En la ventana

“¡Déjate de estupideces, Elizabeth!” le habían dicho durante toda su vida los patriarcas de su familia, todos hombres de ejército, incrédulos a las historias de hadas que Elizabeth juraba haber visto, a tal punto de llegar a prohibir los cuentos infantiles bajo el techo de su hogar.

Pero aún así, Elizabeth continuó viendo a aquellas pequeñas criaturas de overoles amarillos y gorros de lana verde, de largas barbas blancas y risueños ojos celestes que cada tarde, hasta el día de su muerte, se acercaban a su ventana en busca de deliciosas galletas de leche a cambio de nuevas historias mágicas.

DanJovanovich
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