Una noche, en una calle
- publicado el 02/08/2009
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El cuervo del árbol.
Me acerqué a tus ojos en una fría mañana de otoño, no sentía tus labios en mi boca, una brisa fría inundó el cuarto poniéndolo todo gris, mi cuerpo se congelaba a tu lado.
Tú estabas en un letargo total, decidí levantarme de la cama y caminar por un sendero que estaba oculto en una de las esquinas de la habitación, llegué a un bosque tenebroso dominado por una densa niebla; caminaba con la mente en blanco, en el habían unos árboles gigantes no tenían hojas, no tenían vidas, eran solo caras de madera, caras de sufrimiento, caras perseguidas por el dolor de los pecados humanos, caras con lágrimas en sus ojos, caras con ramas que son condenadas a vivir en forma de espantos.
En un instante me sentí observada, eran unos ojos brillantes que provenían de dos cuervos negros que estaban en una de las ramas de los árboles, uno de ellos fijó su vista en mí, algo dentro de me dijo que corriera lo más rápido posible.
Corrí con todas mis fuerzas ese pájaro me perseguía y al tropezarme con una piedra caí al piso, despertándome de esa pesadilla y al besarlo fue que me di cuenta de que todo era real.
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