y no saber abrirlos ya que era por instinto inconsciente. «¡Ha ralentizado el tiempo!» maldijo a la vez que confirmaba sospechas y una bala de tanque explotaba cerca de su posición, justamente hacía donde deberían estar sus hombre bien cubiertos. Pero no le hizo falta ver el casco con cabeza incluida volar hacia delante desde uno de los laterales para idear a comenzar un plan con sus poderes; gracias al Führer él tenía una mente ágil por encima de la media y dio ventaja inesperada hacía su enemigo.
La niebla casi transparente en un principio se alzo desde la nieve, la madre tierra por la que luchaban los rusos parecía mostrarse agresiva sin motivo alguno. Vorobiov reconoció entonces el poder de su enemigo y solo pudo reaccionar a cubrirse él mismo con sus densas sombras, aquellas que al igual que Gottschalk con su condición fueron regaladas sin consentimiento al nacer. El tiempo aún no se ralentizaba lo suficiente y lo supo a la perfección cuando desde su oscuridad que ampara vio a la neblina antes nieve convertirse en una estructura de fino hielo solido que tiñó de color por el que luchaban y mostró las tripas de su hasta en ese entonces compañero Lébedev, que fiel a su superior se situaba a su lado confiando en la victoria que prometió sin tenerla aún en las manos siquiera. Cómo habría deseado haber podido protegerle a él también, pero sus sombras tan densas e incomprensibles le habrían aplastado y ahogado en una muerte igual de terrible. Solo Dios y su patria entendían el porque solo a él mismo protegían sin daño alguno.
Entonces ocurrió algo inesperado, el cantar de los hombres que invocaron a Cronos parecía haberse ido por la reacción de un dios Cronos que empezó a surgir de la campana, estaba ya a medio cuerpo cuando algo le impidió mostrarse del todo, creando así una horrible imagen de dios deforme en una campana. Unas cadenas respondieron a dichas preguntas, las cuales surgían también de la superficie del artefacto y parecían anclar al dios en su lógica. Aún así no fue impedimento para ver horrorizados los pocos supervivientes de esa peculiar masacre de vapor el como devoraba un cadáver cercano, todo con una enorme y deformada boca que decapitaba y mutilaba aquel ser traspasado por hielo recién rojo.
La española lo vio, como así aseguraría más tarde a compañeros de trabajo de reportajes, lo que le hizo deducir que Cronos no era la primera vez que visitaba nuestro mundo, e incluso se aventuraba a acertar con la época como lo eran los principios del Siglo XIX. Su cuerpo se estremeció y su cordura mermó unas décimas, unas lágrimas limpiaron en parte la imagen aún mental que se reflejaba, aquella de un ser encadenado luchando por extraños motivos divinos que devoraban cadáveres rojos, mutilaciones procedentes del paraíso y de lo más profundo de la mente. Quiso vomitar, pero el mareo le impedía apenas razonar y su instinto tomo control entonces, moviendo a sus piernas hacia una dirección que le llevara lejos de aquel horror, bien lejos también del descabezado y cruel suboficial y de su enemigo a la altura.
Por fin pudo sentir una corazonada de salvación y arrodillarse contra el suelo, para dar paso a una vomitona liberadora provocando más lagrimas que lograron limpiar al final lo indescriptible. La bilis liberada se juraría que era negra como aquella noche, como si hubiese liberado algo maligno como lo pudiera ser aquella imagen, pero la mente de la chica no quiso asimilar más. Luego siguió andando un poco más y terminó por caer al suelo sin fuerza alguna quedándose boca arriba. El oscuro cielo le hablaba con borrosas visiones de puntos brillantes que parecían mecerse en olas turbias. Su mente divagó ajena de aquella batalla…
Gottschalk apartó la mirada, juraría que la primera vez en su vida que realizaba tal gesto. Ni con sus superiores, ni mucho antes con sus severos padres y ni con la mismísima muerte que a veces parecía pasar cerca de él conforme se adentraba más en la guerra, habían conseguido quebrantar su cabeza bien alta de orgullo y honor. Entonces comprendió el porque no se debía temer a la muerte la cual era nada comparado con lo de después, el infierno. Aquella horrible escena no premeditada de sus enemigos debía de ser el aperitivo de lo infernal, del concepto de agonía eterna de la que aseguraban algunos libros de ocultismo que el gran Himmler obligaba leer a todos sus hombres valiosos. Hacía bien, pues el no estar de antemano enterado de aquello podía haber destruido al orgulloso hombre que era ahora.
