Una oferta que no podrá rechazar

Disculpe inspector por lo desordenado que encontrará todo. Sé que estará acostumbrado a horrores peores pero esto no me hace sentir menos vergüenza. Créame que en algún momento pensé  cercenar la cabeza, cortar en trozos el cuerpo y luego limpiarlo todo; incluso me informé en internet sobre el procedimiento. Quedé asqueado y a la vez asombrado de los extremos a los que llegan algunos.  Y en todo caso no valía la pena. No tenía interés en ocultar mi crimen,  después de lo que había pasado no tenía ánimos de regresar a mi vida normal.

No intento justificarme.  Lo único que me interesa es decir la verdad, que se sepa que todo fue  accidente.  Yo regresaba del trabajo cuando me encontré a la chica. Estaba afuera del edificio y tocaba varios  timbres a la vez. Me preguntó si vivía ahí y le contesté que sí. Entonces me sonrió y me dijo que tenía una oferta que yo no rechazaría; le dije que estaba cansado, que no quería comprar nada, pero ella replicó que no importaba, que solo quería darme información. Si me molestaba estar en la calle podríamos hablar en mi departamento. Insistió tanto que acepté. Mientras subíamos en  el ascensor no dejó de hablar,  eso me puso muy nervioso.

Nada más abrí la puerta del departamento, ella corrió a sentarse en la mesa del comedor, y luego extendió sobre ésta un catálogo. Me pidió un vaso de agua. Fui a la cocina   estaba por tomar el vaso cuando vi el brillo del cuchillo.

Regresé al comedor  y sin pensarlo dos veces  le encajé el cuchillo en  la garganta. Todo sucedió demasiado rápido, tan es así que al principio fallé: sólo la punta de la hoja penetró en la garganta e inmediatamente el arma resbaló de mi  mano. Ella se me abalanzó agitando las manos: un hilo de sangre corría por su cuello. Trató de gritar, pero quizá por el daño que le había causado ningún ruido salió de su boca. Aún tenía mucha fuerza y me atacó como pudo: me arrancó algunos cabellos, me encajó las uñas, me tiró al suelo. Quién sabe qué habría pasado si yo no hubiera encontrado el cuchillo. Me cuidé   de no perderlo de nuevo. Sentí gran alivio cuando descubrí que no era tan difícil hundir el metal en su carne, si  topaba con hueso sólo volvía a intentarlo.

Cuando todo terminó, la observé largamente. Tenía los ojos perdidos en el vacío: la mirada de un muerto me parece la demostración más clara de que no hay un más allá. Lamenté largamente lo sucedido.  Me llevo bien con mis vecinos, me gusta mi trabajo y mi apartamento.  Y por una tontería tuve que abandonarlo todo.    Muy mala suerte sin duda: si ella no me hubiera  pedido el vaso de agua, si yo no hubiera visto el cuchillo…. En fin. Miré entonces el catálogo: era de libros, algunos títulos incluso prometían. Sentí eso también, soy un lector asiduo;  ¿quién sabe? quizá hasta le hubiera comprado algo.

Juan Manuel Labarte
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