El imbécil.

Vivía obsesionado con la idea de la muerte. No permitía que, en su presencia, se mencionase ningún hecho o circunstancia que tuviesen que ver con ella. Es más, descalificaba como imbécil a aquel que le saludase diciéndole que se conservaba muy bien (tenía alrededor de 65 años) porque razonaba que eso nunca se lo decían a los jóvenes, sólo a los viejos, a los que ya habían vivido la mayor parte de su vida. Ayer, vi su esquela en los periódicos, y no pude dejar de pensar que había fallecido un viejo que se había comportado toda su vida, él sí, como un verdadero imbécil.

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