Lo inevitable aún permanecía ahí, esa lentitud impregnada en su zona y en sus fieles soldados aún no se marchaba, es más, con lo que comprobó al instante mirando en el punto exacto (alejado del punto de locura) al frente en la zona enemiga, se había expandido hasta ellos. Ni la masacre causada por su poder de evaporar y solidificar le parecía tan macabra e impactante como la escena del dios caníbal. Los rusos estaban muertos, siendo arrastrados por largos y famélicos brazos inhumanos de aquello que no debía haber sido llamado. Lo único que quedaba en pie era lo que no poseía eso precisamente, los tanques rusos podían avanzar entre el cristalino hielo que se resquebrajaba a su gran paso de oruga de hierro creando una bella imagen de lluvia de polvo de diamantes que donó algo de cordura y olvido a la mente del Sargento Segundo.
Pero también se hallaba en pie ese otro dios más lógico como lo era su enemigo, capaz de crear densas oscuridades que aplastaban y absorbían a voluntad de humano. Vorobiov desvió lo que pudiera estar haciendo la mente del alemán y le recordó que ahí se hallaba un igual, alguien tan diferente ya fuera por sus ideas o cualidades demostraba una misma sangre como lo era la de una persona maldita o bendecida por aquel supuesto sagrado número; soldados de lo extraordinario, mercenarios sin bandera ni objetivo que poblaban la tierra. Y como sabe todo el mundo que estaba al tanto, solo uno de estos podía acabar con otro de su misma esencia; o al menos tenía más posibilidades. Fría matemática siempre venía a su mente cuando se trataba de esa gente marcada por el número, enfrentarse entre ellos no tenía motivos para ocurrir, pero en aquella ocasión tendría que resultar todo en 0.
Vorobiov quiso sonreír asumiendo la derrota, el sonreír de pena por su inminente futuro. Pero el masticar inhumano que escuchaba a su espalda le bloqueó la mente, le regaló imágenes de una imaginación poderosa. Miró abajo, cerró los ojos y asumió al fin. Su oscuridad palpable reaccionó frente a ello y allanó el camino a los tanques para que disparasen a discreción sobre sus enemigos. Un hombre de verdad lucha hasta el final, sin miedo a nada como bien le enseñaron, como bien había aprendido.
El destino le anclaba a su rival que cada vez se hallaba más cerca, y mientras mantenía un paso firme comenzó a generar esas sombras bautizadas por una razón ansiosa de explicarlo todo y a ansiar un pronto cadáver que le satisficiera en su ya asumida y pronta muerte. Odiaba darle la razón al Sargento Segundo, pero había acertado de pleno, pero al menos se llevaría algunos dientes de ese metafórico ser de hierro y dejarlo mellado por el resto de sus días para un posterior regocijo allá donde fuera en la otra vida.
Un tentáculo de impenetrabilidad se alzó desde su espalda buscando a su enemigo, pero solo hubo respuesta de balas que empezaron a atravesar sin lograr su objetivo su ahora extraño cuerpo negro. Era como si un agujero negro se hubiese personificado en la Tierra, algo imposible para cualquier científico al que preguntases. Pero las ya nombradas lógicas no servían ni como escudo o como arma cuando empezaron a absorber a los soldados alrededor del claro y verdadero objetivo como lo era el suboficial alemán. Los hombres que llegaban a la oscuridad se les tornaba toda la mente en negro, y sus cuerpos se aplastaban y se expulsaban por el aire a alturas y velocidades increíbles; al menos lo serían, si no fuese por la influencia constante del dios loco incontrolable de gula.
El suboficial alemán seguía en sus trece de inmutabilidad y observaba como sus hombres eran arrastrados hasta su metamorfoseado enemigo. Alzó el brazo en una lenta y silenciosa escena, a pesar de haber realizado un gesto rápido dentro de nuestra comprensión, para que sus hombres pararan y ni se acercaran. Gottschalk se adentró en el área de combate a la que su enemigo deseaba llegar. Conforme se quitaba los guantes de cuero negro y miraba con fiera mirada decidida, ideaba alguna estrategia para acabar con él lo más rápido posible, dentro de lo que cabía en aquella escena.
