El espíritu de la paz

Había una ciudad preciosa, la cual sería digna de visitar si no fuera por un problema. Resultaba que varios de sus habitantes no se llevaban bien. Mejor dicho, algunos ni soportaban verse.

Un día apareció de improviso un errante. Tenía puesto un abrigo viejo color crema y su rostro expresaba suma decisión. Como el lugar le pareció apacible, decidió hospedarte por unos días.

Mientras estaba él no había peleas, ni siquiera un simple conflicto. Un día, el posadero le contó cómo eran anteriormente los habitantes de la zona, que era raro el día en que no se produjera una disputa. Sorprendido por el cambio, se preguntaba cómo pudo pasar.

—Muy sencillo —respondió el errante—. Soy el espíritu de la paz.

Ursula M. A.
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