La pérdida de ambos

Maricón. Maldito maricón. Maldito seas. Maldita sea tu estampa. Maldita sea tu vida y maldito sea tu amor. Malditos sean tus besos, malditos los abrazos que me diste.

Maldita sea.

No te bastó con amarme. No te bastó con hacer que te odiara. No te bastó con romper mis ilusiones. Nuestras ilusiones. Nuestra vida juntos. Nosotros, los dos, que éramos inseparables. Nosotros, que paseábamos nuestro amor prohibido por las calles, calles que no nos comprendían.

Hay quien nos decía que éramos el uno para el otro. Sólo unos pocos. No todo el mundo pensaba así. Te recuerdo que tus padres nos odiaron. Los míos llevaban mucho tiempo muertos. Al fin y al cabo, te sacaba veinte años. A ti te odiaron y a mí aún más. Me culpaban. Me culpaban de llevarte de su lado, de su protección, al camino de supuesta perversión, a la vida disoluta, viciosa.

Yo, que te acogí. Yo, que te di seguridad. Yo, que te comprendí cuando nadie lo hacía. Yo, que tanto te enseñé. Yo, que tanto aprendí. Conmigo aprendiste a amar, Kip, también a bailar. Aprendimos a amar sin pudor, a alejarnos de una sociedad que no nos comprendía. Aún hoy no lo hace, ni mañana lo hará. Tú, que fuiste perseguido. Tú, que fuiste amado. Tú, que me arruinaste, me abandonaste, me arrojaste al suelo como un pañuelo moqueado.

Y, ¿para qué? ¿Para casarte con esa mujer? ¡Con una mujer! Cobarde. Maldito maricón cobarde. Qué felices debieron de ser tus padres. Qué radiantes debieron de aparecer tus amigos de la infancia en tus fotos de boda. Qué bonito debió de ser el vestido de novia. Qué farsa.

Enorme, inmunda y apestosa farsa. Y yo fui el pañuelo desechado. Y yo me hundí en mi miseria, sin emociones ni esperanzas, mientras tú jugabas, Kip, jugabas a ser correcto, con tu mujercita recién estrenada y tus éxitos mundanos.

Cuatro años han pasado, Kip. Cuatro años y aquí estás. Ante mí, inmóvil, pálido, como una estatua. Tu mujer llora a tu lado. Un montón de gente la consuela. A mí nadie me mira. Todos evitan mirarme. Nadie esperaba que viniera. Pero a mí me da igual. Tenía que verte. Tenía que ver tu cuerpo vacío y muerto, inexpresivo, macabro, maquillado y yermo. Tenía que verte y no poder ya decirte lo que siempre quise decirte. Tenía que verte y no poder amarte ni odiarte más.

Maldito seas, Kip, por haberte ido así, de mí, de ella también, pero antes de mí, pero más de ella. Maldito seas, Kip, porque aún tengo mucho que decirte. Porque aún tenía mucho amor que darte. Porque aún tenía muchos sueños que cumplir. Inútiles, imposibles, infantiles. Porque no te odio, porque sí te odie, porque te amo y te amé. Pero ya no puedo.

Basado muy libremente en un fragmento de la vida de Tennessee Williams y su amante Kip Kiernan, muerto a los veintiséis años.

Yizeh Castejón. Diciembre de 2012

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