La española notó el peso en su barriga, lo atribuyó al reciente vómito, pero ojalá no se hubiese equivocado y hubiese identificado al olvidado Cabo Primero Seiler, el cual estaba sentado con su trasero en su barriga mientras le encañonaba la frente con una pistola Lüger. El posiblemente desvariado Tropa del Sargento Segundo miraba con curiosidad a la chica, y a todo su cuerpo para ser exactos. Pero su mirada parecía no mirar hacia ningún lugar, sencillamente actuaba como ella esperaba que lo haría, como si todo aquello fuese una nada graciosa obra de teatro.
La chica quiso reaccionar, pero vio sus cuatro extremidades bien enterradas en la nieve, dedujo muy bien que el soldado sabía que tarde o temprano ella recuperaría las fuerzas y se molestó en hacer ese trabajo; percatándose en ese instante que su cuerpo estaba en cierta medida doblado hacia abajo por la manera del enterramiento. ¿Cuanto tiempo había pasado inconsciente? Sintió un escalofrío no producido por el frío de lugar.
Seiler pareció hablar en un momento dado con su áspera voz:
– No sabes la de ganas que tenía de tenerte así… –repasó de nuevo las curvas de la joven mujer y volvió a mirarle a los ojos– ¿…qué podríamos hacer ahora? Si te soy sincero no tengo ni ganas de quitarte la ropa, sé de sobra que tendrás los pezones rosados… –apretó el cañón del arma aún más– …quiero aquello que se te es imposible robar, eso tiene mucho más valor que todos los virgos del mundo juntos. Ya sabes… tu poder… –la sonrisa del Cabo Primero fue casi demente– …no pongas esa cara, sé que eres como ellos, mi poder ocultista me lo susurraba todo el tiempo ¿Por qué si no estarías en la brigada de Gottschalk y aún encima de manera tan consentida? Así que ya ves, he esperado el mejor momento posible para tenerte a mano y robarte aquello que no sabes aprovechar.
El extraño hombre se levantó y se aseguró que la chica no pudiese moverse desde su posición en el suelo, al parecer el impacto de dicha batalla era demasiado fuerte para su frágil mente que no estaba acostumbrada a sucesos tan inesperados y violentos. Así que con una tranquilidad y confianza admirables Seiler comenzó, con una rama cercana del suelo, a formar y rodear con un círculo el alrededor de la española. Dicha tranquilidad era comprensible, ya que aquella zona no se veía afectada por el influjo del ritual de invocación. Después de ese círculo, vino otro alrededor del mismo, por lo que cada vez costaba más formarlos y las prisas pronto hicieron su aparición.
La joven se concentró entonces en el pie del tipo y esperó, su concentración liberó su mente de cualquier pensamiento hasta el punto de que el pie del hombre atravesó la nieve. Este supo enseguida que había ocurrido y con todas sus fuerzas sacó el pie ahora desnudo de dentro de la nieve, la bota ya parecía imposible de sacar condenada a esa prisión de poca pero segura profundidad. Seiler se acercó a la chica conforme sentía las punzadas de frío en su vulnerable pie y le dio con una patada en todo el costado con su pie cubierto, esta gimió de dolor y se retorció dentro de lo que pudo.
El tipo volvió a sus asuntos una vez se aseguro que la chica no podía concentrarse de nuevo. Pero la española era en cierta manera famosa por su perseverancia y logró concentrarse de nuevo, ayudándose del dolor para nublar la mente. Un crack se escuchó, la rama se había partido por la mitad para perplejo y cara de idiota del Cabo Primero. Miró con ira a la chica y con velocidad demencial continuó formando el círculo teniéndose que agachar más para realizar su supuesta obra maestra con ese partido instrumento. La chica seguía aún en lo suyo y pudo notar en su rostro una reconfortante brisa aliviadora que pareció borrar un poco las recién formadas líneas del suelo. Esta fue una acción terrible pues un colérico Seiler se levantó y encañonó de nuevo la cabeza de la española, apretando esta vez con la otra mano el fino cuello de su presa a modo de ahogar y matar. Esta agonizó lo que jamás había sentido e intento soltar aquel fuerte brazo con los suyos propios pero toda acción era inútil. Aún así funcionando por instinto sabía que el alemán la quería viva para sus inminentes objetivos, pero por mucho que pataleara y propinara débiles patadas al frío y agresivo hombre, no conseguía aliviar la asfixia. Por fin la agonía cesó, el hombre había dejado de apretar, pero ella se notaba nublada, no sabía reaccionar ante nada y volvió a visualizar la familiar escena de un cielo borroso de brillantes puntos…
Los líderes de aquella batalla se enzarzaban el uno al otro mostrando alardes de poderes únicos que los simples mortales no estaban destinados a manejar, y así se notaba, por la torpeza que nos caracteriza a los hombres y el orgullo que nos hace creernos dignos. Gottschalk admiraba la resistencia de aquel hombre, le había empezado a condensar el aire de dentro de sus pulmones y aún así aguantaba y seguía con todas sus fuerzas. Puede que no estuviese lo suficientemente concentrado se auto-excusaba.
