Carta: Te sigo odiando

Te sigo odiando

No sé ni siquiera cómo empezar estas palabras sin dejar pedazos de mi esperanza plasmados en ella. No sé qué decirte sabiendo que como las anteriores cartas tampoco voy a entregártela, pero necesito un bengala en medio de este océano oscuro donde sólo hay noches, necesito que vengas justo antes de que me quede sin oxígeno en este naufragio, no aguanto más el desearte un día y otro día y no hacer nada para solucionarlo, no coger la lancha salvavidas que está a mis pies y huir contigo a esa isla perdida de todo el mundo donde seamos realmente nosotros dos.

Porque a veces no puedo más en esa lucha interna donde una mano te aleja y la otra te desabrocha los botones de la camisa. Es como si la Tierra y la Luna se empeñasen en girar hacia distintos lados atadas por un hilo invisible, como si dos imanes de distinto polo intentasen alejarse y repudiarse.

Y sé que me acabarás odiando, y me lo tendría hasta merecido por todo lo que te he hecho pasar. Estarías en tu justo derecho de venir aquí y querer vengarte, de tirarme al suelo como tantas veces he hecho yo hasta dejarme sin aliento. Creo que necesito que lo hagas para al menos sentir algo, aunque sea dolor. No pondría resistencia, lo sé, porque de todos los sentimientos que más desgasta es el vacío y necesito llenarlo de algo para que me diga que sigo viva, que puedo seguir existiendo después de ti. Ven a luchar conmigo, sángrame y que no sea a versos, pues ya ni siquiera encuentro descanso escribiendo ni describiéndote. No encuentro la paz que sentía entre tu brazo derecho y tu brazo izquierdo, no recuerdo lo que es cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación que era saber que el mundo no me importaba si tus ojos estaban al otro lado de mi cara. Ven, insúltame si quieres y que sea tu voz quien me traiga de nuevo a esta realidad que a veces confundo con la fantasía de que todo es distinto. Demuéstrame que me odias y que al menos sientes algo por mí, aunque sea eso…

Llueve, está lloviendo vida mía, y eso me recuerda que te sigo queriendo como el primer día que dije que no te quería. Llueve, y los besos bajo la lluvia explotan en mi cabeza como el viento que arrasa las hojas. Y acaso esta vez no estás conmigo como aquella otra donde tus dedos fueron más rápidos que mis pensamientos y me levantaron la camisa mientras que tus labios, verdadero vendaval de aquella tarde, buscaban agua en mi desierto. Pero no… hoy el cielo llora porque miro las nubes con ojos cansados por esa agua que no te trae a ti. Me pregunto si cada vez que llueve tú piensas igual que yo, seguro que ya no.

Escampa, y aún sigue lloviendo en mis ojos. Me pregunto hasta cuándo durará el tormento y la carga de haberte negado tantas veces y añorarte ahora cada vez que llueve, hace sol, viento o nieve. Cuán largo será este Frebrero y este invierno si tus dedos no dejan estelas sobre mi piel fría como el Ártico. Y por qué callarme la vida si así sólo consigo suicidarme un poquito más cada día al borde de los recuerdos de cada uno de tus besos.

Y todo, por mí.

Hoy te escribo desde la soledad de unas sábanas que deberían estar mojadas de ti, y el sofá me mira con desdén porque imagino sobre él nuestros cuerpos acurrucados bajo una manta un domingo cualquiera. Todo lo que me rodea me culpa y me señala con dedo acusador, hasta mi propia mano tiene la forma perfecta de echarme la culpa a través de versos que fluyen dentro de mí.

Necesito verte aquí, que me devores los labios y me hagas sentir eso que consigue subirme al cielo y bajarme al infierno en cuestión de segundos con una larga lista de pecados tras de mí. Que paralices el tiempo y sólo pueda encontrarme cuando nuestras manos se junten en una perfecta concatenación de caricias y suspiros. Jamás pensé que podría decirlo, ni siquiera suplicarte aún a sabiendas que sólo podré soñarlo esta noche o a cualquier minuto del día. Y solo con pensarlo todo se acelera. Pasión y amor, todo desde tu piel hacia dentro, y yo quiero estar ahí, entre tu pecho y el mío. Necesito sacar esta locura y tomar de tus labios el único fármaco capaz de centrarme en la cordura de la tranquilad…

… si esto no es amor, entonces jamás sabré lo que es.

Un “lo siento” se queda pequeño, pues en mi indecisión, en mi miedo de no conocerme a mí misma, te he perdido por el camino. Y ahora sólo me queda un vacío que relleno de días tachados en rojo en el almanaque, una lancha salvavidas pinchada y una flor azul que se niega a marchitar. Miro tu foto, nuestra foto… quizá la única que sobrevivió al egoísmo de querer apartarte de mí y tirar cualquier cosa que pudiera traerte a la puerta de mis recuerdos. Ahí estamos, sonrientes, como esos mosquitos en ámbar que se quedan paralizados esperando sobrevivir al tiempo. Nosotros, ajenos a todo lo que pasaría después de aquella foto, sonreíamos. Y es lo único que me queda, besar unos labios que quizá ahora besen otros que tengan calor.

… si esto es el karma, supongo que me lo merezco.

No me queda nada más que seguir con la vida por pura monotonía, como esas bolas de metal colgadas de un hilo a las que se empujan y están durante varios minutos haciendo el mismo recorrido sólo por inercia. Me queda recorrer los mismos lugares que un día hice contigo acompañada de otros ojos que olvidaré mañana y que creerán que merezco la pena. Y así envejecer algún día, aunque de todas las formas de morir la más letal que conozco es la de “sin ti”

Y a pesar de todo, sigo buscando un puto motivo para odiarte

 

Orion
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2 Comentarios

  1. VictoriaPermuy dice:

    Hola Orion, bienvenida, te echábamos de menos, así seguimos en contacto. Me alegro de «verte».
    Un saludo, Victoria.

    1. Orion dice:

      ¡Hola Victoria! Sí, espero publicar más y superar esa vergüenza que siempre me invade a la hora de enseñar mis escritos a la gente. Seguimos leyéndonos. ¡Saludos!

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