La habitación (Parte I y II)
Parte I
Había soñado con esa noche tantas veces que jamás imaginé sentir ese pánico minutos antes de convertir un sueño en realidad.
Al igual que en mi fantasía, yo llegaba antes a la habitación que esa noche sería testigo de nuestro más prohibido y deseado secreto. Mi chaqueta de cuero negro aguardaba en una silla de madera a su pareja de baile para esa velada y yo recostado en el cabecero de la cama consumía impulsívamente un cigarrillo cuando tocaste la puerta.
No pude remediar apretar los dientes y coger aire entre ellos cuando vi esos zapatos de tacón, ese vestido negro que dejaba ver casi todos tus tatuajes y esa media sonrisa acompañada de una mirada cabizbaja y brutalmente sexy que tu flequillo rubio dejaba entrever.
Pasé mi mano por tu cintura, te apreté contra mí, cerré la puerta y te besé.
Con tu mano en mi pecho me empujaste de espaldas a la cama y cayendo sobre mí, comenzaste a desabrochar botones de mi camisa. Llegados a ese punto, la puerta, la ventana y el mobiliario de la habitación habían desaparecido por completo. Tus piernas acorralaban mi cintura y tus labios mordían los míos. Te alejaste de mi boca y tu dedo índice dibujó una línea desde el tatuaje de mi pecho hasta la hebilla del cinturón. Posaste tu mano encima del bulto de mis pantalones y mi sonrisa se acentuó. Impetuosamente me incorporé dejándote sentada sobre mis piernas y, poniendo los pies en la suave moqueta que cubría el suelo me puse en pié contigo en brazos.
Tu espalda contra la pared, mis manos sujetando tus muslos para mantenerte en el aire, mis dientes mordiendo tu cuello, tus uñas hundiéndose en mi espalda, tus ojos cerrados y tu boca semiabierta hicieron que terminase de perder el juicio. Ya era tarde para recordar como deseabamos que fuese aquella noche, ya era tarde para pensar en ninguna consecuencia. El mundo se había parado y tu y yo habíamos escapado de él.
Dejé de sujetarte, tus pies volvieron al suelo y sin darte opción de reaccionar te dí la vuelta poniendo tus manos sobre la pared. Desabroché la cremallera del vestido y éste cayó al suelo. Apartándole a un lado, abrí tus piernas y subí por una de ellas mordiendo y besando, pasando por tu prieto culo y ascendiendo por tu suave espalda hasta tu cuello. Mi mano izquierda pasaba por debajo de tu brazo y agarraba tu cuello manteniendo tu barbilla alta, mientras que la derecha ya bajaba arañando y dejando 4 líneas rojas a lo largo de tu espalda.
El primer jadeo se escuchó cuando pasando entre tus nalgas y siguiendo el camino que rotulaba tu tanga de encaje negro, mis dedos llegaron hasta tu sexo. Tu espalda se curvó, tus manos se apretaron y tu respiración comenzó a agitarse cuando mi dedo corazón ya resbalaba por encima de tu ropa interior….
Parte II
Permanecías inmóvil y en tensión. La energía que habías desprendido nada más entrar por la puerta se había concentrado tan solo en un punto que parecía derretirse entre mis dedos.
Solté tu cuello. Tirando de tu cintura y forzando tu espalda, conseguí inclinarte más retirada de la pared. Con tus piernas totalmente pegadas hice resbalar el tanga por tus escalofriados muslos hasta tus tobillos.
Con tus manos sujetando la pared y el pelo cayendo por tu cara me miraste esperando mi siguiente movimiento, pero al ver mis rodillas clavadas en el suelo y mis manos agarrando tus ya enrojecidos muslos, tan solo pudiste cerrar los ojos y encorvar aún más la espalda para ayudarme con mi propósito. Hundí mi boca entre tus piernas mientras un agudo jadeo escapaba de tus labios.
Mi lengua se revolvía en tu sexo mientras tus respiraciones se aceleraban progresivamente cuando tus rodillas se doblaron.
Dándote la vuelta, sujetando mi mandíbula con una mano y mi nuca con la otra, besándome apasionadamente me pusiste en pie volviéndome a lanzar de espaldas a la cama. Tus rodillas volvieron a mis caderas y tu sujetador resbaló por los hombros.
Desde mi posición, completamente sumisa, tan solo podía contemplar la espectacularidad de tus curvas. Absorto por la belleza de tu armonioso cuerpo, no podía ni tan siquiera articular palabra.
Desabrochaste el cinturón y uno a uno los botones del pantalón. Posaste tus dos manos en mi pecho y tus uñas se aferraron a él dejando grabada su firma en mi piel.
Era completamente tuyo, dulcemente hundiste mi sexo entre tus piernas y a los dos nos poseyó un placer exorbitante. Fué un trance eterno, la más increíble sensación que dos personas pueden compartir, ese momento en el que dos almas unidas se derriten convirtiéndose en una mezcla perfecta de pasión, deseo y lujuria.
Forcejeamos durante horas, luchando por el control el uno del otro hasta terminar extasiados. Nuestros cuerpos desnudos y empapados en sudor reposaban sobre la maraña de sábanas blancas mientras fumábamos un cigarro a medias mirando el techo. Sin decir nada, en silencio, disfrutando del primer instante de calma que desde que dió comienzo la noche habíamos tenido.
Nos miramos a los ojos y prometimos que jamás volvería a pasar nada entre los dos. Haríamos que ese instante permaneciese inmaculado en nuestra memoria.
Casi siete meses han pasado desde aquello, siete meses en los cuales no has salido ni un solo segundo de mi cabeza, siete meses en los que todos mis sueños y deseos se han convertido en uno solo: volver a poseerte, volver a acariciar cada uno de tus lunares, volver a recorrer cada centímetro de tu espalda… ser tuyo por el resto de mi vida.
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