La búsqueda

El viejo Reyu todavía recuerda claramente la primera vez que la vio. Tan sólo era un niño, regordete, espabilado, lleno de vida, de piel oscura como la noche y pelo rizado como una nube. También lo tenía blanco, siempre había tenido el pelo blanco, lo que le diferenciaba del resto de los niños de su tribu.

En la tribu todos cuidaban de todos. No eran demasiados, pero formaban una gran familia. Algunos de los miembros enseñaban a los niños como Reyu a cazar. Otros, a cuidar y criar a los animales. Y otros se encargaban de enseñar a leer el cielo y a comprender la naturaleza. Esto es lo que más le gustaba a Reyu. Se sentía especialmente atraído por la naturaleza. Por los extensos y frondosos bosques que tenía cerca, hogar de monos y de mil insectos. También por las inconmensurables llanuras de los alrededores, llenas de fieras peligrosas, como feroces leones, pero también de amistosos elefantes o de graciosas cebras. El río, serpenteante, cruzaba los bosques y acariciaba la llanura describiendo sinuosas figuras y acumulando la vida a su paso, siendo lugar de encuentro para todo tipo de animales y de nacimiento para todo tipo de plantas y árboles. Y el cielo… El cielo era lo que más admiraba Reyu. De un azul intenso de día, con el rey Sol en su trono de nubes y arcoíris. De un radiante negro por la noche, cubierto de lunares blancos, infinitos, incontables, deslumbrantes.

Pero la Luna, la reina de la noche, tenía embelesado a Reyu.

La Luna, grande y blanca, redonda a veces, otras muda, otras una cuna y otras un arco. Era símbolo de belleza y de protección. De belleza, porque bajo su luz todo adquiría otro matiz. Reyu podía observar las cosas desde otras perspectivas y comprenderlas mejor. De protección, porque bajo su luz, cuando estaba llena, todo se podía ver. Reyu y sus compañeros podían ver fácilmente a los depredadores en las largas noches.

Una noche en que la Luna estaba llena y brillaba como nunca, Reyu iba acompañado de su cuidador, un anciano calvo y desdentado que andaba apoyándose en un largo cayado, y llamado por todos el Venerable, pues ése era el nombre con el que se conocía siempre al más sabio de los miembros. Reyu le tenía mucho respeto, era el más anciano de la tribu, por eso andaba encorvado y con paso lento, pero, como le enseñó una vez, no hacía falta tener prisa para llegar a un sitio, sino paciencia. Reyu aprendía rápido, y el Venerable era un gran maestro.

Aquella noche Reyu miraba al cielo, hipnotizado.

—Verenable —dijo Reyu—, ¿por qué cambia la Luna? ¿Por qué a veces es redonda y otras desaparece?

El Venerable, haciendo un esfuerzo y apoyando las dos manos en el cayado, subió la cabeza y miró al cielo.

—La Luna, Reyu, es poderosa —contestó— por eso puede mostrarse de distintas formas. Pero también emana distintas fuerzas. Es un espíritu cambiante, como el hombre. Pero ella es eterna.

—¿El hombre es cambiante, Venerable?

—Sí, lo es. Tú mañana no serás como eres hoy, joven Reyu. Y yo no soy como era ayer. La Luna tampoco. Mañana tendrá menos luz, habrá cambiado. Pero pronto volverá a brillar como hoy.

Reyu parecía confuso.

—Pero sigo sin entender por qué cambia, Venerable.

El anciano mantuvo silencio durante un momento, observando a Reyu.

—Joven Reyu, el cambio es el orden natural de las cosas. Todo cambia. ¿Acaso conoces algo que no cambie? Cambia la tierra que pisamos en cada estación. Cambia el rey Sol y cambia el cielo. Cambian las personas y cambian los animales. El cambio es bueno, joven Reyu, es natural. La Luna es un ser cambiante, pero como dueña de la noche, siempre vuelve a su forma más brillante, pasando por la más oscura. Nos recuerda de esta forma que siempre estará ahí, gobernando el cielo y guiando a las estrellas.

Reyu asintió y se mantuvo en silencio el resto de la noche, observando la Luna, absorto.

…………

Durante años, Reyu salió cada noche en que la Luna estaba llena. Se sentía protegido por su luz, y la aprovechaba para explorar y cazar. Con el tiempo, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad de la noche, y con la Luna acompañándole se convertía en un depredador prácticamente infalible.