Vorobiov por su parte sabía que por mucho hielo con el que se protegiera su enemigo de nada le serviría contra la densidad de lo oscuro de su ser. Sintió en cierta medida que su madre tierra le traicionaba por prestarle toda esa nieve convertida en defensa. Pero se animó y llenó de fuerzas cuando dedujo que en realidad era aquel hombre invasor el que estaba obligando y violando a su tierra con sus terribles poderes.
Un tentáculo de densidad voló lo suficientemente cerca para desorientar un segundo al alemán, pero aire condensado y cristalizado le protegieron del segundo tentáculo que quiso golpearle, los trozos y gotas de hielo volaban por doquier y llegó a un punto en que dentro de la lentitud donde se encontraban ambos hombres solo se apreciaban centenas de puntos brillantes que simulaban el cielo estrellado de aquella noche…
…la española volvió en sí, y demasiado tarde temió cuando vio su barriga al aire y sintió el tremendo frío de aquel país a través de su obligo. Pudiera ser que aquella impresión le hubiese devuelto a la consciencia agradeció por otro lado. El Cabo Primero Seiler estaba ahí dibujandole algo con su sangre de índice abierto en el vientre de la chica, en un principio había temido cierto impulso del hombre, pero solo su barriga se mostraba a la intemperie. También parecía haber llegado en el momento justo, pues Seiler se levantó indicando haber terminado el extraño trabajo esotérico y dispuesto a realizar su obra por la que tanto se arriesgaba en mitad de esa batalla. Ver esa satisfacción personal ajena es algo que la aterraba y le acentuaba el dolor de cuello.
Es entonces que el cielo se tapó, pero no eran nubes, era algo de su mente que empezaba a conectar con la del hombre, empezaba a pensar como él y a comprendedlo, era la sensación de como si el alma de uno fuera robada y manipulada sin cuidado alguno. Su reciente frágil mente terminó de quebrarse y cedió a los deseos del alemán, al parecer el que hubiese visionado aquella terrible escena de otro mundo le había venido bien para derrotarla mentalmente y hacer de ella, espiritualmente hablando, lo que quisiera.
Su mente aún así pudo apreciar como el hombre con extrañas luces arrancaba con sus manos una esencia de su vientre, notó también como su cuerpo se elevaba desde su peculiar prisión de nieve como si intentara volar, concibió el ascenso de ese hombre a su objetivo y logro si poder hacer nada.
Su vientre ahora manchado de sangre esencial de un color amarillo brillante indicaba el irse de las fuerzas que siempre habían acompañado a la chica, aquello que siempre había sido ella moría. El amarillo de lo esencial subía por las manos del Seiler con una rapidez casi alienígena, este seguía recitando mientras masajeaba esa desnuda zona y asimilaba su nuevo poder…
Al fin todo terminó, y ella se notó como se posaba de nuevo en el suelo y la realidad. Su vientre se mostraba morado de frío y dolor espiritual. Su alma, sin embargo, se notaba más vacía, pero por otro lado, más aliviada de un peso titánico. Un ojo de la chica soltó una lagrima que ni ella misma pudo interpretar.
