El secreto de Martina

Martina, tendida en el suelo de la cocina, abrió los ojos y se puso de pie rápidamente. Desconcertada y abatida secó el sudor que caía sobre su frente y comenzó a pelar las patatas. Padecía un trastorno obsesivo-compulsivo que dominaba su vida. El espacio entre los botes de especias, salero y vinagreras tenía que ser siempre el mismo y no soportaba que nadie tocara cualquiera de esas cosas. Echó las patatas en la olla y justo en ese instante se dio cuenta de que el salero había desaparecido. Como si de un acto reflejo se tratara, dirigió su mirada hacia el hueco existente entre el bote del pimentón y el del perejil donde tendría que estar el salero. Tras unos minutos, sus ojos comenzaron a moverse de un lado a otro, su volumen nasal incrementó y su respiración era cada vez más fuerte. Tenía miedo. Aquel martes la mesa se había quedado sin poner, todas las sillas estaban en la misma posición, la casa no olía a comida recién hecha y el salero no estaba en su sitio.

Gemma
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