Pero no era la verdadera razón por la que salía esas noches. Pese a que la caza era buena, en realidad su objetivo era la propia Luna. Con los años, Reyu se había enamorado completamente de ella, de su luz fría, de su tez pálida, de su esencia azulada. Era tal la atracción que sentía hacia la Luna, y tan humana, que había rechazado prácticamente a todas las mujeres de su edad que le rondaban. No eran pocas las chicas de su tribu que soñaban con dormir entre sus brazos, y dado que tenía ya diecisiete años, los ancianos esperaban de Reyu que engendrara nuevos hijos para la tribu, pues a su edad era lo esperado. Pero Reyu no podía entregar un amor que no tenía más que una dueña.

Los ancianos, de vez en cuando, le apremiaban para emparejarse y procrear. Enfatizaban los encantos naturales de la joven Naga, de la rolliza Gaie o de la esbelta Kire, pero Reyu no tenía ojos para ninguna de ellas.

Una noche, agobiado por la insistencia de los veteranos de su tribu, y afligido por las miradas furtivas que le dirigían Naga, Gaie y Kire, entre otras, decidió salir de caza. Aún faltaban un par de días para que la Luna estuviera llena y brillara en todo su esplendor, pero Reyu decidió salir igualmente. Cruzó el ancho río, mojándose los pies. También el espeso bosque, tropezándose con los árboles. Y llegó a la extensa llanura. La hierba, pajosa, le llegaba hasta las rodillas y le acariciaba las piernas, dándole una relajante sensación. El cielo estaba totalmente despejado, y la Luna, en un cuarto creciente muy avanzado, casi llena, tapaba con su luz las estrellas de alrededor. Aún sin estar completa eres bella, pensó Reyu, eres perfecta.

Tumbado sobre la pajosa hierba, Reyu admiraba la Luna, mientras el sueño se iba apoderando de él poco a poco. Hasta que cerró los ojos…

…………

Cuando despertó, aún era de noche. Todo seguía igual, la hierba le cubría, las estrellas tintineaban en el cielo negro. Pero la Luna no estaba. Reyu pensó que se habría quedado dormido un largo rato, y, por tanto, la Luna se habría movido bastante, siguiendo su viaje alrededor del cielo. Se levantó y buscó a su amada por todo el firmamento, sin encontrarla. La Luna no estaba.

Un suave viento le acarició el tronco desnudo. Le dejó una sensación cálida y acogedora que contrastaba con el pesar que sentía por haber perdido de vista a la Luna. ¿Cómo podía haber desaparecido sin más? Sin embargo, seguía notando su luz, es como si estuviera a la vista, pero no podía verla. Dio vueltas por toda la llanura como si estuviera perdido, como si buscara algo que no estaba. Volvió a cruzar el espeso bosque y el ancho río. Llegó hasta los lindes del poblado de su tribu, pero no se atrevió a volver a su hogar habiendo perdido a la Luna. Así que, decidido, volvió tras sus pasos, volvió a la llanura. Y esperó. Esperó sentado. La Luna no estaba. Pero Reyu esperó.

El cálido viento volvió a acariciarle. Calentaba sus mejillas y alborotaba su pelo. Era reconfortante, pero seguía sintiéndose vacío sin la Luna. El viento sopló nuevamente, esta vez con más fuerza. Y otra vez, arreciándose cada vez más. Reyu empezaba a extrañarse. El viento era ya bastante fuerte, hasta el punto de que Reyu se había tenido que levantar para no verse empujado y caer rodando. La hierba parecía peinada, toda echada en la misma dirección.

Reyu intentó moverse en sentido contrario al que soplaba el viento. No le parecía algo natural, y quiso encontrar el origen de esa anomalía. Así que anduvo hasta donde acababa la llanura. Nunca se había alejado tanto de su poblado, pero se sentía lo suficientemente desdichado y curioso como para traspasar fronteras.

Pronto vio, a lo lejos, una tenue luz. Era del mismo color que la luz que reflejaba la Luna, de un azul blanco hipnotizante. El viento era cada vez más fuerte, pero llamativamente cálido, al igual que la luz.

Cuando estuvo cerca de su origen, notó cómo el viento se hacía repentinamente débil. Había llegado a una especie de cueva. Era un gran agujero excavado en una inmensa roca. De su interior venía la luz, brillante y clara. Sin pensarlo más, Reyu se adentró en la cueva, donde la luz era prácticamente cegadora, viéndose obligado a cerrar los ojos, abriéndolos un poco de vez en cuando para comprobar que no se chocaba contra las paredes o alguna columna de piedra. Sin embargo, pronto se vio perdido. Estaba en un ancho túnel, pero la luz era tan intensa que parecía venir de todas direcciones. Reyu decidió no desanimarse y se sentó un instante a descansar y pensar cuál sería su próximo movimiento. No tenía claro si volver sobre sus pasos, ya que estaba desorientado. Tampoco sabía si sería buena idea seguir prácticamente a ciegas.

Hasta que oyó una  débil voz. Era una voz de mujer. Una mujer joven. Una chica. Decía “Reyu, Reyu”. Y también “Reyu, ven conmigo”.

Reyu no daba crédito a lo que oía. ¿Había una chica en la cueva? ¿Y sabía su nombre? ¿Tendría relación con la luz lunar? Siguió su instinto y se dejó llevar por el sonido de la voz, recorriendo el ancho túnel de la cueva hasta llegar a un punto donde la luz prácticamente se apagó, dejando de cegarle, para descubrir una gruta inmensa de forma circular. El foco de lo que quedaba de luz estaba en el centro de la sala. Reyu pudo ver el cuerpo de una chica, desnuda, tumbada y acurrucada en el suelo. Parecía tener miedo, y su cuerpo temblaba. Reyu se acercó hasta estar a pocos centímetros de la chica.

Su piel era pálida, como la luna, y tenía unos ojos inmensos y claros. El pelo rubio y largo le cubría parte del cuerpo desnudo. De él manaba la misma luz que había atraído a Reyu hasta ella. Sus labios, rojizos y gruesos, daban una pincelada de color a su cara, y se estrecharon y dibujaron sensuales formas al pronunciar su nombre: “Reyu”.

“Reyu”, susurró una vez más. El viento cálido volvió a soplar. Venía de su boca, así como la luz venía de su cuerpo. Reyu alzó su mano y la extendió hacia ella. La tocó.

Un destello de luz le rodeó por un instante, cegándole. Cuando volvió a ver, delante de él estaba ella. Ahora sabía quién era. Sabía que era la Luna, a quien tantos años llevaba observando. A quien amaba con tanta fuerza. La Luna, pálida y bella, con su luz fría y, sin embargo, con la calidez que emana el amor cuando está desatado. La Luna estaba ahora de pie frente a Reyu. Su desnudez lasciva dirigía la mirada de Reyu hacia lugares que no había visto antes. Los grandes ojos de la Luna se fijaron en los de él. Reyu se vio hipnotizado por su mirada. Por esos ojos infinitos, profundos.

Sin poder moverse, Reyu vio cómo la Luna pronunciaba su nombre una vez más. “Reyu”. Un calor recorría su cuerpo, desde el interior de su pecho, donde el corazón latía como si hubiera estado corriendo durante todo un día, y hasta la punta de sus dedos, que temblaban. La Luna se dirigió a él y acercó sus labios a los suyos. Reyu no fue capaz de oponer resistencia, ni quiso. Era el más húmedo beso que pudo haber imaginado. El calor era irresistible, y el beso despertó en él su alma dormida. Abrazó a la Luna y se fundieron en uno solo lo que pareció una eternidad.

…………

—Reyu. —La voz de la Luna era suave, casi un susurro—. Reyu, despierta.

Reyu yacía en un lecho de blanda hierba en el suelo. A su lado, la Luna, de costado, le miraba con sus grandes ojos verdes. El pelo largo y claro caía describiendo caminos como afluentes de río sobre su cuerpo desnudo. Sus dedos acariciaban ligeramente la espalda de Reyu, quien sentía un leve cosquilleo. Abrió los ojos y la vio ante él. Seguía siendo perfecta, y su luz llenaba la estancia donde estaban.

—Reyu —dijo la Luna—. Tengo que marcharme.

Reyu se irguió, nervioso.

—¡No! No puedes irte, aún no…

La voz de Reyu era temblorosa, saturada de miedo y pesar. El semblante de la Luna se mostró triste.

—Volverás a verme, Reyu —dijo para intentar tranquilizarlo—. Pero ahora he de irme. Está amaneciendo, y la luz del rey Sol me extinguirá por completo. —El rostro de Reyu mostraba un gesto que indicaba que no estaba convencido—. Vuelve a buscarme. Sé que me encontrarás, Reyu.

