El loro de Flaubert
- publicado el 19/12/2013
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Se regalan libros
Mientras paseaba por aquel nuevo lugar encontré una librería pequeña. Entré sin dudarlo, cuando de pronto una voz interrumpió mis pensamientos.
Toma este libro; los libros que se ofrecen así hay que aceptarlos sin chistar. Buscan un dueño, alguien quien quiera leerlos. Hay que ayudarlos a terminar esa espera agonizante. ¿Qué esperas?
No supe qué contestar y el hombre pareció disgustarse.
¿Qué pasa ahora? ¿No te agrada el titulo?
No, no hay problema. Me lo llevo, atiné a responder.
Yo pensé que te ibas a entusiasmar y que me pedirías otro. Qué pena, qué triste. Tendré que intentarlo de nuevo.
La casa de cristal. Me estaba ofreciendo un libro viejo y con un titulo deslucido. Al volver mi cabeza noté que había un pequeño letrero cerca del mostrador principal: Llévate a casa un libro gratis. No se aceptan devoluciones. Mejor sería encontrar a alguien y así deshacerme de él.
De pronto, como adivinando lo que pensaba, el viejo me dijo,
Yo escribí ese libro, pero nadie lo quiso. Las copias se acumularon en un rincón y en un rincón se quedaron. Todos venían a ver los otros libros menos los míos y así poco a poco se quedaron olvidados. Sólo yo lo leía, el mismo libro, cada semana, y los ponía en la vidriera y en los estantes para que la gente los viera, pero desaparecían misteriosamente y al final los encontraba como escondidos entre las esquinas de la librería. Es por eso que decidí regalarlos y es el último que me queda. ¡Llévatelo por piedad!
Y así salí con el libro en mis manos y casi no dormí esa noche porque estuve leyendo la historia. Y aunque nunca más volvería a ver a ese hombre, sentí que le había salvado la vida.
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