Ahora el Cabo Primero Seiler se miraba las manos y comenzó a alejarse de allí, las alzó un poco más en pose de asimilación y triunfo. Sonrío, y deseoso de probar su nuevo poder no se percató aún así del obús (primero lento, luego rápido en su zona) que impactó cerca, de aquel tanque que a pesar de su lento movimiento por la conciencia actual del tiempo tuvo tiempo de sobra para visionar a cámara rápida la acción de aquel hombre y de la chica atrapada. Ambos eran enemigos y el disparar sobre dos seres extraordinarios era una prioridad suculenta…
Gottschalk solo observaba aquella improvisada obra de arte, muy macabra todo sea dicho. Su puño de hielo de varias pulgadas goteaba y formaba una roja estalactita. A esa lentitud aquella escena era belleza, aunque su mente racional le dijera lo contrario.
Su enemigo Voroviov yacía por fin en el descanso eterno, había llegado hasta el final, y muy pocos hombres en la guerra presumían de ello, prácticamente porque no podían, claro. Pero su a veces bípeda lengua hablaría bien de aquel hombre, de aquel enemigo que de estar en el bando correcto habría alcanzado la gloria sin duda alguna.
Miró una última vez su cadáver de cabeza aplastada y se aseguró que no quedara ninguna de esas oscuridades vivientes. Luego saludó como buen militar y dijo unas palabras por si el alma de aquel pobre diablo pudiera escucharlas:
– Hasta siempre noble soldado…
El Sargento Segundo se dio la vuelta mientra convertía en líquido su puño improvisado, analizó el campo de batalla y vio que la mayoría de sus hombres aún seguían vivos. De los rusos solo quedaba un tanque y del que se estaban encargando varios hombres desde detrás del mismo. Solo quedaba brindar en el campamento y… «un momento», se dijo, «¿Dónde está el dios en la tierra…?»
El dolor era intenso y enloquecedor, creía hace un momento haber sentido el peor de los dolores posibles, pero como si un extraño karma le hubiese escuchado le brindó entonces cual era el peor dolor en realidad. La chica desde su posición del suelo miró a su alrededor para volver a asimilar la situación, su cabeza ya mareada y agotada aún podía recuperar fuerzas de donde no las habían.
Ahí lo vio, el boquete dejado por la cercana explosión que provenía de aquel vehículo de guerra del fondo, y que desde detrás del mismo se apreciaba a los hombres alemanes como se acercaban para darnos a entender un claro destino de los hombres de dentro de aquella maquinaria ejecutadora.
También entonces siguió el hilo, una extraño arrastre en la nieve, su mente se distrajo unos momentos para analizar a Seiler levantándose del suelo sin apenas daños, se miraba de arriba abajo orgulloso de saber que su ritual había funcionado, de saberse victorioso. Volvió la mente de la joven a funcionar con lo anterior, el extraño y enorme arrastre como de vehículo pero para nada de algo como un tanque que se acercaba a aquella zona, la suya.
Que irónico es el destino cuando la española pudo al final sumar uno y uno y ver lo que el distraído tipo de ego tenía a su espalda que se movía fuera del tiempo y de lógicas humanas. El dios Cronos se había arrastrado por el suelo en su nueva condición de hierro como si de un ser infernal se tratase, una criatura inimaginable por cualquier mente cuerda. Tampoco alguien cuerdo querría imaginar el como empezó a despedazar a aquel tipo, un soldado de practicas mágicas y que ahora tenía un poder único seguramente fuera llamado por el apetito de aquel dios que no terminaba de entender nuestro mundo del todo. Una fuente de energía que fue devorada y presenciada a ojos cerrados por la chica ya que con una vez tenía suficiente. Pero los oídos no pueden ser cerrados y escuchó el masticar, el gotear, el arrancar y el despellejar de aquel artesano macabro e impaciente.
Cuando el mar de locura cesó, abrió los ojos con temor a tenerlo cerca y a sentir el inminente destino, pero su sorpresa fue tal como el verlo con algo amarillo en las manos, la esencia amarilla que le fue arrebatada. El dios la miraba curioso, tanto a ella misma como a la esencia, bañado en sangre roja que mezclada con su hierro era un resultado de extraño oxido creativo. Cronos comprendió y asimiló, y con mirada vacía levantó sus anclados brazos lo que pudo y dejó que la esencia ahora algo más dorada fuera llevada por un viento inexistente y se desperdigara por el entorno, desapareciendo y fusionándose con el brillo del cielo.
