En busca de una estrella

Cuando naciste, una estrella se prendió en el firmamento. El ser humano aún no la había descubierto, pero cuando sus telescopios la vislumbrasen, la bautizarían con tu nombre: Estefanía. Hasta ese momento tu existencia quedaría únicamente enlazada a La Tierra.

Desde tu nacimiento, fuiste algo más que una persona, algo más que una mujer. Tuviste tu sitio en el cosmos rodeada de otros entes de tu categoría; entes que no pudiste encontrar en un lugar tan cotidiano como La Tierra. Por esta razón, siempre estuviste por encima del resto de los mortales a pesar de que intentaste por todos los medios estar a su nivel.

Yo lo sabía y aún así pretendí conquistarte. Intenté alcanzar tus encantos, encadenarlos a mi alma, sentir tu corazón desbocado bajo el mío, besar el deseo de unos ojos celestes y pegarme a un aliento que suspiraba desde las entrañas del universo. Intenté tocar un sol ardiente y abrazar un agujero negro. Fue un intento de la nada, ya que caí esclavo de tus virtudes, como un planeta aprisionado ante la luz vivificadora de su sol.

Mientras yo sepultaba mi amor en el fondo de un mar de orgullo, tu ascendías en el aire como una nube inalcanzable: todo suavidad, todo pureza. Quien pudiera rozar tu piel volátil, podría considerarse el hombre más afortunado del mundo.

Aún así, yo no quise rendirme. Quería obtener tu cariño celeste aunque tuviera que despreciar, arriesgar o condenar mi vida. De esta forma, me licencié en física, transcurrí cuatro años en la marina y finalmente ingresé en la N.A.S.A. Cuando mis aptitudes estaban firmemente desarrolladas, pude apropiarme de una nave espacial. La infinidad del universo estaba al alcance de mi mano.

Desde entonces, he navegado por el cosmos incansablemente, buscando el brillo de tus ojos en una estrella perdida.

Iraultza Askerria
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