Reyu se levantó, al igual que la Luna, y se miraron a los ojos como se miran los locos y los enamorados.

—Te buscaré y te volveré a encontrar. Lo prometo.

Reyu y la Luna se abrazaron y sus labios se volvieron a encontrar. Mientras, la luz del interior de la cueva empezó a ser más y más intensa, hasta desaparecer de golpe.

Sumido en la oscuridad, Reyu notó cómo sus brazos abarcaban un vacío. La Luna ya no estaba entre ellos.

…………

Cuando amaneció, Reyu volvió al poblado de su tribu. Allí le esperaban con inquietud muchos de sus miembros. Naga, Gaie y Kire, las chicas que solían rondar a Reyu, se acercaron a él corriendo en cuanto le vieron, atosigándole y preguntándole dónde había estado. El Venerable también estaba presente, y su cara mostraba, bajo el grueso manto de arrugas, gestos de preocupación. Reyu, haciendo caso omiso a las chicas, se acercó con paso firme al Venerable. Éste miró a los ojos a Reyu con cansancio.

—Reyu —dijo el Venerable visiblemente fatigado—. ¿Dónde has estado? Has estado fuera toda la noche, y la Luna aún no está llena. Sin su luz es peligroso, Reyu, tú lo sabes.

Reyu miró a su alrededor y vio las caras de desaprobación de los hombres y mujeres de su tribu.

—No puedo decir que me arrepienta de mis acciones, Venerable. —Un murmullo de desaprobación cruzó el poblado—. La luz de la Luna es lo que buscaba y lo que he encontrado.

La desaprobación se transformó en desconcierto. El Venerable hizo un gesto de comprensión, aunque seguía claramente cansado, e invitó a Reyu a seguirle a su cabaña, dejando a todos los presentes inmersos en un mar de incomprensión.

La cabaña del Venerable era simple, tenía lo justo y necesario: un camastro, un ventanuco y un tronco donde colgar las distintas túnicas que sólo el Venerable de la tribu podía vestir. Él se sentó en su camastro, cubierto de un colchón de paja seca, e indicó a Reyu que se sentara en el suelo, junto a él. La escena recordó a Reyu a cuando era un niño, y él y los otros niños de la tribu venían a esa misma cabaña a que el Venerable les contara historias. Pero esta ocasión era distinta.

—Venerable… —empezó Reyu, con un hilillo de voz.

El Venerable alzó una mano, mandando callar a Reyu.

—Está bien, Reyu. Sé lo que vas a decir. —El Venerable se llevó la mano izquierda, temblorosa por la edad, a la sien, y se rascó la cabeza calva—. Así que no digas nada más. Tienes que irte. Persigue tus sueños. Ve a buscar lo que tengas que buscar. Pero te advierto, otros antes que tú lo han intentado y se han rendido. Ten valor, persevera, aguanta y lo conseguirás.

—Lo haré, Venerable. Sé que lo lograré.

Reyu dedicó todo el día a prepararse para un viaje hacia lo desconocido. Se ató un saco a la espalda lleno de provisiones, frutos y carne seca en su mayoría. También llevaba algunas telas, hilos y palos, materiales que usaría para fabricar trampas para cazar, al igual que algunos de los ropajes característicos de su tribu. Allí donde fuera tenía que mostrar cuál era su hogar. El Venerable le dio una de sus túnicas. Era marrón y estaba muy gastada. Llegaba a tapar los tobillos y las manos, y tenía una capucha que, si se la echaba sobre la cabeza, apenas podía ver, cubriendo prácticamente todo el rostro. Reyu recordaba esa túnica, era la que usaba el Venerable cuando le contaba historias a los niños y cuando se los llevaba a estudiar la naturaleza y el cielo. Era su túnica de enseñante, de educador, de maestro. Jamás olvidaría el gesto que había tenido el Venerable regalándole esa túnica. Le recordaría todas las lecciones que aprendió de él.

Aquella noche la Luna estaba llena. Reyu no podía dormir, pese a que tenía que descansar para el largo viaje que le esperaba al día siguiente. En lugar de eso, se tumbó en el suelo, al aire libre, y la contempló, tan grande y brillante era. Su luz parecía decirle “ven”, y le vino a la mente el recuerdo de la noche anterior, el viento cálido, los besos húmedos, las caricias.

Finalmente, contemplándola y pensando en ella, Reyu se durmió, como tantas otras veces.

