La Chica del Antifaz

A la mesa de mantel blanco le sobraban nueve sillas vacías, tres platos de pastel, un par de zapatillas rosas y un arreglo floral con margaritas; la décima silla estaba ocupada por una chica con un antifaz.

A la mesa de mantel crema le sobraban nueve sillas vacías, una botella de vino a la mitad, unos anteojos olvidados y dos abrigos; la décima silla estaba ocupada por un chico de ojos color miel.

Ella le sonrió. Él, intentó sonreír, alejando nerviosamente su vista de la mesa de mantel blanco.

Fue en los jardines de la primavera, decorados con luces y telas volátiles, en los que dos jóvenes aburridos cruzaron sus ojos sin saber entonces qué hacer. Mientras que el resto se entretenía en una pista de baile con actores, músicos, cornetas de plástico y guitarras inflables, botando en las mesas lo que les sobrara. Nadie, nunca, fue testigo de la noche de esa clase de amor que no se repite; cuando una chica de cabello castaño, con vestido y un antifaz verde brillante se cruza de brazos, para que el chico de cabello más claro, con camisa y grandes ojos miel se le acerque.

-Hola. -dijo él- creo haberte visto antes…Pero la música estaba demasiado alta y ella no le escuchó bien, viró un poco la cabeza a la izquierda, confundida; acertadamente él se acercó a su oído y le dijo «ven», tomó su mano y sin resistencia caminó ella a su lado hacia las luces lejanas de los altos pinos y los rosales rosas, dejando atrás al bullicio y a las cornetas de hule. Se detuvo él de pronto, le soltó la mano, para pronunciar provocativamente y clavando la miel de sus ojos en toda ella, esto:

-Te ves hermosa con ese antifaz.

-Gracias, no pienso quitármelo. -Caminó entonces con los brazos aligerados; él la seguía riendo, burlándose de su fanfarronería.

-¿Qué?, ¿Acaso eres actriz?

-Quizá lo sea… a menos por hoy.

-A ver, recítame algo. 

Se paró en seco, con una mirada ardiente posó una mano en su cintura y la otra en el pecho frío de él. Le dijo quién sabe qué cosa y luego fingió un desmayo.

-No eres actriz, eres dramática.

-¿Ah sí, y tú qué eres, cantante?

-¡Adivinaste!

-No te creo nada, si no fuera porque estoy aburrida me regresaría de inmediato a la fiesta.

-¿Con esa gente que no conoces?

-A ti tampoco te conozco. -Ella ya empezaba a enojarse.

-Pero yo te puedo cantar. 

Ya habían dejado muy lejos a las mujeres con vestidos neón, los hombres con sombreros a cuadros, los músicos con chalecos de lentejuelas. Habían llegado a un rincón del jardín alumbrado por un largo farol y un árbol con linternas colgantes, bajo ellos yacían un columpio de madera tejido con lianas y un sillón azul rey. Evidentemente él se aventó al sillón y ella se empezó a mecer juguetonamente.

-¿Dónde dices qué me habías visto antes? -dijo la chica del antifaz, mientras tomaba vuelo.

-Pensé que no me habías escuchado.

-Sí te escuché, pero quería una escusa para que me sacaras de ahí… a ver, cantante, lúcete.

Se echó para atrás estirando las piernas y empezó a cantar, alto y armoniosamente, una canción que ella jamás había escuchado, que la hizo detener el columpio, virando su cabeza nuevamente a la izquierda, confundida. Nadie, nunca, en toda su vida le había cantando y menos así, rodeada por el rocío en el césped e iluminada por un árbol mágico, junto a un chico de ojos claros, cabello corto y hermosa voz.

Se quedó pasmada por un segundo cuando él acabó de cantar.

-No eres cantante, eres un ridículo.

-Gracias. También soy dibujante.

-No te creo.

-Me creerás si me das papel y una pluma.

-¡Toma! -De su bolsa de mano sacó una servilleta arrugada y un bolígrafo.

