Higuera.

Habían de caer del todo, sin duda alguna, pues aquella higuera era muy vieja, vetusta, casi no se tenía en pie. Tendría unos ochenta años. De los meneos que le estaba dando, no le quedaría ningún higo en sus ramas.

Sus frutos, los más exquisitos, se los había prometido a mi amada y no pararía hasta conseguírselos todos. ¡Bueno era yo para cumplir sus mandatos!

Ma Dolores Alvarez
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