Una lección de dignidad.

Paseando por mi ciudad, veo que se me acerca un hombre aún joven, que por su aspecto sabía que me iba a pedir dinero. Efectivamente, cuando está frente a mí, me pide de forma educada si puedo darle algo para un bocadillo; yo se lo negué con los ojos y un ligero movimiento de la cabeza, pero cuando esperaba un reproche, por su parte, o que continuase sin más su camino, me asombró que dijese que otra vez sería y que se despidiese de mí con un ¡buenos días, señor! Saqué un par de euros que tenía sueltos, y avergonzado por esa lección de dignidad que me había dado, se los di.

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