El loro de Flaubert
- publicado el 19/12/2013
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Los dueños del dueño
Intensificó el golpeo de los dedos contra el teclado al tiempo que se esforzaba en controlar la respiración, porque se sabía observado –como siempre-; aquel silencioso grupo de perros, erguidos sobre sus dos patas traseras, perdidamente humanos, no le pasarían otro error. Cuando acabó, se cuadró ante ellos y les hizo leer. Obtuvo ladridos reprobatorios y volvió a tomar asiento, amargado. Se maldijo por aquella insana costumbre de dejar a su compañero atado a un árbol, a la intemperie, mientras él tomaba el café dentro del bar: ahora estaba condenado por ellos a escribir para siempre. Sobre ellos.
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