La muda de otoño

Él ya había muerto. No del modo en el que la mayoría de gente fallece; él aún respiraba, su corazón latía sin gana y sus ojos todavía recordaban como llorar. Pero pocos indicios más de lo que podría llamarse vida eran visibles en él.

En este punto ya entenderéis de a qué me refiero. Su muerte había sido interna. En resumidas cuentas, estaba muerto por dentro: Su mente y espíritu habían sido quebrados y vueltos a unir tantas veces, que ninguna pieza encajaba ya en el puzle remendado de su alma. Y habían ido cayendo por su propio peso. Estaba vacío.

Y así siguió mucho tiempo –o no, ya que a fin de cuentas aquel concepto por momentos dejaba de tener sentido para él- ese caparazón ausente de vida, ese extraño chico de mirada vacua. ¿Pero qué más da? A veces hacía como que sonreía, y eso era prueba irrefutable para el mundo entero de que todo iba bien. Como siempre, como cada día.

2 Comentarios

  1. kaldina dice:

    Hola Glandalf, esto que has escrito me ha gustado mucho, me parece genial, yo misma escribí hace poco un cuento sobre esta misma temática, para mi no hay peor muerte que la interna. Ese sin sentido me resulta sumamente debastador. Te felicito.

    1. glandalf dice:

      Hola. Me alegro de que te haya gustado.
      Muchas gracias.

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada