Amor inoxidable

Como cada noche desde hace 183 años,  bato mis alas a velocidad ultrasónica para volver al momento en que nos conocimos. Nunca podré olvidar la desvergüenza con la que se acercó y me robó mi primer beso, ni las innumerables noches en las que su cuerpo y su meliflua voz me hicieron feliz.

Pero se fue, con mi corazón latiendo en sus manos. Y me dejó el suyo, frío, metálico y, ahora, oxidado.

Había oído hablar de la fuga de los dos androides mejor creados de la historia,  pero jamás pensé que Max fuese uno de ellos.

Aquella
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