…………

En la tribu el verano había dejado una tarde cálida después de un día de intenso calor. Todos los miembros se veían obligados a trabajar la tierra en que moraban para comer, hiciera el tiempo que hiciera. Pero los viejos y los niños estaban exentos de este tipo de labores, por lo que, al atardecer, era costumbre que los más jóvenes esperaran ante la puerta de la cabaña del Venerable para que éste les contara historias.

Eran muchas las historias que conocía el Venerable. A muchos de los niños les gustaba escuchar “La aventura del cazador de sueños”. Otros disfrutaban con “El hombre que hablaba con los dioses”. Unos pocos preferían “La naranja que reinó por un día”. Pero sin duda la favorita de todos era la historia de Reyu. Sólo las noches en que la Luna estaba llena el Venerable la contaba. La dejaba siempre para el final. Sabía crear la expectación justa. Y los niños esperaban impacientes a oírla.

—¡Venerable! Cuéntenos la historia de Reyu y la Luna.

Los niños, sentados en corro, tenían el brillo en los ojos que indica que luchan contra el cansancio y el sueño, sólo para escuchar la esperada historia. Ya era de noche, la Luna presidía el cielo con su brillo azul blanco. El Venerable había hecho una hoguera en el centro del corro.

—Está bien, está bien… —dijo el Venerable, quien parecía ser más viejo que el cielo mismo. Llevaba una túnica marrón muy gastada, cuya capucha tapaba parcialmente su arrugado rostro, negro como la noche. Sus brazos eran tan delgados que parecían ramas, con unos dedos largos que gesticulaban balanceándose por el aire con una agilidad inusual para su aspecto. Su estatura parecía no superar a ninguna de la de los niños, y sentado parecía apenas un bulto. Sin embargo, su voz emanaba su habitual fuerza y vitalidad, inquebrantable. Con dicha voz empezó a contar la anhelada historia.

Contó cómo Reyu creció enamorándose de la naturaleza, de cómo miraba a la Luna las noches en que estaba llena. De cómo se hizo adulto y su corazón estaba lleno de pesar por no poder ver ni tocar nada más bello que ella. Narró con gran drama y casi en voz baja cómo Reyu salió guiado por su instinto y el extraño camino que siguió hasta llegar a la cueva donde, guiado por su luz, se encontró con la Luna y la amó como se aman los hombres y mujeres de la tribu. Con tristeza también contó la dulce despedida que tuvieron los dos amantes.

Y contó por último cómo Reyu se fue de la tribu en busca de su amor, cómo surcó las cambiantes tierras, unas veces verdes y frondosas y otras abiertas y yermas. Cómo conoció a todo tipo de personas y cazó todo tipo de animales. Cómo, subido a hombros de elefantes, derribó la arboleda más densa conocida por el hombre y llegó al borde de los lagos infinitos, lagos tan grandes que su extensión se perdía por el horizonte. Muchos los llamaban mares, otros océanos, pero nadie más de la tribu los había conocido jamás. Así, Reyu, gobernando una barca por él construida, huyó hasta los confines del mundo conocido, con el fin de encontrar a su amada, la Luna.

—¿Lo consiguió, Venerable? —preguntó uno de los chiquillos, absorto y de aspecto avispado.

El Venerable llevó sus largos dedos a su barbilla y se la acarició.

—¡Ja, ja, ja! Esa es otra historia, mis niños, y será contada otro día.

Los niños, algunos ya cabeceando por el sueño, se levantaron con desgana y se dirigieron a sus respectivas cabañas, mientras el Venerable, antes de entrar en la suya para descansar, se quitó la capucha, mostrando su pelo eternamente blanco y rizado como una nube. Dirigió una mirada al cielo y vio la enorme Luna llena. Le dedicó su más amplia sonrisa y, mientras una lágrima corría por su mejilla, se perdió en la oscuridad de su hogar.

Yizeh. Verano de 2012.

Yizeh Castejón
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3 Comentarios

  1. Ladydaiquiriblues dice:

    Una duda… ¿Te llena más a nivel personal que el otro relato vaya en el libro o era cuestión de espacio?
    Y… Reyu me recuerda sospechosamente a… Atreyu 😛

    1. Yizeh dice:

      ¡Ah! Pues nada que ver con Atreyu, salvo que mi subconsciente me haya guiado. Me llena más personalmente. Por espacio, que no falte.

  2. Ladydaiquiriblues dice:

    Pues espero que el otro relato me guste tanto como este ^^

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