Estimado teniente, Tomás Izquierdo.

Es un verdadero gusto expresarme por este medio mientras lo rodea mi  exquisita escena. Es mi noveno asesinato y sé que, mientras su frustración lo embarga por completo, en lo más profundo… está maravillado.

Como se habrá dado cuenta, con esta obra de arte superé cualquier antecedente. Cada uno de los detalles está cuidadosamente colocado. Es inevitable, el conformismo y la mediocridad sólo me conducirían al aburrimiento, igual que a usted.

Es la primera vez que le dejo una carta. No se inquiete en su orgullo, no la he escrito para algo tan banal como burlarme. Al contrario, aunque le parezca extraño, deseo ayudarlo.

En todas mis escenas le he dejado pistas, difíciles para el hombre común, pero no para usted. Sin embargo, no ha sido suficiente para que me identifique. Luego de mi séptimo asesinato me pregunté porque aún no me tenía en su lista de sospechosos y no encontraba respuesta. Sus habilidades son excepcionales, usted es tan brillante como yo. Sólo después de mi octavo crimen descubrí que su problema no es desconocer la ubicación de las piezas, sino el no querer colocarlas. Así como yo deseo que me reconozca, usted no desea reconocerme.

Podría seguirme divirtiendo con su gran capacidad de negación, pero, Tomás, si no me descubres mi plan no se completaría. Al final todas mis creaciones culminan de algún modo en nosotros, así que he decidido revelarme y motivarte.

En esta carta está reflejada mi identidad. En cada párrafo, en cada palabra me revelo ante ti. Sólo tienes dos opciones: aceptas la realidad y haces lo que tienes que hacer para evitar que siga cometiendo asesinatos, o tú serás mi décima víctima en la que aplicaré mi arte más despiadado. Cualquiera de las dos opciones me llenará de gozo ¿Y a ti?

Tienes una semana. Será nuestro broche de oro y no habrá manera de que lo evites.

Tomás, tu miedo es mi rastro…

Suyo.

D.T.

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Carlos Alberto Aguilera

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• Mírame… - 20/03/2014