La cruz bajo el ajimez (Final)

Azahara caminaba de vuelta a casa con la tristeza pintada en su rostro. Se enjugó las lágrimas antes de entrar; no quería contar a su padre que algo la atormentaba.
Sin nada que pudiera hacer, ella sufría en silencio y deseaba con todas sus fuerzas que Fernando no muriese en aquel duelo. Mientras tanto, su padre no olvidaba el acuerdo que debía cumplir aquella misma noche. El pobre herrero tampoco quería hablar de sus preocupaciones.
Llegó la noche. Azahara no hacía más que contemplar la luna desde su balcón, la cual se mostraba luminosa y pura. La mantenía en vilo el no saber qué sería de su amado.
Poco después, vio cómo su padre salía a hurtadillas de la casa. Se sorprendió de lo que acababa de ver y, dispuesta a calmar su curiosidad, decidió seguirle.
Tomó una capa negra para lograr pasar desapercibida. Durante todo el camino, andaba unos metros por detrás. Se preguntaba qué se proponía su padre a esas horas.
Tras recorrer el puente que lleva a la Mezquita, el humilde hombre se encontró con los jóvenes chantajistas.
—Tomad —les dijo—. Ésta es la última vez que recibís de mi alcancía.
Los malhechores se miraron asombrados.
— ¿Cómo osas, viejo? —replicó uno de ellos— ¡Júralo y serán tus últimas palabras!
— ¡Ya basta! —gritó otro— Nos hemos aprovechado de él por mucho tiempo.
— ¿Te encuentras bien, Fernando? —habló el tercero— Recuerda que nos has hecho venir aquí.
—Pues, a decir verdad, llevo tiempo pensando en alejarme de vosotros. No necesito enemigos teniéndoos como amigos.
El primero de ellos desenfundó una pistola.
— ¡Morirás por irte de la lengua, cretino!
Fernando se arrojó contra el desalmado criminal, cayendo los dos al instante. En el suelo, el malhechor intentaba apuntar hacia el muchacho para dispararle, mientras que él lo impedía con todas sus fuerzas. Sólo el forcejeo se interrumpió al dispararse el arma.
Fernando se levantó sobresaltado. Acto seguido, hizo lo mismo el portador de la pistola. Igual que su compinche, tuvo miedo y decidió huir.
—Reza para que no volvamos a vernos —dijo antes de marcharse.
El muchacho todavía temblaba por el choque que le produjo oír ese disparo. Miró a su alrededor y vio entonces a Azahara, a quien amaba con todo su corazón, llorando sin dejar de abrazar a su padre muerto.

Ursula M. A.
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