Una vez terminada esa extraña acción, el dios se acomodó y amoldó en su prisión y formó parte de la misma campana, quedando convertido en hierro frío que daba una escultura eterna y con historia de la que no se supo jamás. La española guardo la imagen de aquella reliquia en su mente, no antes de volver a caer inconsciente ante una terrible verdad:
La chica se miró la inexistencia de su brazo, se toco con el otro para taparse la sangre que brotaba como una fuente de vida roja. Comenzaron los gritos como inicio de la inconsciencia, como aviso a la mácula del resto de sus días. Gritó tan fuerte como para quedarse afónica un par de días, como para avisar a sus aliados o como para aguantar todo lo vivido aquella noche…
Las condecoraciones eran innecesarias. Así es como lo pensaba la española Julia Sánchez Abrain, heroína de guerra que colaboró con el grandioso Sargento Segundo Adelbert Gottschalk en una victoriosa batalla de las estepas. La Cruz de Hierro ahora lucía justa en su uniforme (aún así no era suficiente) indicando la grandiosidad de aquel hombre que pensaba seguir luchando por los ideales de su líder, y por lo tanto también los suyos, hasta el final. Lo único que lamentaba Gottschalk era no poder conocer al Führer en persona debido a lo que andaba ocupado en la eterna conquista de la basta estepa.
Pero Julia tenía otras ideas, y sabía de sobra que a ella le entregaban aquello por quedar bien con su país, el cual había ofrecido cierto apoyo a los alemanes. Así que conforme se marchaba por las calles de Berlín tiró la insignia al primer cubo de basura que apreció y comenzó a pensar en como volver a su casa. Sabía que ahora que ya no estaba a la altura de Gottschalk en cuanto a la condición que le hacia especial, este no le iba a aceptar en sus siguientes misiones y sustituiría a las bajas por otras personas igual de extraordinarias. Tanto que hablaba del valor de sus hombres y ni se molestaba en rendirles cierto homenaje o siquiera nombrarles en un digno discurso; si era sustituible no era algo de valor, y como él mismo se consideraba insustituible, pues era algo de valor incalculable.
Pasó unas horas y Julia ya había cogido el primer avión que le dejaría en Roma, de ahí podría viajar en barco o en otro avión hasta su tierra. Quería olvidarse de aquello cuanto antes, entregó con cierto desprecio los manuscritos que empezó narrando las increíbles hazañas de Gottschalk al nuevo recluta novato encargado para ello (el pobre no debería servir para mucho más como se juzgaba en un primer vistazo) y mandó a paseo la invitación del Sargento Segundo a una última noche ellos solos. Ni con un brazo menos lograba librarse de las cortesías aquel tipo.
El corazón de la española se mostraba triste, se intentó tocar el ausente brazo y suspiró con dolor contenido. Durante el viaje también se apreció el como no se iba el color morado de su vientre. Algo de su instinto femenino le decía que había quedado infértil, el no poder engendrar más personas con poder suponía una inutilización por parte de su cuerpo como medida de defensa, por llamarlo de alguna forma. Pero no tenía nada que lamentar realmente, ya que en su tierra le esperaba una idílica y real imagen de los verdes prados cerca de casa y de su marido e hijo recibiéndola con la mayor de las alegrías…
El nuevo recluta es un desastre para TODO. Así lamentaba el Sargento Segundo Adelbert Gottschalk, leyó un poco de la supuesta memoria gloriosa de su persona y el tipo no tenía ni la mitad de talento que la española. Le exigió mucho más pero sabía que era inútil, ese soldado era un milagro si llegaba a Cabo siquiera. Sorbió un poco de su vino y lamentó de nuevo el rechazo que había recibido de la joven mujer. A veces se preguntaba si la llevó con él por su cualidad, por su arte para escribir y recopilar o simplemente porque sentía algo por ella. La simple idea de aquello le machacaba, aunque ahora debería darle igual, era una simple humana más, alguien inferior que ya no merece la pena ni tocar.
Seguramente el destino, ese que siempre le había hecho sufrir pero que siempre le había bien recompensado, le brindaría otra mujer extraordinaria con la que olvidar las penas y subir la moral en batalla.
Lo que nadie supo en ningún momento fue sobre aquella persona que vigilaba constantemente a Gottschalk, aquella persona silenciosa que había estado presente todo el rato y que parecía analizar lo que nadie más veía en el suboficial…
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