-Date vuelta, déjame recargarme en tu espalda. -Y dibujó medio haciéndole cosquillas, medio causándole dolor cuando apretaba el bolígrafo demasiado fuerte.

-¡Terminado!, mira.

-¿Qué es esto? -preguntó ella, mofándose.

-Eres tú.

-Qué mentiroso, esto es un tonto paisaje. -Y ciertamente lo era, había dibujado unas montañas, un río y un sol saliente con trazos rápidos.

-Tú eres como un paisaje, niña, como un amanecer… ¿Tienes novio?

-No, son una pérdida de tiempo. ¿Podrías dejar de cambiarme de tema y decirme dónde dices que me habías visto antes?

-Ya te lo dije, eres como un amanecer.

-Vas a hacerme enojar… ya dime, que es tarde y a puesto a que mis papás pueden venirme a buscar o algo peor. -Se cruzó de nuevo de brazos y él soltó una carcajada enorme.

-Ven, -le dijo a la chica- te llevo de regreso.

Caminaron sin decir una sola palabra sobre el césped frío, ella estaba enfurecida y él no paraba de reír. De pronto empezaron a oírse las voces mezcladas con melodías retumbantes, los vestidos neón relucían en la oscuridad mientras que las tenues luces de la anterior serenata ya se habían perdido de vista. En una mesa de mantel blanco atisbábase una silla vacía y a sus extremos, dos papás preocupados.

-Adiós. -Dijo la chica del antifaz, desdoblando los brazos por fin.

-Espera… 

-¿Qué quieres?

-Quisiera conservar tu antifaz, por favor.

-No, adiós.

-¡Espera!, quiero un recuerdo de ti.

Lo pensó un segundo y de inmediato lo miró maliciosamente; él ya sabía lo que le iba a decir. 

-Te doy mi antifaz si tú me dices en dónde crees haberme visto antes.

-Esta bien; -y soltó un largo suspiro que hasta le suavizó los hombros.- inventé eso de haberte visto antes, sólo quería una escusa para sacarte de ahí. Quién iba a decir que tu curiosidad iba a ser tan adorable.

Sus ojos se abrieron muchísimo, expectantes de algo, de cualquier cosa que pudiera provenir de esos ojos miel… o de esos labios. Se fue quitando el antifaz delicadamente, hasta con la respiración pausada, su mirada seguía clavada en él. Finalmente extendió su mano con ese antifaz verde brillante, más brillante que cualquier luz del jardín.

-Te ves aún más hermosa sin tu antifaz…

Ella enmudeció, se sonrojó y se puso tiesa.

…Y no me has dicho cómo te llamas; ¡Pero no me digas! – tras casi dar un brinco esculcó en su bolsa de mano sin permiso para sacar una pluma. La tomó del brazo y le garabateó su nombre y un número de teléfono. -Mañana, que sea de día, puedes decirme cómo te llamas, porque algo me dice que si yo te llamara no te atreverías a contestar. 

Una mano se deslizó por su cabello castaño al mismo tiempo que una fina voz de mujer le decía «ya vámonos, te espero en el coche». Sus papás se alejaron abrazados sin  que ella pudiera articular ninguna palabra. Un beso pequeño le tocó la mejilla, seguido de un «adiós» en el oído. Él le sonrió vivamente y se alejó sin volver a voltear. Ella tuvo que reaccionar rápido, correr un poco y subirse al coche. Se fue en silencio todo el camino.

Cuando llegó a su casa ya eran quizá las 3:00am. Un papelito salió volando cuando vació su bolsa, era un dibujo mal hecho de dos montañas, un río y un sol. No pudo evitar sonreír bobamente al verlo, lo colocó en su buró junto a su teléfono celular. Se estaba muriendo de sueño, y con cada abrir y cerrar de sus cansados párpados ella pensaba en su chico de ojos miel y en que mañana cuando fuera de día escribiría al número rayoneado en su brazo: «Hola, soy la chica del antifaz, creo haberte visto antes.»   

Violeta Carrasco Jimenez
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